Gruñido

Susanne Noltenius
Lima, domingo 22 de marzo de 2020

Es el final de otro día encerrada. Leyó el post en Facebook hace un momento y algo la sacudió. Buscaba una distracción momentánea, una pausa hasta recibir el aviso del banco con la aprobación de la línea de emergencia que cubra sueldos de 238 trabajadores este mes. Entonces leyó el post. Se ha puesto de pie y ha salido al balcón del departamento. Por encima de los árboles del parque y entre los edificios vecinos, asoma inminente la puesta del sol. Las nubes densas y percudidas lo esconden, pero entre ellas se cuelan haces de luz, como trazos de lo que está oculto.

Va a la cocina donde Mateo ensaya pataditas con una pequeña pelota de goma poh, poh, poh. Intercambian las frases de siempre —¿qué tal?, ¿todo bien? —, frases que ya eran muletas antes del encierro. Nota las piernas de su hijo cubiertas de pelos. ¿En qué momento ocurrió la metamorfosis? Talvez en enero, cuando ella viajó diez días con Simón. Tal vez en las últimas semanas, cuando los pedidos de clientes en Europa se frenaron de golpe y ella trabajó más de lo habitual. Coloca tres cubos de hielo en un vaso. Añade pisco y el resto de la botella de Schweppes. Agita la mezcla dos veces y regresa al balcón.

Han decidido casarse este año. Ella le advirtió que no abandonaría el hábito de levantarse a las cinco de la mañana para correr y él accedió. Le dijo, además, que admiraba su disciplina. A ella le gustó la idea de una figura masculina en casa. Aceptó ceder espacio por el bien de Mateo. ¿Decidió por ella también? El sol aparece bajo las nubes, una emersión inversa, de cabeza, encendida como una bengala. Simón llegó hace poco de España y cumple el aislamiento en soledad. Mirar su muro en Facebook es una forma de estar con él.

No le gustan las redes. La sorprende la ligereza de las publicaciones, el intercambio selectivo y calculado de likes, el exhibicionismo, la cultura del Me Gusta, pero es un canal inevitable para promocionar la imagen del negocio. Durante la cuarentena, mientras añora la libertad de correr en la calle, la han desconcertado los gruñidos anticapitalistas y antirunners. La excusa del virus para erigirse como paladines del civismo, estirar el índice —o la cámara del celular— y desvestir antipatías más profundas. La digitalización propaga pánico y odio como una pandemia. Esta inquisición le es ajena y jamás pensó que Simón celebraría rabioso la detención de una deportista o aplaudiría las cachetadas de un militar contra un desobediente infeliz. ¿Qué le da derecho a linchar a los demás?

El cielo se ha teñido de naranja y rojo. En poco más de una hora, ella y Mateo aplaudirán el esfuerzo de médicos y enfermeras, policías, basureros, trabajadores de supermercado. Le queda un último sorbo del chilcano. Aún no sabe si el banco le aprobó la línea. En unos segundos, se habrá apagado el sol.