Ventanas y pandemias

Kathy Subirana
Lima, miércoles 25 de marzo de 2020

 

En la década de los cincuenta del pasado, pasadísimo siglo XX, el director de cine inglés Alfred Hitchcock le enseñó al mundo la importancia y el riesgo de mirar por la ventana a través de la historia de un hombre que, en este vouyerista ejercicio, descubre un asesinato (1). Se afirma que esta cuestión fue revalorada a inicios del tercer decenio del siglo XXI, durante la pandemia mundial del COVID-19, llamada también “la pandemia del pangolín”.

Aclaremos: Hitchcock no inventó dicha costumbre, pero supo ponerle un aire misterioso y romántico al que se había tornado un banal ejercicio humano. Aunque, siendo sinceros, desde que se inventaron las ventanas, su uso resultó romantizado incluso en exceso. Si no, que lo digan los juglares que llevaban serenatas, o las princesas que esperaban a un improbable príncipe rescatista, sin contar a las princesas que saltaron por ellas usando, cuando fue preciso, su propio cabello. Con el tiempo —la velocidad de la vida—, esta costumbre quedó relegada a los enfermos, los ancianos, los chismosos, los melancólicos. Según estudios fiables, los mencionados componían entonces solo el 5 por ciento de la población mundial.

Dicen las crónicas de 2020 que la pandemia del pangolín les devolvió a las ventanas una cuota de humanidad. La cuarentena mundial impuesta ese año obligó a los seres humanos a confinarse en sus hogares, con el efecto colateral de mirar por las ventanas añorando las calles. Las mismas calles en las que antes caminaban añorando llegar a su hogar. A la segunda semana, las personas empezaron a aburrirse de constatar el asfalto vacío y levantaron la vista para cruzarla a través de las ventanas de los otros. Hubo sorpresas, y también conflictos. Se multiplicaron, por ejemplo, los romances a distancia, de ventana a ventana, de acera a acera. Algunos dieron paso a relaciones poliamorosas, otros a divorcios y los menos al “éxito” monogámico. Hubo ingenio para comunicarse con señas y letreros, se acudió a las redes sociales, se crearon códigos privados de encendido y apagado de lámparas para cuando fallaba internet y se dedicaron, casi siempre veladamente, canciones de amor a todo volumen.

Por supuesto, no todos sucumbieron al virus del, en ocasiones, falso amor. Algunos se limitaron a curiosear dichas relaciones desde su propio balcón; otros miraron ventanas ajenas con propósitos distintos. Pero todos encontraron en las historias que se develaban a través de vidrios y cortinas una forma de acercarse a los demás sin temor a comprometerse con ellos. La pandemia diezmó la población, pero quienes sobrevivieron encontraron reconciliación en la experiencia de conocer la cotidianidad de los otros. Al terminar la cuarentena hubo menos personas pero más seres humanos. Eso, siempre según las crónicas.

(1) La ventana indiscreta (1954), película protagonizada por James Stewart y Grace Kelly.