Gabriela Ferrucci: “La escritura me permite sanar”

La pandemia global que se vive a nivel mundial actualmente impidió que la académica y autora del título: No quiero ser una cifra presente su libro de manera oficial. Sin embargo, en estos días de nueva normalidad, el libro ya esta disponible en las librerías locales. Momento propicio para charlar al respecto. Fotos: Caro Black Tam  

Vivió un puñado de años en medio de la agresión física y psicológica. Pensó que la vida en pareja tenía esas características. Abrigaba la ilusión que toda esa carga de agresividad de parte de su compañero terminaría. Creía que en algún momento su novio cambiaría. Falso. Nada cambió. Los gritos, los insultos, las patadas, continuaban. El rostro morado igual. Lamentablemente toda esa conducta machista y misógina de su pareja estaba impuesta y normada en su pequeña casa.

¿Cambió todo este proceso de violencia de género?… Claro que sí. La víctima decidió terminar con esta relación y volver a una vida normal, de convivencia con su familia y amigos. Con sus alumnos y colegas. Como resultado de esta experiencia surgió el libro No quiero ser una cifra. Precisamente, Lima en Escena charló con la autora Gabriela Ferrucci.

-Gabriela, en lo personal, ¿qué implicó escribir No quiero ser una cifra?

-Ha sido un proceso doloroso. He tenido que rascar costras, reabrir heridas, recordar lo que había olvidado como mecanismo de defensa. Empecé a escribir con mucha rabia, con un poco de culpa que aún sentía. No pretendía más que lograr que, al fin, algo, en este caso la escritura, me sanara y sea el punto final de esa parte de mi historia. Quería que el libro destruyera o, al menos, alejara de mí esa gran mochila que cargaba. Quería creer que la escritura me permitiría empezar a sanar. Y así fue. Después de 10 años de haber terminado esa relación violenta, creo que he empezado a sanar, perdonándome y abrazándome.

-¿Por qué normalizamos la violencia sistemática ejecutada por nuestras parejas, nuestros agresores?

-Lo hacemos porque es lo que hemos aprendido. La familia, el colegio, los medios de comunicación nos enseñaron a que las peleas, los insultos e, incluso, los golpes eran parte de una relación de pareja y debía, además, ser tratado de forma privada. Era un tema de pareja. El llamado “amor romántico” nos ha hecho mucho daño: “somos uno”, “los celos son muestras de amor”, “el amor lo puede todo”, entre otros. Ahora, hay más información para las chicas y me parece excelente. Las mujeres de otras generaciones no tuvimos la misma suerte. Sin embargo, creo que, por más que a las niñas y adolescentes se les enseñe a que la violencia en la pareja no está bien -por decirlo de alguna manera- creo que el problema es estructural y que hace falta que muchas cosas cambien, por ejemplo, la masculinidad tóxica.

-Por miedo, por vergüenza, una mujer violentada lleva una doble vida. La oscura y la de luz. Inevitablemente están sumergidas en un espiral de mentiras, de ficciones. ¿A qué le atribuyes estas manifestaciones?

-Tenemos que ocultar lo que pasa porque a la mujer víctima de violencia de género se le revictimiza: no se le cree, se le insulta, se le echa la culpa. ¿Quién va a querer pasar por todo eso una y otra vez? Mentimos por vergüenza. Yo era una mujer de 30 años, independiente y profesional. ¿Cómo alguien como yo iba a decir que su pareja la agredía? Además, no solo les mentimos a los demás. Nos mentimos a nosotras mismas: él va a cambiar; yo lo voy a hacer cambiar; el amor lo va a hacer cambiar. El agresor no cambia.

-Pese a vivir y en muchos casos asumir un activismo feminista aparentemente activo, crítico con la cultura patriarcal existente, imperante, un buen porcentaje de mujeres viven aún con la idea del “príncipe azul”. ¿Qué tan difícil es despertar de esta enajenación?

-Es muy difícil. El proceso de deconstrucción es doloroso. Abrir los ojos y darte cuenta de que te han estado violando o agrediendo tanto tiempo es terrible. Darte cuenta de que, en ese momento, lo normalizaste y no hiciste nada te hace sentir culpable, que hiciste las cosas mal. Por otro lado, descubrir que la historia de Disney, la de la princesa salvada por el príncipe, es solo un cuento para que las mujeres sigamos siendo oprimidas, invisibilizadas y violentadas es fatal. Despertar de esa enajenación es doloroso, frustrante, difícil y toma tiempo, pero es la única manera de liberarte y de liberar a las demás mujeres.

-Desde tu mirada, tu experiencia. ¿Qué pasó con las mujeres después del surgimiento del #MeToo?

