Fietta Jarque
Lima, lunes 23 de marzo de 2020
Le llaman realidad virtual, ¿no? Parece un oxímoron, un concepto que surge de un choque de palabras que se contradicen. ¿Cómo va a ser real lo virtual? Sí, claro, la poesía se nutre de expresiones que en el duelo de sus significados generan su propia lógica reveladora… No, madre, me dijiste, esto no es literatura. Tampoco es real, ni lo imaginas, pero se vive. Y me lo demostraste. La realidad virtual es esto, insistías y me pusiste ese casco aparatoso que hacía que mi cabeza pesara el doble o que mi cuello se adelgazara como el de un pájaro. Y yo no lo sabía pero justamente me convertiste en un ave poderosa, en un águila. Sí, se llama Eagle Flight, me explicaste. Y como un fogonazo, inesperadamente, todo sucede dentro de mi cabeza. Con ella y ciertos desplazamientos del tronco dominas tus movimientos, porque de pronto estás volando a una altura vertiginosa y a una velocidad a la que no estás acostumbrada. Pero lo sobrecogedor es lo que ves. Es la ciudad de París, totalmente despoblada, con plantas que han invadido calles y edificios, animales que campan libremente por las calles. Y yo vuelo sin poder detenerme. Soy torpe, no sé de videojuegos. Me cuesta bajar o subir en este vuelo sin chocar con los edificios, entrar a callejones que quizá fueron pintorescas calles con cafés llenos de gente y ahí solo hay maleza, abandono, una extraña ruina sin destrucción. Solo ausencia. Una jirafa, una cebra. ¿Por qué? El zoológico abierto, quizá. Y ninguna persona. La humanidad desaparecida por completo. Sin explicación alguna. Solo la intriga del águila, si es que ella se pregunta qué pasó con todos ellos.
Un dron sobrevuela Lima hoy y al verlo vuelvo a sentirme esa águila. Todos los humanos están confinados. En el exterior reina el silencio y una invisible amenaza devastadora. Y hay drones que han grabado videos aéreos de Venecia, Florencia, que te muestran calles de Pekín, Bangkok, Madrid, Nueva York, vacías y fantasmales. ¡Todas a la vez! Vacías, pero florecientes. Mejores sin nosotros. Porque lo que ha desaparecido, las hordas invasoras, dejan ahora ver prodigios antes reservados al dominio de lo irreal como ese París virtual antes de que la maleza lo asilvestrara. Y las más alocadas ficciones se han quedado obsoletas. También queda anacrónico todo lo que ignore este estado de desaparición. Intentas leer y un personaje que baja a la calle, en un acto que no entraña misterio o drama alguno, se convierte en algo como un banquete para el hambriento. Lo antes banal, normal, hoy se ha vuelto inverosímil. Porque en estos días la ficción se vive con los ojos abiertos. Se han invertido los mundos, hemos traspasado el espejo. Todos, todos nosotros. Y es que además, tampoco se trata simplemente de las dos realidades invertidas del espejo, hay un plano más. Porque la realidad que creemos vivir, los paisajes desolados de ciudades abandonadas, los vemos en videos o fotografías, es decir, a través de una realidad intermedia. Porque no puedes salir. No puedes salir de esta cabeza que son tu casa y sus límites. Ese casco de realidad virtual es donde suceden ahora los dramas que provoca el encierro, tanto de los hacinados como de los solitarios. Y afuera, afuera, lo imposible de imaginar ha ganado la partida.