Hoy que he leído la coca

Tania Castro
Cusco, martes 24 de marzo de 2020

De cada diez, siete veces he tenido miedo. No le temo a él; nos temo. El virus es solo un niño, inocente mensajero de vibraciones equivalentes a otros hondos desencuentros. Hijo nuestro.
¿Qué clase de mundo está en pausa? Un hervidero de exilios.

Pero crecí entre montañas y abuelas con piel de oso y ojos insuperables de rayo y río, y sé que para acabar con el miedo hay que lamer el río en sentido contrario: un verso puesto al revés. Destapar las ollas, removerlas, para que vuele el alimento en todas las direcciones y viaje la siembra en su olor de aquí se resiste de pie confundido con el eucalipto, la naranja, el pampa anís y la canela.

Pecho adentro, miles de pájaros libres. Mi calle llora, sonríe. Descansa de nuestros pasos sin huella. Mi ventana lo sabe.

El útero toca la verdad de su condición y empieza a parir la vida: canta, cartea, limpia, sahúma, tiembla, sacude, lava, se lava, escribe, siembra, reserva, acaricia, oye, mide, no mide, resbala, tropieza con su propio miedo, sigue. Los agradeceres se hacen de muchas formas, y el patrimonio que heredo, y que en verdad subyace a este poema, es su silencio. El silencio antes, el silencio después, el silencio entre líneas.

A cierta hora del amanecer, la angustia me oprime. Corro adonde la guardo. Agacho el cuello mientras alzo sobre el viento el conjuro de Manuel Encarnación Olvido, maestro de mis ancestras, y echo mi coquita al aire pidiendo licencia. Leo mi coca, cómo no. Las hojas danzan en perfecta comunión. El destino se redibuja sobre la unkhuña* y aparece ella: Micaela Egregia Vulnerable Toro Conejo Bastidas. La histeria ególatra de algunos intelectuales difusos no soportaría la verdad de esta visión, tanta belleza. Micaela se peina cuidadosamente para la batalla. Ordena a todas sus mujeres lucir guapas. Si alguna cae en las contiendas, el enemigo nunca se podrá ver reflejado en ellas. Perecerá el cuerpo, pero no la dignidad. Los gusanos se harán soldados libertarios y contentos bajo la tierra, y la boca de nuestras muertas cantará y su vocerío limpiará por fin el vientre de la Madre Tierra. Micaela lleva el cabello organizado en trenza para fiesta. Ha vestido de su propia dignidad a todas sus mujeres. Los otros soldados dispararán, hediondos, furibundos y desaliñados. Ellas morirán cantando. En afinación antigua, guardan el grito y su rebeldía consiste en luchar con toda el alma sin fingir lo que no se es, sin disimular sus sagradas vulnerabilidades. Aceptar nuestra vulnerabilidad nos hace humildes; la humildad es belleza. Ellas caen bellas. Por eso no están muertas.

Voy por un peine. Beso sus semillas. Me perfumo con las aguas de fruta y especies que he puesto a hervir para espantar la pena. No estoy sola. Nunca estuve. Escribo. Estoy bella. Me he vestido para la fiesta. Anótese un triunfo más sobre la muerte.

*Unkhuña: tejido cuadrado pequeño donde guardamos y leemos la coca