Fernando Iwasaki: “El cuerpo barroco es fascinante…”

El autor peruano presenta el nuevo título ¡Aplaca, Señor, tu ira! (FCE Perú) este 02 de noviembre en la 39 Feria del Libro Ricardo Palma. ¡Están todos invitados!

Sobre este nuevo título, el académico español Fernando R. de la Flor, expresa: «Hay en este libro sabio una defensa de lo que ha podido pasar por subalterno y, en correspondencia, una apertura hacia la noción de «totalidad». Dentro de ella comparecen en tropel los demonios y los olores; las extracciones dentarias y la propia «física», que fue entendida de una forma que la consagró en cuanto sagrada: «física sagrada». A lo último: lo que existe, y lo que se supone que significa lo que existe y lo que no, recibe aquí el sacramento de una interpretación que es ciertamente la última, hasta nueva orden, hasta nuevas reaperturas”.

Por su parte, Fernando Iwasaki, el autor señala: “Solemos pensar que el barroco fue un compendio de supersticiones y se suele asociar la superstición al pueblo llano. Lo primero que hice fue desterrar aquel prejuicio porque el imaginario barroco era compartido por la élite y la plebe, las colonias y la metrópoli, los eruditos y los ignorantes, los clérigos y los seglares. Todos compartían la misma lectura simbólica del mundo y todos decodificaban por igual una retórica que les permitía realizar las conexiones imaginarias correspondientes entre las tormentas y la lectura de libros prohibidos, las epidemias y los cometas, las sequías y el demonio, los terremotos y el pecado nefando. Aquellas conexiones imaginarías suponían una racionalidad con la que trabajó el propio Descartes. Y por supuesto, aquel imaginario fue en cierta forma global”.

Para charlar sobre este nuevo e interesante libro, Lima en Escena entrevistó al escritor Fernando Iwasaki.

-Fernando, cuéntenos cómo surgió su interés por retomar este trabajo del barroco en el Perú, investigación de años que da como resultado el título ¡Aplaca, Señor, tu ira!, su reciente libro.

-Dediqué a esta investigación casi diez años, entre 1988 y 1997. Por entonces dirigía una fundación cultural privada andaluza y mis hijas eran muy pequeñas, así que necesitaban toda mi dedicación personal y económica. Nunca dejé de leer sobre el barroco ni de colaborar con facultades de historia de distintas universidades, pero reconozco que entonces no era una prioridad rematar aquella investigación. Sin embargo, en cuanto mis hijas se independizaron decidí renunciar a mi trabajo para volver a la enseñanza universitaria y así reconquisté un tiempo valioso para leer, investigar y escribir. En aquel momento dos amigos, Luis Millones y Juan Marchena, me instaron a retomar mis trabajos sobre el barroco y así fue como puse punto final a estos veinte años de elaboración.

– ¿Cuál es la contribución de ¡Aplaca, Señor, tu ira! a los modelos de historiografía colonial presentes en el Perú? ¿Cuáles son sus puntos de continuidad con relación a dicho modelo y los demarques o nuevas perspectivas que introduce su libro?

-Quizá la diversidad de fuentes, así como haber recurrido simultáneamente a la geografía, la astronomía, la medicina, la filosofía y la historia de la ciencia. Muchos historiadores peruanos habían realizado excelentes trabajos sobre cada uno de esos temas por separado, pero estaba por hacer la conexión entre todos ellos. El imaginario barroco lo unía todo y sólo era preciso empalmar los cables pelados. No obstante, la tarea de leer los libros del siglo XVII para sumergirme en el imaginario de la época no habría podido conseguirlo en tres o cuatro años, así doy por bien empleados los veinte años que he dedicado a adquirir la cultura de un hombre del barroco hispánico.

– La concepción cultural de lo imaginario y lo maravilloso en el período histórico que abarca su investigación, siglo XVII, no solo aporta un sustento discursivo (una explicación que aclara y manifiesta) sino que modela a la sociedad de la Lima colonial en su conjunto, determinando las formas existenciales del pensar, sentir, padecer y convivir. Tratándose, en este sentido, de una lógica y de una retórica sensible, a la vez mundana y especular, imago y carne de una época, lo imaginario, según su visión historiográfica y filosófica, debe ser pesquisado como el expediente de una racionalidad –no una superstición– global, vinculante.

-Sin duda. Solemos pensar que el barroco fue un compendio de supersticiones y se suele asociar la superstición al pueblo llano. Lo primero que hice fue desterrar aquel prejuicio porque el imaginario barroco era compartido por la élite y la plebe, las colonias y la metrópoli, los eruditos y los ignorantes, los clérigos y los seglares. Todos compartían la misma lectura simbólica del mundo y todos decodificaban por igual una retórica que les permitía realizar las conexiones imaginarias correspondientes entre las tormentas y la lectura de libros prohibidos, las epidemias y los cometas, las sequías y el demonio, los terremotos y el pecado nefando. Aquellas conexiones imaginarías suponían una racionalidad con la que trabajó el propio Descartes. Y por supuesto, aquel imaginario fue en cierta forma global.

– Subyace en ¡Aplaca, Señor, tu ira! el intento de elaborar “un manifiesto por la historia del imaginario colonial”. Para tal propósito, su investigación ha debido enfrentarse a un “pensamiento periclitado” y un “derribo cultural”. Al respecto, ¿cómo pensar y escribir sobre materiales en situación ruinosa y dispersa? ¿Mediante qué recursos usted articula la historia del imaginario barroco colonial cuando los sujetos y categorías que le dieron forma no sobreviven? Acaso, ¿cumple un rol fundamental la literatura en esta tarea reconstructiva y de imaginación crítica?

