«Cada libro, sea de cuentos o novela, tiene mucho de confrontarse con el mundo de las palabras y con la propia vida, también de sumergirse en una misma, y conforta que cada uno pueda tener un espíritu particular, un toque único, singular», señala la narradora en la presente interviú. Entrevista y fotos: Rosana López Cubas
La escritora y antropóloga cusqueña Karina Pacheco Medrano acaba de publicar Lluvia (Seix Barral, 2018), libro de cuentos que reúne nueve relatos cuyas tramas nos conducen por una diversidad de historias que ofrecen un paneo de temas como la memoria, la identidad, la violencia sutil y manifiesta, lo erótico y lo tanático, abordados desde el realismo y lo fantástico. “Lo fantástico está cargado de simbolismo y esto es algo muy rico para la literatura. Varias veces me ha supuesto el único puente para llegar a la médula de una historia sugerente o desafiante…”, dice la autora.
Cabe destacar que Lluvia(Seix Barral, 2018), se presenta oficialmente la próxima semana en la ciudad del Cusco. Asimismo, el 23 de octubre en Lima, y el 27 de octubre, en la FILSA, Feria Internacional del Libro de Santiago. Al respecto, Lima en Escena charló con la escritora.
– Karina Lluvia es tu nuevo título de cuentos, el cuarto de tu producción cuentística. Al igual que con tus novelas, en cada nueva entrega los lectores experimentamos cambios sustanciales en lo estilístico, lo escritural. Su lectura nos revela una distancia significativa con tus libros de cuentos previos. ¿No?
-En realidad es mi tercer libro de cuentos dado que Miradas, publicado en 2015, es una antología que recoge una selección de ocho cuentos de mis libros Alma alga (2010) y El sendero de los rayos (2013), más un relato inédito. En estos cinco últimos años he abordado muchas nuevas lecturas y proyectos literarios y he atravesado por experiencias de vida bastante intensas; imagino que todo ello me ha impulsado a las nuevas exploraciones narrativas que se expresan en Lluvia. Quizás, el hilo común con los libros anteriores es la diversidad temática y los abordajes sobre la memoria, la identidad, lo erótico y tanático, si bien, han sido trazados con miradas y estilos que le dan un toque distinto. Me alegra que esto se pueda notar en Lluvia. Cada libro, sea de cuentos o novela, tiene mucho de confrontarse con el mundo de las palabras y con la propia vida, también de sumergirse en una misma, y conforta que cada uno pueda tener un espíritu particular, un toque único, singular.
-Los relatos “Todo es un juego” y “Al final de la lluvia” nos ofrecen historias que se desplazan por atmósferas cuyos elementos conllevan un realismo fantástico bien marcado. ¿Estás de acuerdo con esta percepción?
-Es cierto. Lo fantástico está cargado de simbolismo y esto es algo muy rico para la literatura. Varias veces me ha supuesto el único puente para llegar a la médula de una historia sugerente o desafiante. Cuando hay niños implicados en una trama, los elementos fantásticos fluyen sin dificultad y esto es lo que ocurre en “Todo es un juego”. Por lo general los niños se mueven con naturalidad en un mundo donde los seres fantásticos son tan reales como los adultos de carne y hueso que los rodean, y tantas veces ese mundo fantástico es el único capaz de arrojarles salvavidas para atravesar abandonos, situaciones angustiantes o incluso traumáticas.
– A lo largo de tu carrera como escritora el tema de la violencia política ha estado presente en gran parte de tus libros; novelas y cuentos. Lluvia no escapa a esta preocupación temática. ¿Qué nos dejó la guerra interna? ¿Qué heredamos?
-Es un tema que me interpela como ciudadana, en primer lugar. El último periodo de violencia política y las pretensiones de olvido o, peor aún, de negación que hay sobre los crímenes que se cometieron desde el Estado (hay muchos peruanos que solo quieren ver las violaciones a los derechos humanos cometidas por el terrorismo, y pasan por alto lo demás, como si hubiéramos sido un país de buenos a un lado y malos al otro) me deja la constatación de que seguimos siendo un país que una y otra vez pretende construirse sobre millares de muertos que no tienen derecho a sepultura ni justicia ni piedad. Digo esto porque la violencia del periodo 1980-2000 no ha sido la única ni la más bárbara que el Perú haya sufrido en el siglo XX, ni es la única sobre la que rápidamente se pretende echar tierra para evitar cuestionamientos profundos y trágicos de qué manera banales construimos un país, de cómo seguimos dominados por un orden mental racista y colonial. Menciono esto porque el holocausto cometido hace un siglo contra las poblaciones amazónicas en favor del boom del caucho es una atrocidad sobre la que como país seguimos sin dar cuenta. La Amazonía sigue siendo vista como territorio para la explotación de recursos o para el turismo; sus poblaciones observadas como bárbaras, lastres para el desarrollo económico, “ciudadanos de segunda clase” como llegó a vociferar nada menos que un presidente de la República hace pocos años. Si nos remontamos más atrás, más casos de masacres contra “los bárbaros” y perpetración sistemática de olvido encontraremos. Casi siempre se trata de muertos que no cuentan para un país racista y sumamente estratificado: muertos pobres, muertos y familiares sin capacidad de acceso a la justicia, muertos indígenas. Tantos millares de muertos sin enterrar, tantos cuerpos destrozados, violados o desplazados en nombre del desarrollo, la paz o “el futuro” me perturban, me interpelan, pero también me acompañan; y yo escribo de lo que me perturba, de aquello para lo que no encuentro palabras de no ficción que puedan traducir con precisión aquello; supongo que a esto se debe que la violencia política y la memoria de las violencias sean temas que sobrevuelan varios de mis cuentos y novelas.
