El teatro peruano y su esencia política

A propósito del Día Mundial del Teatro, personalidades de las artes escénicas como María Luisa de Zela, Tania Castro, Liliana Trujillo, Ebelin Ortiz,  Graziapaz Enciso, Micaela Távara y Julia Thays, reflexionan sobre las prácticas teatrales en medio de un país cuyas estructuras han sido vulneradas por la corrupción y en donde los principales poderes del estado censuran el trabajo de las diversas disciplinas artísticas. ¡Feliz día del teatro!  

María Luisa de Zela (Actriz/directora, fundadora de Maguey Teatro)

Si partimos de que todo acto humano es político, el teatro como el arte de la acción, nos permite observar, reflexionar, analizar, investigar, para llegar a la creación de una obra, ponerla en escena y compartirla con un público. Desde mi experiencia como actriz esto es un hecho que ha dado sentido y sustento a mi práctica teatral.

Es el accionar de la humanidad, los problemas que la agobian y la forma en que las personas se relacionan con ellos, así como también el comportamiento de los seres humanos, el espacio creativo del teatro. Nuestro hacer tiene que ver con necesidades, problemas, vivencias, pasiones, de la vida misma. Por esta naturaleza inherente al arte del teatro, nuestro compromiso y responsabilidad debe hacerse más fuerte en las sociedades en las que vivimos como artistas de la escena.

Este 27 de marzo, debemos renovar nuestras fuerzas e intenciones de seguir trabajando a pesar de la ausencia de políticas culturales que apoyen y promuevan el arte como espacios de conocimiento reflexión y aprendizaje, a pesar de la poca cultura teatral que tenemos, a pesar de tener una educación que no incluye el arte como espacio pedagógico, debemos ahora más que nunca hacer más teatro y construir poco a poco a través de nuestras creaciones una cultura de paz que nos ayude a aplacar la violencia que vivimos día a día.

Tania Castro (Actriz, cuenta cuentos y educadora)

El nuestro es un pueblo que ha sufrido por más de 500 años las OBLITERACIONES culturales que ni hace falta que repasemos porque no se han ido, porque las seguimos viviendo. Por tal razón, la acción de resistir, re-existir, de reinventar la vida y echarle su poco de colores es ya nuestra segunda piel. Nuestro pueblo tiene el alma rota en algunos puntos y desgarrada cuanto menos en otros. Qué es lo único que nos ha dado grandeza en esa lucha cotidiana contra la muerte material y espiritual: El arte, la fiesta que es el arte. Ya sea el arte de las fiestas populares en todo lo largo y ancho del Perú, o en sus escenarios de toda índole. Este pueblo, después de tanto, repito, hermoso y doloroso, merece ofrecerse la fiesta como rebeldía, la fiesta para abrazarse de la vida y lo que queda de su diversidad a defender. Necesitamos vivir los próximos 15,000 años de fiesta, fiesta que reverencie la vida y no que someta sus contenidos a intereses subalternos. Entonces propongo celebrar el 27 la dicha pequeña dicha de amanecer respirando, en un país en el que eso se está volviendo un lujo. Nuestra forma de hacer fiesta será estar presentes en los escenarios con nuestros contenidos libres.

