Pandemia

Claudia Paz
Lima, lunes 23 de marzo de 2020

 

“Pandemia causada por coronavirus”, leí en el Instagram de un diario local. Era viernes 13 de marzo de 2020. ¿2020? El 2020 supuestamente era un número hermoso, según mi romanticoide y sentimentaloide modo de pensar. No me creí tal noticia. Era una mañana soleada y calurosa, y había caminado muchísimo hasta mi taller, donde suelo pintar y crear cosas mágicas junto a mis hermanos. Pasaron las horas y se voceaba una posible cuarentena. Al día siguiente, sábado, las noticias comunicaban que el número de infectados había subido en Lima. No lo tomé a la tremenda. Salí a comprar junto a mi hijo Chavi, el segundo, piqueos y una botella de vino para hacerles una visita a mis padres por la tarde. Tomé un taxi de aplicación, el servicio más costoso, para estar tranquila con la limpieza del auto. Pasamos una linda velada. Al despedirme de mis padres, lo hicimos con un abrazo fuerte, acostumbrado.

El domingo por la mañana me tomé en serio la pandemia. Era una avalancha de noticias tristes. Acepté por fin los rumores sobre la cuarentena. Por la noche, el presidente dio la orden del encierro por quince días. ¡Increíble pero cierto! El lunes por la mañana comprendí que el encierro no era un juego. Nunca me gustó agarrar un trapo para limpiar el piso, nunca había tenido un encuentro cercano con ese químico llamado “lejía”, nunca me gustó amarrar una bolsa de basura, ni menos me gustó cocinar. Mis máximos intentos culinarios fueron tallarines con tuco, huevos revueltos con jamón y queso, y jugos de fruta. Paro de enumerar. Llamé a mi hermana Andrea y al finalizar de nuestra conversación me dijo: “Bueno, voy a cocinar unas buenas menestras”. ¿A cocinar?, ¿unas buenas menestras?, ¿yo? ¡Me sentí morir! ¡Quería llorar! Mi alimentación y la de mis críos habían dependido siempre de alguien más. Las cebollas, los ajos y los tomates no habían tenido contacto jamás con mis manos. Un nudo en la garganta. “¿Aló?”, Andrea seguía al celular… “¡No te deprimas! ¡Puedes hacerlo!”. De inmediato revisé tutoriales en YouTube y puse manos a la obra. Abrí nuestra pequeña alacena, saqué una bolsa de alverjitas, las verduras necesarias y me dije “Si una mujer puede cocinar, todas podemos”.

El resultado fue exitoso: alverjitas con arroz, ensalada de cebolla, palta y tomate, y saltado de pollo con cúrcuma, acompañado con agua de piña y como postre, gelatina. “¿Mami, tú has hecho el arroz?, ¿también has hecho arroz?”, me preguntó Chavi incrédulo, “Lo bueno de esta cuarentena es que vas a cocinar tú”. Como dicen las abuelas, “Nada sabe más rico que un platillo hecho por mamá”.

El encierro me ha convertido en una mujer útil en mi hogar.