Carmen Ollé: “Las charlas con las mujeres del París setentero eran sabrosas”

Premio Casa de la Literatura y autora de la obra Una muchacha bajo su paraguas, título que podrán encontrar en La Independiente. Feria de Editoriales Peruanas, desde el miércoles 20 al domingo 24 de abril, en las instalaciones del Ministerio de Cultura, nos habla sobre sus protagonistas

La novela corta Una muchacha bajo su paraguas (Intermezzo Tropical, 2021), nos acerca a la historia de una joven escritora durante su estadía en el París de los setenta. Una mirada sobre la Ciudad Luz que no era precisamente “una fiesta”, como en su momento lo afirmó el escritor norteamericano Ernest Hemingway, en su libro autobiográfico “París era una fiesta”. La nouvelle de Carmen Ollé, nos ofrece la mirada de una narradora por los vaivenes de la sobrevivencia de los escritores de su generación en el barrio latino, la vida en pareja, el trabajo doméstico, la vida de las mujeres, las tertulias en los cafés, las reuniones amicales y las noches de bohemia. Al respecto Lima en Escena charló con la autora.

Fotos: Archivo Carmen Ollé

-Carmen, Una muchacha bajo su Paraguas, es también una nouvelle sobre mujeres diversas…

-Tres años y medio residí en Europa, de los cuales viví con Enrique y mi hija Vanessa dos años y medio en París. Alquilamos una habitación en los aleros de los edificios antiguos de siete pisos, la famosa buhardilla de Balzac, quien ahí empezó a tramar sus novelas. En un principio, esas habitaciones fueron hechas para las empleadas del hogar: uno o dos dormitorios por departamento situadas en largos pasillos con un retrete turco. Y entonces, años setenta, las criadas de antes fueron reemplazadas por las mujeres inmigrantes de ese entonces. Viajaron desde Latinoamérica, de países como Colombia, Argentina, Perú, Ecuador; de la misma Europa, de España, Portugal, Finlandia; de las colonias francesas de ultramar como Guadalupe y también de naciones africanas.

-¿Cuál fue el motor de sobrevivencia de estas mujeres en una ciudad como París?

– La mayoría vino a trabajar como amas, cuidadoras de ancianos, empleadas de limpieza. Algunas llegaron con sus parejas; otras, solas y conocieron a sus esposos en París. Era el caso de algunas latinoamericanas de origen campesino que se unieron a obreros portugueses o africanos. De España, procedían sobre todo de la región andaluza; había las que dejaron el campo en Portugal con el mismo fin: trabajo. Se inscribían en una agencia de empleos. Las pude ver en París cuando yo misma acudí a buscar trabajo a uno de esos locales, tal vez se trataba de una parroquia convertida en agencia. Vestían generalmente de negro, con pañoletas. Pero también había algunas mochileras que cruzaban Francia y se empleaban para reunir dinero y continuar el viaje, mientras tanto vivían su vida. Cuando alguien se ausentaba varios meses, los malos pensamientos nos soplaban al oído que estaba cumpliendo alguna pena, porque existía la costumbre de “expropiar” en los supermercados donde no había aún el código de barras. Todas las chicas -la mayoría era muy joven, no pasaban de treinta años- tenían intereses y oficios muy diversos: podían ser profesoras, camareras, bailarinas. Como bien dices, eran amantes, esposas, obreras, empleadas del hogar, pues los artistas y escritores eran ellos, los chicos.

– “Qué extraña bienvenida les daba Paris a las ninfas de Lovecraft”, señalas en una escena. Eran unas ninfas obreras, que tenían que lidiar con patronas o patrones, sin embargo, se tomaban el tiempo para tomar un café, vino, charlar, bailar. ¿Era una forma de sacar la vuelta a la precariedad cotidiana?

-A fines de los años setenta, la ciudad de París era muy -llamémosla habitable-; el Estado de Bienestar no exigía papeles de residencia para estudiar ni a los niños ni a los adultos, tampoco para atenderse en los hospitales. Primero te atendían, luego pagabas como podías. Nuestros pequeños hijos iban a la Escuela maternal, y se quedaban en la guardería hasta las seis de la tarde; incluso los cuidaban los días feriados, ya que sus madres trabajaban.

Yo me matriculé formalmente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales para seguir unos cursos, Enrique también pudo hacerlo. Los agentes de inmigración eran menos exigentes que los de España o en la frontera con Inglaterra. Vivir en una buhardilla, trabajando algunas horas, te permitía en tus horas libres salir a pasear, a tomar una copa; se podía almorzar y cenar en los comedores universitarios. Y las fiestas duraban hasta las cinco de la mañana, en que operaba el metro de París.

– Nanette, Sarah, Celia, Marga, Violeta, Delphine, María, Eleine. A la distancia, qué representaron ellas en Una muchacha bajo su Paraguas.

-Ellas fueron mis referentes más cercanos, algunos nombres están cambiados; pero nuestras charlas en las buhardillas de la calle Georges Mandel, del distrito XVI; uno de los distritos pudientes, eran muy sabrosas. Los escritores y artistas se reunían para hablar de cosas serias en una habitación y las chicas preparaban el “buffét”. En realidad, yo era más contemplativa que otra cosa. Pero recuerdo perfectamente lo graciosa que eran las colombianas o las andaluzas. En la actualidad, a la única que frecuento -cuando viene a Lima- es a Marga (Margarita Caballero), quien es una escultora magnífica. Las otras permanecen en mi libro.

-Finalmente, de todas ellas Nanette figura más en estas experiencias de bohemia y sobrevivencia en París. ¿Es tal vez la más memorable?

-Esa chica era finlandesa o sueca -no recuerdo bien-, su espíritu aventurero me atraía. Llegaba siempre de improviso a la buhardilla con una botella de vino y contaba sobre sus amoríos con un muchacho árabe. Era la típica mochilera de los países nórdicos, no venía a emplearse como mucama, sino por el placer de viajar y conocer gente de todas partes. Una muchacha de mente abierta, alegre, sin prejuicios, libre de espíritu. No es que Nanette sea más memorable que las demás muchachas, es que ella, de algún modo, se desmarcaba de la necesidad de buscar trabajo o de escapar de las dictaduras militares, incluso del deseo de ser reconocidos como artistas o escritores. Nanette representaba la libertad individual, ella no había llegado a París por el mito que envolvía y tal vez sigue envolviendo en parte a esa ciudad. La capital francesa era un punto en su ruta.

Sobre la autora

Carmen Ollé. Premio Casa de la Literatura Peruana 2015. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1981 publicó el poemario Noches de adrenalina -poemario que cambió radicalmente la mirada sobre la poesía escrita por mujeres en el Perú-. A este le siguieron el conjunto de poemas y relatos breves Todo orgullo humea la noche (1988), las novelas ¿Por qué hacen tanto ruido? (1992), Las dos caras del deseo (1994), Pista falsa (1999), Una muchacha bajo su paraguas (2002), Retrato de mujer sin familia ante una copa (2007), Halcones en el parque (2012), Monólogo de Lima (2015) y Halo de Luna (2017). Con Intermezzo Tropical, ha editado Por qué hacen tanto ruido (2015) y Una muchacha bajo su paraguas (2021). Fue profesora de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle-La Cantuta y, actualmente, conduce talleres de Escritura Creativa personalizados, en el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar (Celacp), entre otras instituciones.