Desde que terminé de leer “Sexo, amor y otros placeres de la lengua”, de Marco Aurelio Denegri, hace unos meses, deseaba escribir estas líneas… Nunca es tarde así que aquí estamos

El día de hoy me declaro abiertamente fan de Marco Aurelio Denegri intelectual especializado en crítica literaria, sexología y lingüística. Siempre me inquietó. Lo recuerdo cuando era una adolescente y en los “talk shows” de la época era invitado causando polémica con sus declaraciones. Me inquietaba y sorprendía su elocuencia, transparencia y desenfado. Me entretenía cómo mojigatos y parroquianos se espantaban con sus aseveraciones, opiniones y posiciones en diversos aspectos.

Pasaron los años y lo veía con regularidad en su programa del canal 7. Muchas veces sola, pues no es algo que atrapaba al resto de mi familia. Creo que uno lentamente se va enamorando de MAD. Empiezas de a pocos. De pronto cuando menos te das cuenta, quieres verlo, escucharlo, leerlo siempre. Al menos eso me pasó a mí. Aunque nadie lo imagina, me sentí muy desolada con su partida. No vería más a la mente brillante que cuestionaba el statu quo de esta sociedad.

Hoy, lo busco en YouTube, lo veo en lo mejor de MAD vía RTP y busco sus libros. Debo confesar que algunas de sus teorías me han hecho dudar de lo que yo misma pensaba de ciertas cosas como el amor, matrimonio, la ciencia y la digitalización. Pero lo que siempre voy a agradecerle, es que me haga pensar, reflexionar, debatir conmigo misma, y con la gente alrededor mío.

Leer a MAD nos lleva al gran ejercicio de pensar, criticar y cuestionar. Nos devuelve nuestra humanidad tan automatizada en esta época de digitalización. Nos sensibiliza. Y esta sociedad que se dice civilizada requiere de esto por toneladas. Pensadores, filósofos, son necesarios, aunque en este lado del mundo algunos padres piensen que sus hijos se están desperdiciando cuando optan por carreras como la filosofía, sociología, literatura. Gracias al universo, aún hay esperanza y mientras releo a Marco Aurelio espero tener vida para que mi Perú lleve a la luz otra mente tan brillante como la de él.

Romina Paredes