La exposición de Marisa Godínez “La niña no mirada” es el redescubrimiento público de una gran artista, de una sensibilidad especial y feminista en su sentir y expresión. No es suficiente recorrer la sala Luis Miró Quesada Garland de la municipalidad de Miraflores, también se necesita silencio para asimilar las imágenes y sentidos que calan hondo, en una invitación a mirarnos en nuestra historia y a preguntarnos cómo hemos construido nuestro ser mujer. La muestra tiene como curadores a los reconocidos Jorge Villacorta y Alfredo Villar, y estará hasta el 27 de marzo
Escribe: Gaby Cevasco
Las etapas previas
Marisa Godínez inicia su subversión artística en los años setenta en la revista Monos y monadas. Aparte de ser la única mujer, en ella no había el clásico humor político; es más, ¿había humor? Villacorta lo define como “humor negro y corrosivo”. Se distinguía por el estilo y el sentido de sus dibujos que cuestionaban la condición femenina en la sociedad: su arte era un grito de rebeldía ante el sistema patriarcal en nuestro país, una rebeldía que se expresaba con talento y profundidad.
Conocí personalmente a Marisa Godínez cuando ingreso a trabajar (1988) al Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán. Ella ya laboraba allí. Su trabajo era diverso: diseño de folletos informativos y pedagógicos, carpetas educativas, afiches, carátulas de las publicaciones, diseño de logos y páginas web. ¡Se editaba la revista Viva!, que no solo sobresalía por sus contenidos feministas, igualmente por el diseño que comenzó a imprimirle Marisa. En el número 18, se publica en la retira de la carátula dos de sus dibujos: la mujer que con el matrimonio se transforma en árbol y echa raíces, una idea muy presente en ese periodo y aún hoy. Y la mujer cuyo cerebro es cincelado al gusto del varón.
Fotos: LIMA EN ESCENA
En 1989, se empieza a publicar la revista Chacarera, especializada en mujeres rurales, dirigido a promotoras/es que trabajan en el campo, y que tenía una hermosa diagramación gracias al talento de Marisa Godínez. A partir del número 8, se incorpora una historieta como material de apoyo en la capacitación. Yo escribía el guion y Marisa hacía los dibujos. A veces transformábamos en historieta relatos enviados por las promotoras y recogidos de las mujeres campesinas. Marisa revisaba con detenimiento paisajes y vestimentas de acuerdo a la región, para que las mujeres se vieran reflejadas. Las historietas que ella dibujó se expusieron en el MALI.
Redescubriéndose
Luego de salir del Centro Flora Tristán, Marisa Godínez empieza un nuevo periodo que ya se anuncia en la exposición y libro “Bumm! Historieta y humor gráfico en el Perú: 1978-1992”, y luego con la exposición en Arcadia Mediática en el Centro de Lima.
La exposición “La niña no mirada” reúne el trabajo realizado a partir de 2017 a 2021. En este nuevo periodo, los dibujos de Marisa se han hecho más minuciosos en los detalles y más impactantes. Cuando fui a la muestra, vi a chicas conversar con vehemencia mirando las imágenes; a chicas y chicos intercambiar percepciones con largos momentos de silencio. No es posible ver su arte desde la serenidad, sino desde la ebullición de ideas y de sentimientos.
En este nuevo periodo, Marisa vuelve su mirada a ella misma, a su niñez, al proceso en que se dieron los fundamentos de ser mujer, que es una forma de ver reflejada la historia de la mayoría de mujeres, no solo de nuestra generación, de las anteriores y muchas de las generaciones posteriores, porque la urdimbre patriarcal de la sociedad peruana está presente aún, moldeando a las mujeres, con la complicidad de madres que piensan todavía que casarse y tener hijos son la realización y felicidad para sus hijas.
En una conversación, ella me confesó que no pensaba que pudiera ser tan feliz dibujando; sin embargo, qué significaba horadar en toda esa etapa de la niñez en que las mujeres son socializadas para ser delicadas, gustar y aspirar como futuro el matrimonio y la maternidad. Llama la atención que las madres de nuestra generación, unas abandonadas, otras que sufrían violencia, otras que debían mirar a otro lado para no ver las infidelidades de sus esposos, al mismo tiempo enseñaban a las niñas lo que “debía ser una mujer” de acuerdo a los mandatos sociales.
