Flora Tristán y su “misión” política

Un 7 de abril de 1803, nació Flora Tristán, precursora del feminismo y del socialismo. Antes que Marx y Engels, Flora se planteó “constituir a la clase obrera” (Unión obrera: 66 ) y “Reconocer en principio la igualdad de derecho del hombre y la mujer como el único medio de constituir la unidad humana” (p. 145). Y proclamó “la unión universal de los obreros y obreras” (p. 147). Es más, señala que el grado de civilización que alcance toda sociedad, será medido en función de los derechos que logren las mujeres

Escribe: Gaby Cevasco

Para difundir su obra, tan vigente en los tiempos actuales, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), el Centro Flora Tristán y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos han publicado la antología virtual Peregrinaciones de una paria y otros textos recobrados, en la colección “Clásico recuperados Clacso”.

La vigencia de Flora Tristán está en su rechazo de toda guerra, de la pena de muerte, defendía la libertad de prensa, el derecho de la ciudadanía a exigir cuentas y transparencia a las/os gobernantes, estaba en contra del trabajo de las/os niños y que las mujeres trabajaran en condiciones lamentables y ganaran salarios deprimentes, defendía la educación laica y reconocía la riqueza de las diferencias de las Américas y que debía respetarse el derecho de cada pueblo.

Valiente y audaz, transformó su experiencia personal en demanda política, en un contexto en que estaba vigente el Código Civil napoleónico de Francia (1804) que, para unos, reconoció muchos de los cambios que produjo la Revolución Francesa y, para las feministas, institucionalizó la discriminación de las mujeres, pues las convirtió en menores de edad, como las casadas que dejaron de ser sujetos jurídicos para depender totalmente del esposo. “El esposo le debe protección a la esposa, la esposa le debe obediencia al esposo”, dice el artículo 213, y está obligada a seguirlo a donde él considera conveniente residir. El artículo 215 señala que la esposa no puede actuar sin la autorización del esposo e, incluso, los bienes propios de ella debían ser administrados por él . En 1816, restaurada la monarquía, se elimina la ley del divorcio por motivos religiosos.

Un Código que Flora critica en Paseos en Londres cuando señala que:

Aquellos códigos de los que se ha querido hacer un título de gloria personal son, al juicio de todos los legistas, bastante inferiores a la legislación llamada «intermediaria» que existía a su llegada al poder. Ha sustituido los principios liberales de la legislación republicana, por sus prejuicios, sus instintos de tiranía; ha transformado el matrimonio en servidumbre, al negociante en hombre sospechoso, ha atentado contra la igualdad; ha establecido los mayorazgos, la confiscación; ha asimilado la no revelación al crimen; ha sustraído las actas de los agentes de la autoridad en los juicios de los tribunales; ha anulado prácticamente el jurado; ha instituido las evocaciones en el consejo de Estado, las cortes prebostales y ha arrancado al pueblo el nombramiento de los magistrados .

Intuyendo que la lucha de las mujeres no sería detenida precisa que “Napoleón y la Restauración han abolido en vano leyes que habían comenzado la liberación de la mujer. Esta tiranía ha despertado resistencia por todas partes. La mujer prueba que su inteligencia marcha a la par de la del hombre y la opinión se esclarece” (p. 50).

Ese fue el contexto en el que crece Flora Tristán, que fue una mujer que se adelantó a su época, y fue consciente de ello, como lo señala en El tour de Francia , que es un diario de los viajes que realizó por ciudades de ese país, dando a conocer su manifiesto La unión obrera: “y yo, que soy superior a la época en la que vivo” (p. 213). Y también fue consciente de su singularidad, pues sentía que los “dioses” la habían elegido para una noble misión: cambiar las condiciones de vida de las/os obreros y de las mujeres. Ella definía como obreras/os a artesanas/os, campesinas/os y en general a las/os desposeídos: “¡Oh! ¡Mis dioses, por qué no envías solamente a diez como yo a la tierra!” (p. 177).