En nuestro caso, estaremos contando cuentos de mujeres libertarias el 27 en el marco del lanzamiento de la Asociación de Teatro Cusco en la sala Killa del Teatro Municipal y el 28 compartiremos nuestra obra “Cuando suenan los jiwayros” escrita y dirigida por mi persona pero co-creada junto a las tremendas Raisa Saavedra, Nina Chaska Zelada, Luz Maribel Sánchez y a los maestros de la música popular Jorge Choquehuillca y Rubén Soto. Esta obra abre una grieta para transitar de la desesperación a la esperanza verdadera. Está basada en una historia real. La presentaremos en La Esencia (Limacpampa Chico 400 interior Casona Llipimpac-Cusco) en el marco del Festival de Mujeres Creadoras de las Artes Escénicas Tupu, que organizan Almendra Vivanco, Urpi Herrera, Dalia Paz y Adalid Rondán. Y el mismo día, mi señor padre, Lucho Castro, conocido en el medio como papá Luchito, a sus 81 años estará compartiendo el escenario de la sala Killa del Teatro Municipal con Teresa Lastarria (92 años) dirigidos por Anibal Zamora, “Mínima Alicia” de Santiago Antúnez de Mayolo para repensarnos juntos la vejez o juventud acumulada como le dicen los actores. A celebrar al teatro haciendo teatro, ofreciendo a nuestro modo, una zona de alivio o, en el mejor de los casos, cura, PARA nuestras heridas a través del arte y la reserva espiritual andina.

Liliana Trujillo (Actriz de cine, teatro y televisión y maestra)

Celebrar el Día Mundial del Teatro en este contexto, es una admirable muestra de nuestra capacidad crítica y de diálogo, es además una necesidad para cuestionar y cuestionarnos sobre nuestro ejercicio democrático y seguir buscando respuestas en colectivo, buscando mejoras para sectores marginados y disminuidos de nuestra sociedad. Es la función del teatro. Es la función del arte. ¡Hay que seguir!

Ebelin Ortiz (Actriz, cantante y directora)

Hablamos de artes como forma de expresión, y las escénicas buscan la identificación. No hay obra de teatro, por más comercial que esta sea, que no te llame a la reflexión. Sus escenas son un reflejo de las emociones de los individuos, de lo que sucede en la sociedad. Siempre es un llamado a la reflexión y por tanto es política. Desde Shakespeare hasta Adrianzén, Bretch y De María, Hansberry y Joffré, cada dramaturgo o dramaturga nos da su mirada de la sociedad que le tocó vivir y encuentra en la escritura una forma de protesta, de llamada de atención. Y, nosotros, los intérpretes de las obras, somos la voz de los personajes que en el fondo somos la sociedad.

Carol Hernández (Actriz, improvisadora y directora)

No soy quién para decir cómo deberíamos celebrar el Día Mundial del Teatro. En mi caso, quiero celebrar haciendo teatro, teatro feminista. Un teatro que cuestione, que incomode, que celebre y que se pronuncie. Desde hace unos años, creo firmemente que lo que pones en escena muestra tu punto de vista. Mi aporte como artista es denunciar, criticar y exponer.

Graziapaz Enciso Dancourt (Artista escénica interdisciplinaria)

Se me hace difícil pensar en una celebración cuando las frágiles estructuras que sostienen este país se caen a pedazos. La palabra festejo parece superficial cuando los niños y niñas, ahora, no solo reciben una educación muchas veces mediocre, sino que también pueden exponer sus vidas al asistir a clases. Sin embargo, a pesar de todo, siento la necesidad de celebrar y agradecer a todas las maestras, maestros y compañeros de teatro que antecedieron los pasos de una generación joven, como la mía, y que nos han enseñado a poner el cuerpo con dedicación y poesía, en un país en donde las condiciones laborales y las políticas culturales son aún muy precarias.

Pertenecer a esta comunidad teatral y gozar plenamente de trabajar en el arte es un enorme privilegio, pero también implica la responsabilidad de estar atenta a la realidad y llevar a escena cuestionamientos y debates que muchas veces se quieren silenciar u ocultar detrás de un telón ¿o de un Palacio?

Este 27 de marzo quiero celebrar la libertad que nos ofrece el lenguaje teatral para llevar a escena aquello que algunos buscan que olvidemos. Celebro la resistencia y la humanidad que nos devuelve el teatro, en medio de una realidad en permanente crisis.

Micaela Tavara (Actriz, activista, gestora, docente e investigadora.)

Lo celebraría con la exigencia que el arte y el mundo de hoy necesita. Gritaría en mi teatro justicia, amor y rebeldía.

