Fuera de Lima

Teresina Muñoz-Nájar
Lima, miércoles 25 de marzo de 2020

La cuarentena me agarró fuera de Lima.

Las mañanas y las tardes son más llevaderas. Participo de videoconferencias. Cordino con mi equipo, que remotamente sigue trabajando. Hablo por teléfono con mis hermanas, con amigas y amigos que extraño. Camino discretamente de un lado al otro de la playa. Hago yoga para principiantes, ejercicios cardio “sin saltos”; hago pesas. Cocino, incluso postres unipersonales. Me atrapa lo doméstico.

Releo Memorias de Adriano. Veo por la televisión cómo el mundo detiene el acelerador y suma contagios y muertes. Tejo una chalina que había abandonado hacía años. Hago planes, los anoto. Completo la lista de tareas para el día siguiente.

Las noches, sin embargo, no son tan fáciles. Siento claros y fuertes los latidos de mi corazón, advierto también cómo entra el aire hasta mis pulmones y cuento los segundos que se demora en salir. Ruego que no se me acabe. Quiero dormir, pero temo tragarme la férula contra el bruxismo que es de uso obligatorio. Siento ruidos extraños. Lo peor de todo es que a ratos el mar ya no me arrulla.

“De todas las felicidades que lentamente me abandonan, el sueño es una de las más preciosas…”, dice Adriano, ya decrépito y cansado.

Pero amanece otra vez y otra vez, y yo saludo a mis vecinos desde el balcón.