Flora Tristán fue hija del militar peruano-español Mariano Tristán, descendiente de una aristocrática y poderosa familia arequipeña, y de Teresa Laisney, francesa, que junto a su familia había huido de la revolución, ambos afincados en Bilbao, en donde se conocieron. Luego se fueron a residir a París.

A la muerte de su padre, cuando apenas era una niña de cuatro años, pasó de la opulencia a la más extrema pobreza, porque él no había seguido las formalidades que exigía el matrimonio con una francesa, por lo que no fue reconocido a su deceso. A los diecisiete años, empezó a trabajar en un taller como colorista, cuyo propietario era André Chazal. Este le propone matrimonio, y pobre y siendo hija ilegítima su madre la convence de aceptarlo porque en su posición ya no tendría otra oportunidad.

Empieza así el drama, la aventura y la lucha de Flora Tristán

Del drama a la aventura

Pronto el matrimonio se convierte en un infierno de violencia cuando tenían tres hijos, un niño y dos niñas. En aquel entonces, como hemos señalado, el matrimonio convertía a las mujeres casi en esclavas de los esposos, situación de la que era imposible huir. Pero Flora descubre sus fuerzas y su ansia de libertad.

Poco sabemos de su vida una vez que huye de la casa del esposo, convertida en delincuente para las autoridades francesas. Se conoce que en un momento trabaja como servidora de una familia inglesa, con la que viaja por distintos países europeos, entre ellos Inglaterra, donde vive cuatro años y aprende el inglés.

En un hotel de París conoce al hombre, cuya información cambiaría su vida para siempre: un marino que le habla del hermano de su padre, Pío Tristán. Buscando su reconocimiento y los recursos que la liberen de la persecución y de la miseria, se embarca al Perú en un barco llamado El Mexicano, capitaneado precisamente por M. Chabrié, el mismo que le había hablado de su familia peruana.

Este capítulo de su vida lo conocemos por su obra Peregrinaciones de una paria (1838), escrita como una memoria al regreso de este viaje, del que solo consigue una modesta pensión, pero no el reconocimiento de su tío.

“Dios no ha hecho nada en vano…” inicia el libro, luego de la carta a los peruanos. Los buenos y los malos tienen una misión, y acorde con la época, en que se está construyendo el sujeto moderno escribe: “Descubriremos, pues, las reglas que hay que seguir para alcanzar en este mundo la mayor suma de felicidad por medio del estudio de nuestro ser moral y físico, de nuestra alma y de la organización del cuerpo…” .

Flora es una gran observadora, una analista de la psicología humana, como lo podemos ver en sus escritos; acaso, primero, como una forma de sobrevivencia, y, luego, para llegar a mujeres y obreras/os que quiere convencer sobre la necesidad de la unión para romper las cadenas que los condenaba a la miseria.

Para ella, el grado más alto de civilización que puede alcanzar la persona tiene que ver con el desarrollo de sus facultades y ponerlas al servicio del interés de sus semejantes. Y escribe este primer libro para dejar escuchar su voz con una veracidad asombrosa para su tiempo, convencida que, si la voz de la conciencia se ahoga por temor u otras consideraciones, se está faltando a la misión.

Su viaje a Perú es, pues, la toma de conciencia que sus reivindicaciones deben ir más allá de sus intereses personales, para luchar por las mujeres, por las/os obreros, por las/os más olvidados que viven en la pobreza no solo en Francia, en todos los países. Y escribe consciente del poder de la palabra, de su capacidad de transformación; pero, también, consciente del poder de la verdad de su propia vida, como testimonio vivo de la opresión que sufren las mujeres.

Aboga por el divorcio para poner los derechos civiles de las mujeres al nivel del hombre, y empieza por recuperar su propio nombre durante el proceso que le siguen por abandonar la casa, pues se niega llevar el del esposo.

Flora resalta también el papel de la Iglesia en el sometimiento de la clase obrera, cuando exclama: “¡Hay un pacto infame entre los sacerdotes y los burgueses!” (El tour…: 135); pero aclara que ella no ataca a la religión, pues es en nombre suyo que levanta la voz para denunciar “la mendacidad de sus ministros” (“La emancipación de la mujer”: 13-14) . En su artículo “Dios” se enfrenta abiertamente a las autoridades eclesiásticas .

