Fronteras/Vocabulario urgente para la emergencia

Rommy Balabarca Fataccioli
Lima, miércoles 25 de marzo de 2020

Una frontera, en términos geopolíticos, es el espacio que divide un Estado de otro. El borde, el límite que contiene esta forma de organismo soberano, es su materialización última. Así, por ejemplo, el Perú tiene una frontera de 10 153 kilómetros, y limita por el norte con Ecuador y Colombia; por el este, con Brasil y Bolivia; por el sur, con Chile; y por el oeste, con el Océano Pacífico. Así lo aprendimos en la escuela, y eso, por ahora, no ha cambiado.

Una frontera también puede medir 10 x 10 centímetros, o 40 centímetros, y hacerse patente en una mascarilla, también llamada barbijo, también llamada tapabocas. El organismo contenido, en ese caso, mantiene su soberanía frente al espacio exterior, que está comprendido por el ambiente pero también por otros organismos que, como él, mantienen ajustadas sus mascarillas o barbijos o tapabocas. Cuando un Estado apela al estado de emergencia, sin embargo, estos organismos, que viven bajo el mismo Estado, viven, sobre todo, en estado de pánico. La soberanía se ejerce individualmente cada vez que un otro se aproxima y las fronteras de gasa, papel toalla o algún material sofisticado se levantan para cubrir el rostro.

Una frontera, por otro lado, también puede medir de un metro ochenta a dos metros y ser invisible. Esta es la distancia —es nuestro aprendizaje más reciente— que debemos mantener entre los organismos para preservar nuestra integridad, pues no sabemos si ese otro es ya un enemigo molecular, un contaminado, un intocable. Para hablar con verdad, tampoco sabemos si somos nosotros los otros.

Un metro ochenta, además, es, en promedio, la máxima longitud de los tiros que encontramos en el mercado para enlazar a nuestros perros. De sus collares colgamos la cuerda que va a prenderse de nuestras manos cuando los sacamos a pasear o, dentro del estado de emergencia, apenas a vaciar vientre y vejiga en el exterior. El tiro, entonces, bien puede servir para visibilizar la distancia ineludible entre uno y el otro, una forma más de frontera.

En estado de emergencia, un hombre o una mujer con un perro en la calle se convierten automáticamente en enemigos públicos y encienden las alarmas: han transformado la condición de emergencia en estado de sitio. Los agentes del orden, en este nuevo orden, están premunidos de toda autoridad para echar abajo las fronteras de cualquier organismo atado a un can, ejercer violencia contra él, someterlo hasta desactivarlo, y detenerlo por alterar el orden y amenazar la vida de la comunidad. Para una mayoría, una persona que se desplaza con un perro es, por estos días, la máxima expresión de la desestabilización social, un símbolo del pánico, una marca móvil insolente; para una minoría, un ícono de la resistencia.

Es así como se pierden las fronteras de la forma humana.