Isabel Menéndez Ibárcena
Lima, martes 24 de marzo de 2020
Hace una semana que estamos en casa, con orden de inamovilidad, a causa de un virus. Si salimos, muchas personas podrían contagiarse y hasta perder la vida.
Me apena ver a la gente que no sigue esta orden; me apena ver a la gente que actúa como si nada pasara, como si fuera dueña del mundo, como si tuviera corona.
Sé que para muchas personas es difícil quedarse en casa, pero lo hacen.
Me encanta estar en casa, igual que a toda mi familia. Hasta a Rufino, mi perro, le gusta estar aquí, feliz de tener a sus humanos cerca. Disfruto mucho de quedarme, y cada vez me cuesta más salir; me pasa lo contrario que al resto.
Cuando estoy en casa, arreglo, limpio, cocino, canto (no muy bien), escribo… O a veces solo descanso. Riego mis plantas, veo florecer mis geranios y mi hortensia, saco las hojas secas, les hablo a mis eucaris… a mi mamá, mi Luz. Ella se fue hace muchísimos años, y cuando partió, sus plantas se fueron con ella. Solo quedó una pequeña, que conservo yo ahora, y que sigue acompañándome. Pero no me la entregó ella.
Una semana antes de casarme, mi prima Rocío me entregó una flor blanca y me dijo “Isa, esta es la flor de la novia, y ha crecido de la planta que me regaló tu mamá; después de once años floreció por primera vez. Este es mi regalo para ti”. Cuando me mudé a este departamento donde vivo, vino conmigo aquel brote que ahora tiene siete hijos, la misma cantidad de hijos que tuvo Luz y la misma cantidad de flores que dio la primera vez que floreció aquí en casa.
No sé por qué cuento esto, será porque pienso en ella ahora más que nunca. En sus consejos, sobre todo en algo que repetía siempre: “Nunca hagas a otro lo que no te gustaría que te hagan a ti”. Y esa frase la tengo tatuada en la médula. Trato, en lo posible, de ser fiel a ella. Por eso me duele ver el egoísmo, la envidia, el odio; me duele ver el daño que pueden hacer las personas y me pregunto ¿para qué?, ¿por qué? Pienso en la falta que me hacen mi mamá y mi papá, la falta que me hacen mis hermanos y mis amigos, en los abrazos y besos que no podemos darnos y que estamos guardando para cuando salgamos de este encierro necesario.
Quiero creer que esto nos cambiará para bien, que comenzaremos a pensar en los otros, que dejaremos de creer que somos los únicos en este planeta, que nos merecemos todo. Quiero creer que al salir nos miraremos a los ojos, que sonreiremos más, que disfrutaremos de cosas más sencillas, que estaremos más unidos, que respetaremos a los animales que son tan dueños del planeta como nosotros. Quiero creer que hay una luz de esperanza. Quiero creer que nadie tendrá corona.