Teresa Ruiz Rosas
Colonia, martes 24 de marzo de 2020
¡Pandemia!, declara la OMS, 11 de marzo. Tarde.
Estoy en Straelen, ciudadela junto a Holanda, que muchos traductores literarios adoramos porque alberga al Colegio Europeo, el EÜK. Becada, traduzco del húngaro poesía de János Pilinszky. Somos diez.
Carlos remite desde Valencia su resumen científico, horrorífico, aunque saber tranquiliza. Me jacto de antimonárquica, coronas a mí. Ídem, exclama Jörn, salvados. Es sueco. Me muestra el Frankfurter Rundschau: Felipe rechaza herencia del padre, inmundos trapos al sol de la corona española, que COVID-19 solapa. Entretanto, Morir en Madrid. Duele.
Alexandros prefiere vivir esto en Atenas. Anja también parte, a Mecklemburgo. Abandono la zona crítica, bromea. Ninguno la abraza.
Compren víveres, nos conminan, haremos cuarentena voluntaria, Renania la más afectada de Alemania. Cómodo encierro, siete casas medievales entrelazadas, biblioteca infinita. Pero las cifras exponenciales cada mañana… España cierra fronteras, pienso en las porteadoras de Ceuta, tregua para las espaldas de mujeres despiadadamente explotadas. Y las forzadas a prostituirse, por doquier, tendrán merecido descanso. Los hábitos consumistas cambiarán, deduzco. ¿Nos centraremos en lo esencial? Tantos países preparados para entrar en guerra, mas no para afrontar una pandemia. ¿Pararán las fábricas de armas?
Italia duele, los sabios ancianos fallecen concatenadamente. Muere otro médico lombardo, auténtico héroe, como otros. Recuerdo pasajes de la novela de Andreas Bellasi que traduje, a Borromini de catorce años cruzando Milán a pie en plena peste. Ay, Milán, cómo duele, Emilia, Mariarosa, Laura…
Regreso a Estambul, dice Svegje, mi familia consiguió un billete. Yo, a Viena, la secunda Erhan, meses atrapado aquí, no. Mi madre por WhatsApp: Perú líder en prevención, tenemos poquísimos contagios. Bravo. Arna resignada, no llegaré a Estonia, parece accidente de laboratorio, recordemos Chernóbil. Florian, indignado: y los mocosos en Berlín juergueándose como de vacaciones…
Máximo dos en la cocina, ordenan de secretaría. Aburrido, Ulrich retorna a Friburgo de Brisgovia.
Me piden marcharme a Colonia, cerramos el EÜK apenas vuelen Liz a Vermont e Iryna a Bielorrusia. Es atroz el avance. Duele el planeta entero.
Josenrique me espera, dame tu maleta, mamá, estás enyesada, cierto, mi fractura del pulgar perdió todo protagonismo. Vacían los supermercados, dice Livia desde Barcelona. Como nunca tiro comida, hijita, tampoco habrá de faltarme, creo en esas justicias.
Sigo siendo optimista incorregible. Cero pánico, solo tristeza, inmensa. ¿Merecemos tanta desolación, nuestra especie?
Gracias, Hans, por el artículo en The New York Times de David Leonhardt: El 24.01.2020, Richard Burr y Kelly Loeffler, senadores republicanos de North Carolina y Georgia supieron de la gravedad del virus por científicos del estado. Lejos de implantar medidas protectoras, vendieron acciones, compraron otras, operaciones millonarias para más enriquecerse. De esa calaña son.
Ricos y famosos se infectan igual entretanto, perecen.
Convencida de que los sobrevivientes saldrán depurados para siempre de deshumanidad, apuesto con Hans. Será peor, vaticina él, los malhechores poderosos querrán recuperar el tiempo perdido. Apostemos. ¿Qué quieres jugarte, sabiendo que perderás? La virginidad ya no puedo, respondo sin titubear. Uy, las cosas lindas que pone, cómo transcribirlas, me sonrojo. Eso sí, formalita enclaustrada, leo, procrastino, conjuro las matemáticas.
Todos nos lavamos las manos, intercambiamos informaciones como buenos hermanos, soñamos con abrazarnos.