Los Vickers y la pandemia

Rosalí León-Ciliotta
Barcelona, miércoles 25 de marzo de 2020

El tiempo que Victoria —Vicky Vick para sus followers— solía dedicar a sus redes sociales rondaba las tres horas al día: que el video, que el meme, que el reto viral de hoy…

Pero hace unas semanas, un virus convirtió al mundo en una distopía, y las influencers como Victoria se convirtieron de repente en una herramienta de la que tiraron gobiernos, instituciones y, en general, la humanidad.

—No, el Mentholatum no les protege del coronavirus —puso un día, junto con la foto que se tomó haciendo vahos, convirtiéndose a sí misma en un meme.

Luego se entretuvo leyendo un mensaje poco amable de los community managers de la Rohto Pharmaceutical Co.

Cualquiera diría que cada vez tengo más followers…

—Vickers de mi corazón, la cerveza Corona será fea, pero tampoco nos va a contagiar el virus —comentó otro día en una story, y a la semana siguiente la sorprendieron unos cientos de euros en su cuenta de PayPal.

¿Es en serio? ¿El Grupo Modelo me ha pagado por decir que su cerveza no es tan mala?

—¡El jabón de toda la vida, Vickers! —gritó, y puso la música, la cámara enfocada en sus manos

20 segundos lavándose al ritmo de La marcha imperial. Una hora después, la OMS la había retuiteado, y varios millones más al cabo de unos días.

En mi vida me habían compartido tanto…

—Mis fieles Vickers, estrenamos podcast hoy. El mismísimo Ministerio me escribió para que les cuente cosas. Para que les diga a los genios que andan en orgías de sábado por la noche cuando estamos en cuarentena ¡que se queden en casa, gilipollas! Sí, es en serio, el sábado detuvieron a ocho hombres por una orgía en medio del estado de alerta. ¿Hace falta ser hombre para ser tan burro?

Con los días y semanas que pasaban, Victoria apreciaba cada vez más el aire fresco y el creciente número de followers que le hacían preguntas.

¡Al parecer ahora soy líder de opinión!

Y una de las preguntas más repetidas llevaba el hashtag de #MiPerroEnCuarentena. Por eso, su directo de hoy tendría una coprotagonista: la Chichi. Cual minera, con la cámara en la cabeza, enfocaba la correa de su siberiana y las calles vacías de su barrio.

—No saben, Vickers de mi alma, la de cosas que me gritan cuando paseo a la Chichi. Si no fuera una persona superzen, como ustedes bien saben, esto iría así: “¡Que sí se puede pasear al perro, coño!”. ¿Cómo les explico que 30 kilos de amor perruno suponen, más o menos, 500 gramos de mierda que recoger cada día? Y en 40 metros de piso, con un balcón minúsculo, como que no. Así que un poquito de empatía, ¿vale? Les prometo que no nos acercaremos a nadie y volveremos a casa apenas podamos.

Al compás de la pandemia, a Victoria ya no le alcanzaban las horas para seguir exprimiendo sus neuronas y hacer más llevadero el encierro que ella y su medio millón de followers mantendrían hasta nuevo aviso. Porque el hueso descartado en una casa es la sopa sabrosa de la otra. Y los cientos de compartidos que le hacían los Vicky Vickers eran la prueba de ello. Vicky Vick 1–Coronavirus 0.

Foto: Juan Manuel Chávez