Flora conoció no solo la persecución por abandonar a un esposo violento, también conoce la persecución política durante el viaje de difusión de Unión Obrera, y lo narra en distintos momentos en El tour de Francia, pero ella, siempre valiente dice: ¡Ah! Los policías se acordarán de mi paso por Lyon” (p. 169). Y conoce las acusaciones de hombres políticos, celosos de no mover a las masas obreras como ella lo lograba y que repetían que “No conviene que una mujer se mezcle en política” (p. 186), acaso intuyendo que aquello que estaba difundiendo Flora se iba a convertir en una de las grandes revoluciones: la revolución feminista.

Aboga por la educación y por el desarrollo de las artes, porque es una forma de cambiar la percepción que tienen de sí mismas las mujeres y los obreros: ¿por qué en los países pobres la educación continúa siendo tan deficiente, es solo incapacidad?, se preguntaría Flora Tristán hoy en día. Es interesante observar la actualidad del siguiente párrafo de Paseos en Londres:

El arte no hace progreso en un pueblo sino cuando desciende a todas las clases de ciudadanos, porque el artista tiene necesidad de ser inspirado por el entusiasmo que excita. Y si el amor a las artes y el discernimiento de la belleza y los defectos son innatos en algunos, no obstante, de ello casi todos pueden adquirirlos. Pero ¿cómo el gusto por las obras del genio podría propagarse en un país donde se juzga al individuo por el barrio que habita, el departamento que ocupa, el traje que lleva, el doméstico que le sirve, el gasto que hace? ¿Qué inspiración puede recibir el artista, del mundo del cual está rodeado, en un país donde el mérito personal no tiene ningún valor, no tiene derecho a ninguna consideración, si no está acompañado de la riqueza? (1972: 236).

En su novela Mephis (1838), propone una república gobernada por artistas, que por su sensibilidad son capaces de comprender las necesidades del pueblo. Flora se considera una artista de la palabra, cree en el poder de la palabra, y por eso escribe, realiza el tour por Francia para hacerse oír; no le es suficiente colocar su nombre en cada texto, en un momento en que las mujeres eran obligadas a recurrir al anonimato o a poner en sus creaciones el nombre del esposo, va por distintas ciudades para dialogar con aquellas-aquellos que deben luchar por una nueva forma de vida.

Y en esta expresión de la palabra, Flora expone mucho, ya era una paria, una perseguida por el estado francés, rebelarse sería una nueva forma de marginación (para ella, la marginalidad es propia del artista); pero lo hace, y sin humildad, al contrario, reta a los poderes, políticos, eclesiales, policiales, económicos, para redefinirse: su viaje al Perú, la escritura de Peregrinaciones de una paria, la llevan a mirarse a sí misma y a las otras mujeres y hombres que como ella son parias para motivarlos a luchar por su libertad, por una transformación de vida, a partir de su propia experiencia, porque ella vivió y vivía lo que esa mayoría de olvidados sufría en Francia, en Perú, en Inglaterra, en los países del mundo. Su marginalidad las-los une. Concibe su lucha desde una óptica internacionalista.

El concepto de “paria” era usado en el siglo XIX para expresar el sometimiento material y emocional que sufrían los más discriminados. Stuar Mill, en su ensayo El sometimiento de la mujer (1869), lo expresa claramente: “el hombre no quiere únicamente la obediencia de la mujer, quiere sus sentimientos” .

Las mujeres y sus luchas

Flora invitaba a las mujeres a hacer política: “Les demostré que la política entraba hasta en la olla”, escribe de una reunión con un grupo de ellas (El tour…: 142). En un momento en que las mujeres reclamaban la participación política y el derecho al voto. Y es, también, un contexto en el que las trabajadoras demandaban ser reconocidas como tales y como productoras, al igual que los hombres, por consiguiente, a tener buenos salarios y apropiadas condiciones laborales. Son los años 1830 y 1840, en pleno auge de la acción de Flora Tristán. El tour de Francia, lo realiza entre los años 1843 y 1844, cuando ya había publicado Peregrinaciones de una paria, Paseos en Londres, además de peticiones a manera de folletos, como el restablecimiento del divorcio y la abolición de la pena de muerte (1837), alcanzadas a la Cámara de Diputados de Francia.