Lo celebraría abrazando a mis colegas, aquellxs que sin tibiezas ponen su arte y su ciudadana a favor de reconstruir y recuperar esta democracia.

Lo celebraría con un teatro y teatristas que transciendan y rompan los telones de la comodidad.

Julia Thays (actriz, dramaturga y directora teatral)

Cuando nos preguntamos acerca de las esencias del teatro y su retroalimentación con las personas: sean aquellas que lo espectan, crean, juegan, explotan, incluso quienes lo juzgan o ignoran, llegamos a varias conclusiones conectadas al crecimiento humano y la sensibilización. En tiempos en los que el arte está siendo amenazado por el poder mal ejercido, invocando a las sombras de la censura, violencia, la no inclusión, el rechazo, el fundamentalismo, entre otros, el teatro es necesario porque es transformador; decimos que es espejo que nos refleja como sociedad y sirve para reflexionar, valorarnos y hasta impactarnos haciéndonos virar hacia rumbos más constructivos o al menos más sinceros.

Pero cuál es ese puente exacto que se construye entre la ficción y la catarsis del espectador: ¿la emoción? ¿la identificación? ¿la empatía? ¿lo político? ¿lo entretenido? Ensayando una respuesta, que por supuesto incluye a todos estos agentes humanos; creo que lo que ocurre cuando espectamos teatro es una evolución; sea chiquita o esa que impacta profundo implosionando en nuestro cuerpo y se suspende cuando se apaga la luz al final, justo antes del aplauso conmovido que explota. ¿Y cómo así evolución? Pues desde varios sentidos, podríamos mencionar el orgánico que ni siquiera es exclusivo de nuestra especie: el teatro nos regala la consciencia de la propia teatralidad, aquella micro performance que desplegamos en el cotidiano; esa misma que hace que los gatos maúllen para asemejarse al llanto de un bebé y así ganarse el enternecimiento traducido en comida o cuando se finge una conversa por celular para evadir alguna situación incómoda. También está el sentido de la evolución que nuestro sistema nervioso atraviesa en una buena obra, que nos lleva por todos lados con respecto a nuestra propiocepción, disparando una serie de procesos químicos; o la evolución ideológica, esas micro rupturas de nuestros sistemas de pensamiento cuando vemos otras formas de ejercer la vida, incluso aquellas que nos repelen o más bien nos identifican; la evolución ocurre al ver historias, las de nosotros o de las otredades.

Por todo ello, tenemos razón, compañeres defensores del arte escénico ante los monstruos anuladores: el teatro nos transforma porque nos hace evolucionar. Ahora, teatristas, el presente nos llama a involucrarnos en esta evolución mucho más activamente: romper nuestras estructuras para explorar con otras formas de contar historias; desafiando aquellas hegemonías personales, locales, nacionales, occidentales hasta el tuétano. Re-evolucionemos lo que está dentro y fuera de escena: desde el hecho de aplicar formas democráticas y más amplias de convocatoria, tener Julietas de 90 kilos, ver protagonistas indígenas, escuchar lenguas ancestrales o lenguaje lóxoro; hallar una mejor forma de repartir la taquilla para que ser teatrista no conlleve tener privilegio previo; tener consciencia de que el teatro limeño no es el teatro peruano, es parte de él; y hacer puentes hacia lo desconocido, hacia lo que no es tan cómodo de hurgar. Es una invocación muy fuerte y que nos alude no tan beneplácitamente a todes. Sin embargo, conmemoremos mirándonos a los ojos y reconociendo nuestra evolución que late, se gesta y nos llama diversa para hacerse realidad (y también ficción).

Periodista y fotógrafa. Siguió la carrera de Comunicación Social y Periodismo Económico. Laboró en los diarios La Voz, Síntesis, Gestión y en la revistas Oiga. El 2000 fundó el portal digital MIAMI EN ESCENA (Florida, Estados Unidos) en donde radicó 10 años. A su retorno al Perú crea el magazine online LIMA EN ESCENA.