Una ciudad para perderse es la historia de dos guerras. La primera: un matrimonio que se desbarranca, que termina. La segunda, la del abuelo de la protagonista, un militante aprista deportado a Francia de finales de los años 30
En medio de un panorama absolutamente desolador, de muerte y confinamiento, producido por el COVID19, la lectura es una herramienta que nos permite palear estos procesos llenos de angustia, miedo y desolación. Una ciudad para perderse (Animal de Invierno, 2018), de la editora y autora Mayte Mujica, es una novela hecha de paisajes familiares, universos femeninos, recuerdos de la infancia, conflictos políticos. En suma, un itinerario emocional que constituye una apuesta por la vida. Su relectura, en una coyuntura como la actual, es necesaria. Sobre este magnífico título charlamos con la autora.
-Mayte, releer Una ciudad para perderse en una coyuntura de confinamiento en donde campea la desolación, el desasosiego, me lleva a esta zozobra que vive la protagonista en medio de un matrimonio en crisis. ¿Cómo percibes al país en esta actual cuarentena?
Es un escenario que no solo ha sido imaginado sino también vivido en geografías menos extendidas. El paisaje es aterrador. La gente se muere en el pasillo de un hospital. Al mismo tiempo, todo empieza a moverse, las calles a estar más transitadas, la gente a trabajar porque lo necesita. Es muy extraño, duro, difícil de encajar. Luego, creo que la idea de que la vida tal y como la conocemos puede cambiar de un momento para otro también tendrá sus efectos. Ahora, dentro de casa, quienes tenemos suerte, hacemos lo posible para pasarla bien, para que nuestros hijos sigan jugando, para que no nos domine la ansiedad o la incertidumbre. Para que, a pesar de todo, la vida prevalezca.
-Antes de consultarte sobre algunos puntos de tu libro permíteme preguntarte… ¿Qué reflexiones te deja este periodo de confinamiento?
Primero, que ha dejado al descubierto la precariedad. Como en ese cuento en el que, de pronto, un niño grita que el emperador va calato. El más evidente, el sistema de salud. Otro, los penales. Otro, la indefención de las personas que se ganan el día en la calle. Otra, las industrias culturales. Es cierto que el virus de algún modo nos sitúa a todos en una situación vulnerable. Pero también ahonda las brechas. Hay que repensar el Estado.
-Desde lo emocional, el tejido entre la aflicción de un matrimonio en crisis y las experiencias de vida de un dirigente del APRA en exilio, en medio de la Segunda Guerra Mundial, denotan las carencias, los miedos y amenazas en las que están sumergidos sus protagonistas. ¿Cuáles son los grandes puntos de confluencia entre ambas historias, ambos personajes?
No me gusta explicar mi propio libro. En todo caso, son ideas que han venido después. Usualmente cuando me lo han preguntado y me han obligado a pensar. Mi proceso de escritura ha sido más bien intuitivo. Entonces, desde ese lugar puedo decirte que son dos guerras muy distintas. Una que está afuera y la otra, por debajo de la superficie. Una inmensa, la Segunda Guerra Mundial, y la otra, doméstica, personal. Sin embargo, ambos conflictos van cercando a los personajes hasta que tienen que tomar una decisión.
– Hablemos de las militancias políticas. De aquellas de grandes personalidades, grandes políticos que ya no existen. Desde hace varios quinquenios el Congreso no cuenta con seres políticos éticos. ¿Cómo cambió ese ser militante, ese ser político?
No lo sé con exactitud, quizá el último intento genuino de crear un país fue el proyecto de Velasco. El primer gobierno de García mató al APRA. Luego Fujimori liquidó a los partidos políticos. De un tiempo a esta parte lo único que ha importado ha sido el modelo económico. No hay convicciones, no hay compromisos, no hay una promesa de país. Pero tampoco podemos generalizar. Hay congresistas excelentes como Alberto de Belaunde.
-Finalmente. Los ejes de Una ciudad para perderse lo constituyen el tema de la memoria histórica familiar e individual. Sin embargo, percibo que la historia del militante aprista en exilio tiene un particular/especial tratamiento. ¿Estamos ante un tributo, un homenaje…?
Esa historia está inspirada en la vida de mi abuelo Nicanor a quien tuve la fortuna de conocer. Al comienzo, en realidad, yo quería escribir sobre mi abuela, pero no pude. No logré encontrarla ni en los documentos ni en los diarios ni en los cuadernos de mi abuelo. Espero poder hacerlo algún día, servirme de la ficción para encontrarla. Crecí escuchando las historias de mi abuelo, contadas por él mismo y por la familia. Es también un homenaje a mi padre, al niño que sobrevivió la Guerra, el hambre, la ausencia de un padre. Es un alivio para mí que haya podido leerla antes de morir.
Sobre la autora
Mayte Mujica (Lima, 1978). Estudió Periodismo. Fue editora de los sellos de ficción y no-ficción del Grupo Santillana. Actualmente se dedica a la edición y creación de contenidos, tanto a nivel corporativo como independiente.
Me encantó la entrevista a Mayte, a quien conozco. Demuestra mucha seguridad, y un amor inmenso a su abuelo, rindiendo un gran homenaje a su padre queridísimo.
Gracias por sus comentarios