Flora señala que era necesario salir de la individualidad y que es la “Idea” a la que debía coronarse, referida a la Unión obrera, que no era otra que la alianza de todos los que aspiraban a un cambio social (p. 185).

Lejos de ser una persona fría, como la describe Mario Vargas Llosa en su libro: El paraíso en la otra esquina (2003), la forma en que anota sus vivencias en lo que ahora es su libro El tour de Francia, nos muestra a una mujer que busca contener sus afectos para centrarse en su misión, tal vez presintiendo que su vida sería corta, pues vivía con una bala alojada en su cuerpo, a causa de un disparo de Chazal que exigía regresara a la casa. Materialista y pequeño como era, la altivez con que llevaba Flora su vida y sus ideas lo llevaron a pensar que detrás de ese orgullo estaba una gran fortuna, entregada por su familia peruana.

En Peregrinaciones de una paria, leemos a una mujer romántica que había idealizado el amor desde los catorce años “como la causa de todo lo grande y hermoso” (p. 117); pero sufre dos decepciones, precisamente por ser hija ilegítima, y luego está la horrible experiencia del matrimonio, y habla de su cautela para no ser ella la causa de un dolor ante sentimientos que no puede corresponder. En esta obra intuye que el objetivo que se está proponiendo va a significar sacrificios.

Esta idea se hace clara en el proceso de difundir la Unión obrera, cuando entra en contacto con mujeres y hombres del pueblo que la llevan a idealizar sus sentimientos hacia su misión, incluso su amistad con Eléonore Blanc, por la que sentía “un amor completamente particular” (p. 209):

…y tuve la revelación de que un nuevo amor más grande y más sublime que todos los amores conocidos iba a eclosionar en la humanidad. ¿Qué nombre se dará a este amor? No sé todavía… el amor de Dioses en la humanidad. ¡Oh! ¡Qué amor sublime! Este no tendrá sexo. Nada imprevisto vendrá a ensuciarlo. Nos amaremos en la humanidad, en nuestros hermanos, en el amor mismo que hace actuar. Y los abrazos divinos de este amor se harán de alma a alma, de corazón a corazón, de pensamiento a pensamiento” (El tour…: 192).

Y llega a comparar sus sentimientos por esta amiga con los que unirían a Jesús y a San Juan: “Vivía en su maestro porque su maestro tenía el poder de vivir en él” (El tour…: 193). Al mismo tiempo compara su misión con la misión que se había propuesto Jesús, que vence la ley antigua a través del amor. Ella se propone acabar con la discriminación y plantear como alternativa la solidaridad que debe unir a mujeres y obreros y el amor por la justicia: “Mi amante es Dioses, es la humanidad, es el amor de mis hermanos. ¡Este es un amor digno de mí!” (El tour…: 197).

En sus escritos, Flora dialoga con esta humanidad, con Dioses, y por momentos este diálogo es irónico, descarnado, desafiante y vulnerable, todos esos rostros nos los presenta Flora en sus distintos textos. Es un proceso de reinvención de sí misma que parte de su propia experiencia y de observar la experiencia de aquellas-aquellos otros como ella para hablar desde una nueva posición: desde la Mesías que tiene una misión, que ni el miedo ni la persecución van a acallar.

Flora es sobre todo un ser libre, huyó de todo aquello que buscaba someterla, aun cuando se convirtiera en una perseguida. Incluso, vio la hospitalidad como una forma de arrebatarle la libertad (El tour…: 195), de distraerla de sus objetivos. Y es un ser solidario con aquellas/os que, como ella, vivían carencias y opresión; solidaridad que convirtió su vida en una lucha permanente, segura del poder de su palabra y de su rol de líder; y, de esta manera, llevó la demanda de las mujeres y trabajadores/as a otros niveles que sentaron las bases de futuros cambios fundamentales, tanto a nivel político como del conocimiento.

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