Me corrijo, cuántas mujeres siguen viviendo lo mismo y siguen enseñando también lo mismo, a pesar del machismo, sino miremos las cifras de violencia, de juicios de alimentos…
Toda sala de exposiciones es silenciosa, pero al entrar a la Sala Luis Miró Quesada Garland pareciera que el silencio es mayor cuando uno ve ampliado el dibujo de la madre y la niña, mimetizadas con las cortinas, tapices de las paredes y alfombras. O cuando se ve, igualmente ampliado, el dibujo de la niña de la mano del padre, pero la niña ya no es la niña, en su cerebro la madre; es decir, el discurso de la madre.
Son cincuentaitrés dibujos. La niña atrapada entre raíces; la madre con brazos de ramas y, escondidas en ellas, las niñas. Los árboles y las raíces siempre han sido una constante en Marisa Godínez, acaso para expresarnos que los discursos maternos o de las mujeres que hacen de madres son tan potentes que echan raíces profundas en la personalidad y el ánimo de las niñas. O el misterioso dibujo del árbol con ramas de alas y mujeres como raíces. O la niña entre las plantas y el padre multiplicado marchándose, volando, con una maleta, abandonándola, como en la práctica muchos abandonan a las/os hijos, pues su rol de autoridad los lleva a creer que le corresponde aislarse en un periódico, en un partido de fútbol, o ausentarse de casa los sábados para el encuentro con los amigos.
Hay elementos simbólicos nuevos, como la playa. Marisa cuenta de las vacaciones de su niñez en Pucusana, y ahí está el recuerdo precisamente con el título “Pucusana” en una historia transformada: la niña en una jaula flotando en el mar, la madre contemplándola desde la playa. ¿Qué no quiere decir la artista? ¿Qué el discurso de las madres extraña, aleja, poco a poco, a las niñas y luego a las mujeres de sí mismas? ¿O que las niñas son echadas al mundo de la vida, pero siguen entre barrotes sin poder ser plenamente libres? ¿O que a pesar de la jaula debajo de ellas siempre está la amenaza?
Un elemento enigmático en sus dibujos son los peces, peces con aletas de ramas, peces como si les faltara el aire, peces enfurecidos como olas de un mar turbulento, mujer pez, pez-amenaza-peligro.
Las alas son otro elemento, mujer desnuda con un grito de angustia, acaso las alas le pesan demasiado para alzar vuelo; las alas en lugar de aletas en los peces. También, tenemos el espejo en lugar del rostro de la niña, en el que se refleja la cara de la madre.
Algo que llama poderosamente la atención es la mirada de sus personajes, ven a la distancia, lejos de su entorno. A dónde apuntan esas miradas, a veces dan la impresión de ser tristes, otras que hay algo de ira; en todo caso miran más allá de nosotras/os, más allá de la realidad, como si se desterraran de sí mismas. Hay una excepción: la niña molesta que se esconde detrás de la cortina, asfixiada por la estética doméstica burguesa.
En otros dibujos está el desgarramiento o formas de él, como la niña que atisba entre plantas y se hunde las uñas en las carnes. O las dos niñas que unen sus manos con un imperdible. O la niña con ropas de ballet con un tornillo que atraviesa desde la cabeza todo su cuerpo.
Con la humilde plumilla, como ella misma dice, sustrae de los recuerdos la esencia de lo que fue su formación para desarrollar su arte en clave de psicología feminista y reinventa su propia narrativa con nuevas formas y alegorías. Las/os espectadoras/es lo perciben y también lo ha hecho la prensa sin caer en la banalidad, porque ello es imposible.
El arte de Marisa Godínez no es neutral, es militante, cuestionador, desafiante. Y en este caso, el arte sí tiene sexo, al mismo tiempo es universal. No es delicado, es potente; no es emocional, es razón. Va a ser imposible para el canon pasar por alto a una artista como Marisa Godínez, aunque a alguno le duela que sea arte feminista.
Cada dibujo es un estremecimiento, un enigma. Marisa nos desafía y desafía el estatus quo, desafía el poder religioso con el dibujo “Asunción”, con la virgen ascendiendo a los cielos arrastrando consigo, atadas a sus pies y desde las manos a otra mujer, que a su vez arrastrará a otra, de generación en generación. Y el dibujo “Delfín” con escapularios del Señor de los Milagros.
En todos esos dibujos está la Marisa artista, la Marisa feminista, la Marisa cuestionadora… Serán mis ojos, pero a pesar de esa rebeldía, percibo un escepticismo, o serán los tiempos que vivimos. Es una exposición que hay que ir a ver, no solo las mujeres, pero especialmente las mujeres, porque la artista se habla a sí misma y nos habla a nosotras y le habla al mundo.