-Los hombres y mujeres del barroco ya no existen, pero nos han dejado pinturas, composiciones musicales, edificios civiles y religiosos y una ingente producción intelectual y literaria, entre otros fragmentos que podrían asociarse a un «derribo cultural» o a un «paisaje después de la batalla». Los historiadores tenemos que trabajar con esas ruinas tal como hacen los arqueólogos con el material de sus investigaciones. La diferencia está en que las claves para interpretar aquel «pensamiento periclitado» está en los libros que escribieron y durante décadas no les hemos prestado atención porque se nos antojaban un hatajo de disparates y supersticiones. Pensemos -por ejemplo- en las autobiografías de las santas extáticas y las monjas coloniales, ¿quiénes las leían hace veinte años? Hoy, sin embargo, constituyen una fuente imprescindible para los estudios de género.

– En ¡Aplaca, Señor, ¡tu ira! el cuerpo –con sus estragos, pudores, castigos y santidad–, da cuenta de una dimensión escatológica y salvífica que lo sitúa a escala cosmológica pero también en medio de los detritos y humores liberados por la sociedad que lo normaliza. ¿Qué función sintomática e ideológica tiene el cuerpo en su manera de exponer y articular la historia del imaginario colonial?

-El cuerpo es uno de los nuevos «personajes» de la historia y la crítica literaria contemporánea. Lo que ocurre es que para el «Instagram» barroco el cuerpo debía ser doliente, martirizado, desnutrido, hediondo y macerado. Cuesta imaginarse algo así desde una época hedonista como la nuestra, que exalta la lozanía, la juventud, los músculos y la delgadez, ideales que -por cierto- suponen otra retórica del cuerpo de la que no corresponde hablar ahora. Sin embargo, el cuerpo barroco es fascinante precisamente porque está en las antípodas del cuerpo posmoderno y así resulta sorprendente analizar las connotaciones de sus estragos hasta sus últimas consecuencias escatológicas. No olvidemos que en uno de sus poemas Vallejo definió al ser humano como un «lóbrego mamífero» que encima «se peina».

– Resulta muy interesante en su libro el modo en que diserta sobre la percepción que se tenía en el siglo XVII de los fenómenos naturales y su carácter catastrófico (inundaciones y terremotos). Podría ahondar en este punto, y comentarnos en relación con nuestro presente histórico cuánto ha cambiado esa percepción, o si se mantiene solapada entre los pesares, miedos y esperanzas modernas.

-Los últimos rescoldos del barroco arden todavía en la percepción contemporánea de los desastres y las catástrofes naturales. Pienso en los huaicos, huracanes, terremotos y tsunamis que han arrasado distintos puntos del planeta -desde Indonesia hasta Italia pasando por Chile, Nueva Orleans y México- y cada uno de esos cataclismos ha exacerbado lo que Agamben ha definido como «condición de criatura». Por otro lado, en Miedo líquido Zygmunt Bauman describió cómo los desastres naturales abren cráteres de «horrores inmanejables» incluso en nuestra modernidad laica y descreída, como si el miedo a la destrucción fuera lo único sólido que se mantiene en pie en estos tiempos líquidos que vivimos.

– Finalmente, ¡Aplaca, Señor, tu ira! sin duda nos ayuda a conocer mucho más y bajo nuevos puntos de vista el imaginario barroco de la Lima colonial. Pero es también otro gran mérito de su libro ayudarnos a entender la posición de España en una época marcada por los avances racionalistas de la ciencia europea. ¿Podría comentar sobre la supervivencia del barroco en España, la resistencia de una cierta hermenéutica barroca, delirante y omnicomprensiva?

-Si algo he aprendido estudiando el barroco del siglo XVII, es que las sociedades coloniales americanas no eran ni más atrasadas ni menos racionalistas que otros reinos de la Europa católica. Y no sólo me refiero a España, sino a Italia, Portugal, Irlanda y gran parte de Francia. Un olvidado agustino limeño -fray Baltasar Campuzano y Sotomayor- publicó en Madrid y Roma una serie de libros como Planeta Católico (1646), Parabién a la Iglesia Católica Romana en la conversión de Christina Alexandra Reyna de Suecia (1656) o Día y Noche: Discursos morales sobre el contagio de la peste en Roma (1657), donde interpretaba en clave barroca global asuntos europeos, amazónicos, médicos y monárquicos. Fray Baltasar Campuzano y Sotomayor no fue un caso aislado, pues hubo numerosos mexicanos y limeños que se codearon con las principales figuras de la ciencia y las letras europeas de su tiempo. Por lo tanto, la omnicomprensiva hermenéutica barroca no sólo era patrimonio de España o Europa sino también de ciudades americanas que tenían universidades con cien años de antigüedad y que contaban con intelectuales y científicos que publicaban tratados que no disonaban con los que circulaban por la Europa católica del siglo XVII.

Sobre Fernando Iwasaki

Es historiador, crítico y escritor interesado en los estudios culturales con énfasis en las identidades, los imaginarios, las globalizaciones, la literatura comparada y la historia de las religiones. Es autor de Extremo Oriente y Perú en el siglo XVI (1992), Republicanos: cuando dejamos de ser realistas (2008), Nabokovia Peruviana (2011), Mínimo común literario (2014) y Nueva Corónica del Extremo Occidente (2016), entre más de treinta títulos que incluyen novelas, ensayos, relatos, crónicas y compilaciones de artículos. Es doctor en Historia de América y profesor titular de Retórica en la Universidad Loyola Andalucía de Sevilla.

Feria del Libro Ricardo Palma – Parque Kennedy
Presentación de libro ¡Aplaca, Señor tu ira!
Auditorio: Antonio Cisneros
Participan: Luis Millones, Marcel Velázquez, Cristóbal Aljovín y Fernando Iwasaki.
Día: viernes, 2 de noviembre
Hora: 7:00 p.m