-El tema de pareja nos abre a elementos como la seducción, el erotismo, que en un par de entregas nos parecen relevantes. ¿Su abordaje pesa en la trama?
-Las relaciones de pareja pueden sacar lo mejor y lo peor de cada uno, también nos revelan facetas propias que desconocemos de nosotros mismos hasta que nos adentramos en ese mundo complejo que es una relación íntima, llena de aprendizajes y juegos, juegos que muchas veces terminan convertidos en negociaciones y relaciones de poder. De qué manera las relaciones de pareja y nuestras propias pulsiones nos envuelven y nos pueden elevar o entrampar me parece un tema fascinante, que he abordado de un modo un poco más prolijo en algunos cuentos de este libro.
-Igualmente, la violencia de género, una preocupación global.
-Una preocupación global que sin embargo permanece sumamente extendida en la mentalidad de hombres y mujeres y que, por otro lado, se justifica con argumentos terribles por el peso que tienen para las personas: la defensa de la familia, la idealización de “el vivir en pareja” o “el amor lo aguanta todo”, el cuidado de las “tradiciones y las buenas costumbres”, “el mandato de Dios”, la asignación de roles estrictos a lo masculino y femenino para un supuesto buen funcionamiento de la familia y la sociedad. Pero también es interesante ver cómo hay otros tipos de violencia menos manifiesta, menos pautada, que puede ir filtrándose incluso en las relaciones de pareja que se consideran muy liberales y modernas, hasta terminar aniquilando la voluntad y la misma personalidad de alguno de sus miembros. Ese es un asunto que he explorado en uno de los cuentos de Lluvia.
-La mano de la antropóloga, la investigadora y la viajera, la percibimos a través de las descripciones que haces de las geografías involucradas en cada una de las historias. Imaginamos que todos estos espacios tienen un vínculo con los lugares por donde peregrinas…
-Como lectora y escritora la literatura me tiene encantada, de hecho, cada vez me cuesta más escribir en el lenguaje académico de las Ciencias Sociales; pero debo decir que el trabajo de campo antropológico, que innumerables veces me ha llevado a recorrer territorios muy singulares y recoger historias de muchas personas con vidas radicalmente diferentes a la mía (con el fin de entender un grupo social, una situación de conflicto o transformación cultural, una historia regional, exigidas para el trabajo antropológico), me ha llenado la cabeza de imágenes, voces, texturas e historias sugerentes que me sacan de mí (o quizás más bien se siembran en mí) y que a la hora de escribir se convierten en exploraciones o protagonistas de mis relatos y novelas. Vivimos en un país megadiverso, tanto en términos de culturas como de geografías, y me siento afortunada por conocerlo un poco más a fondo que el promedio por mi faceta de antropóloga y otro tanto por mi pulsión viajera.
-A propósito de estos escenarios, las nueve entregas tienen un punto que las une: su cartografía. Los espacios por donde transitan los personajes: poblados, ríos, mares, se tejen de manera magistral con un mundo onírico en donde lo simbólico y lo mitológico cobran vida especial.
-Hace muchos años leí una antología de cuento japonesa (no recuerdo el título) que incluía la historia de un árbol al que una vez al año la gente peregrinaba para entregar a sus ramas una cinta con un deseo; al cabo de otro año, volvía y el árbol devolvía las respuestas. Una joven había pedido que le enseñara a escribir poesía; lo que aquel árbol le reveló es que contemplara con atención la naturaleza. Siento que la narrativa también se puede nutrir de la contemplación de aquello que observamos en la naturaleza, sean paisajes naturales o urbanos. Creo que estos tienen una capacidad profunda para sugerirnos cosas, para ofrecernos metáforas, susurros, grandes preguntas, y su presencia es tan real como la de los personajes humanos que nos rodean. Así lo siento y supongo que de allí viene el peso de la naturaleza en mis escritos. Con los mitos me ocurre algo similar, hay algo de fuego primigenio en ellos, cuya fuerza viene acaso de las primeras preguntas que los seres humanos se hicieron frente al quién soy, de dónde vengo, hay algo más allá, dónde empieza todo, cómo explico el amor, el dolor, la muerte… Me dejo llevar por el susurro de los mitos, también por el de los sueños.
Sobre la autora
Karina Pacheco Medrano (Cusco, 1969), es doctora en Antropología de América y experta en Desigualdad, Cooperación y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado las novelas Las orillas del aire (2017); El bosque de tu nombre (2013); Cabeza y orquídeas (2012), ganadora del Premio Nacional de Novela Federico Villareal 2010; La sangre, el polvo, la nieve (2010); No olvides nuestros nombres (2009 y 2015), ganadora del Premio Regional de Novela 2008 del Instituto Nacional de Cultura de Cusco; y La voluntad del molle (2006 y 2016).
También es autora de los libros de relatos Miradas. Antología de cuentos (2015); El sendero de los rayos (2013), Premio Luces y Artes de El Comercio a mejor libro de cuentos publicado en el 2013; y Alma alga (2010). Sus cuentos han sido publicados en diversas revistas y selecciones literarias dentro y fuera del Perú. Dirige Ceques Editores, editorial independiente especializada en Historia, Antropología y Literatura. Dedica su tiempo libre al montañismo.