-Las mujeres empezamos a sentirnos menos solas, a saber que no éramos a las únicas a quienes habían violentado. Y empezamos a dejar de quedarnos calladas, a descubrir que sí nos habían maltratado, que sí nos habían humillado, que sí nos habían abusado sexualmente. También, empezamos a aprender a advertir las señales, a decir que no, a tener menos miedo. Sin embargo, creo que hay mucho por hacer y que ya no depende solo de las mujeres lograr una sociedad igualitaria y menos agresiva con nosotras.

– Consideras que todo lo que implicó escribir y publicar No quiero ser una cifra es una forma de sanación, de reparación…

-Pasé diez años tratando de olvidar, pero escribir este libro me enseñó que el olvido no es la manera de sanar, al menos para mí. Cada mujer tiene su forma de enfrentar su propia experiencia de violencia de género. Cada una tiene su propio proceso, sus propios tiempos: algunas denuncian, algunas callan, algunas hablan con sus amigos o familiares, algunas canalizan todo ese dolor en algo significativo y positivo para ellas, algunas escriben un libro. Por eso, mi libro no ofrece la fórmula para sanar, porque no existe.

En mi caso, la publicación de No quiero ser una cifra (porque no solo implica escribir el libro, sino también ser leído) sí ha significado una forma de sanar. Me he perdonado y esa es para mí la reparación que esperaba.

-De otro lado, el libro se acompaña, se complementan con ilustraciones, fragmentos de canciones, poemas. ¿Cómo desarrollaste este tejido?

-Durante el proceso de escritura, no estuve sola. Me acompañaron Manuel Fernández, mi editor, y María José Castro, la ilustradora. Ambos son grandes amigos míos. Cuando Manuel me propuso escribir el libro, de inmediato, pensé en que debía ser ilustrado y que las ilustraciones tenían que ser las de Majo. No teníamos ni idea de qué forma iba a tener el producto final; lo único que sabía era que tenía que estar ilustrado por ella. Necesitaba sus dibujos (siempre los he amado), pero también necesitaba a una de mis mejores amigas a mi lado. Entre las dos decidimos que no queríamos que las ilustraciones repitieran el significado del texto. Queríamos que las ilustraciones aportaran nueva información, nuevas emociones, nuevas sensaciones. Cuando terminaba de escribir un capítulo, se lo mandaba a Majo y le decía: “Dibuja lo que sientes como lectora. No dibujes lo que siente o dice Gaby.” Tenemos la idea de que las ilustraciones son tan importantes como el texto, incluso que son texto. No son un complemento. También decidimos que las mujeres ilustradas no serían Gaby, serían cualquier mujer, por lo que cada ilustración representa a una mujer distinta. Las letras de las canciones y los fragmentos de poemas aparecieron al final, un poco como banda sonora del libro.

-Finalmente. Dos seres de vital importancia figuran en tu título. Tu mamá y Teo. Hasta qué punto es significativo tener de cerca a un familiar de envergadura como una madre, y una mascota, en situaciones de violencia de género.

-Una red de contención es muy importante, sin duda; sin embargo, cuando una está inmersa en una relación violenta, contradictoriamente, te alejas de todas las personas que te pueden ayudar. Durante los siete años que duró mi relación, mi familia y mis amigos ignoraron lo que pasaba. Sabían que era una relación tóxica, pero nada más. La publicación del libro ha supuesto que todos ellos lean, por primera vez, lo que realmente viví, lo que me crea un poco de culpa, sinceramente. Por eso, siempre les digo: “Cuando termines de leer el libro o cuando lo estés leyendo, recuerda que estoy viva y que estoy bien.”

Entonces, durante el tiempo que duró mi relación, estuve sola, ocultando siempre lo que me pasaba y tratando siempre de “lavarle la cara” a mi relación y a mi, entonces, pareja. El que sí estuvo, todo el tiempo conmigo, a partir del cuarto año de relación fue Teo, mi hijo cuadrúpedo. Me atrevería a decir que él me mantuvo viva, porque, cada vez que sentía que ya no daba más, lo miraba y me repetía: “Él te necesita, no lo puedes dejar.” Por eso, Teo tiene un lugar especial en la historia.

La parte final del libro es una conversación que tuve con mi mamá el día que terminé de escribirlo. Fue la primera vez que nos sentábamos a hablar sobre lo que me había pasado. Creo que fue muy importante hacerlo como parte de mi proceso de sanación. Ella siempre ha estado a mi lado; siempre ha corrido a buscarme cuando yo la he llamado, siempre. Estoy segura de que, si ella o mi papá o mi hermana hubieran sabido lo que vivía, me hubieran salvado en ese momento.