En Todo, menos morir (Emecé Cruz del sur, 2020), la nueva novela de la destacada escritora peruana, accedemos a atractivos personajes marcados por una serie conflictos internos, pero sobre todo por la presencia de la madre perversa, figura que la podemos observar a lo largo de toda su producción literaria…
Emilia y Sandro acuden a las terapias del hospital Larco Herrera, en lo que les supone la última salida a las crisis de alcohol y ataques de vesania de Sandro, los cuales han dinamitado una relación sentimental justificada en la admiración. Este es el conflicto que le sirve a Gadea para entregarnos una novela cargada de culpa, miedo, erotismo y sexo; del mismo modo estas páginas son un homenaje a uno de los mayores poetas hispanoamericanos del siglo XX: Martín Adán.
Al respecto, Lima en Escena charló con la autora.
-Alina, Todo, menos morir, destaca por la naturaleza de los personajes Emilia y Sandro. Sin embargo, al igual que en tu ópera prima Otra vida para Doris Kaplan, en esta historia emergen las madres en sus diversos matices y las castradoras no se escapan. ¿A qué le atribuyes esta recurrencia?
-Los escritores nos abastecemos de conflictos que buscamos explorar y resolver. El tema de la madre me interesa mucho. Y como bien lo percibes, en Todo, menos morir, he vuelto a tratarlo. Efectivamente, es un tema recurrente en mi escritura. En Otra vida para Doris Kaplan, aparece una madre no solo castradora, sino también indolente con la realidad de nuestro país. Parte de una dinastía oligárquica cuya forma de pensar anticuada persiste hasta hoy en día. Increíble. Justamente, este pensamiento dio lugar a un caldo de cultivo de miseria y desigualdad que desembocó en un país convulso azotado por el terror. En mi novela Obsesión, me dejé llevar por otros de mis demonios; el erotismo, la represión y la doble moral. En La Casa, o La casa muerta, hay una cierta figura materna en el personaje de la señora Estenós que actúa como una mujer manipuladora, aunque tierna, cultivada y cautivante pero también despótica y egocéntrica. En Destierro elaboré varias clases de madre. Por un lado, la autoritaria, exigente y diva, la amazona represora que se va convirtiendo en una angelical anciana conforme va perdiendo la razón. Por otro lado, la madre del personaje masculino, una mujer humillante y desamorada con sus hijos, sumamente indiferente. Y también la madre de los dos niños que enfrenta un divorcio tan difícil que piensa hasta en suicidarse pero que no lo hace justamente por ellos.
En Todo, menos morir, las madres nuevamente; la fantasmal y asustadiza madre del poeta Adán, la madre villana, grosera y hasta enemiga de Sandro y la madre abandonada de Emilia y que a la vez abandona emocionalmente a su hija por no poder lidiar con la responsabilidad de criar a una hija sin ningún tipo de apoyo. El tema de la madre es muy variado y me parece un universo riquísimo para ser explorado. Todos venimos de una madre, y algunas somos madres también. El oficio más natural y difícil del mundo y que influye tanto, nada más y nada menos, que en cada hijo.
-Esta madre es perversa y destaca por su sobrevivencia como mujer en una sociedad marcada por la segregación, el machismo, el racismo… ¿Cuál es tu mirada al respecto?
-Efectivamente, la madre de Sandro en Todo, menos morir, es realmente perversa; contraviene el pudor y la formación de su hijo, a tal extremo que consigue su repudio. Él simplemente es un estorbo para ella en su afán de ser mujer. Sin embargo, esta villana es justamente envilecida aún más por una clase elitista, racista, clasista y también machista. Había que ponerla a un lado y tenerla a distancia, por no cumplir con los requisitos que su circuito social cerrado requiere. Creo que los personajes complejos reflejan mejor la realidad, son más verosímiles y no caen en estereotipos.
– Siempre nos preguntamos sobre el origen de esta perversidad materna. ¿Tienes alguna idea?
-Eso quisiera saber, y tal vez ese misterio es lo que quiero dilucidar en todas estas exploraciones. Es una de mis canteras de donde saco material. Estas exploraciones son aproximaciones psicoanalíticas. Algo insondable, inacabable, bucear en las profundidades del alma humana, en particular de una mujer y más aun de una madre.
-Ali, reflexionas también sobre el aborto…
-Así es. Me interesó abordarlo desde el personaje de Emilia para darle más densidad. Noté con sorpresa que las nuevas generaciones no tenían conocimiento de lo traumático que había resultado para muchas mujeres de nuestra generación enfrentar una situación paralizante, desquiciante de verse con un embarazo que representaba el fin de las posibilidades de desarrollarse, con una familia que les daba la espalda por terror al “qué dirán”. Los médicos llamados “cucharita” que se llenaban los bolsillos extrayendo fetos de chicas acomodadas. De otro lado, familias enteras que decidían por ellas, que las masacraban emocionalmente y las empujaban a deshacerse de sus embarazos con lujo de crueldad. La doble moral limeña. Las chicas de bajos recursos que morían intentando un aborto en pésimas condiciones. Todo eso tiene que cambiar y creo que estamos camino a lograr más respeto por la mujer. Hoy en día muchas jóvenes creen que se trata de una simple pastilla que soluciona todo en un segundo. La generación de la inmediatez. Hay que internarse en el drama que implica para una mujer optar por una decisión tan extrema, tan discutible, tan personal. Y con ello el subsiguiente conflicto que queda al interior. El dolor emocional y físico. Pero, por encima de todo, la libertad de la mujer y su reivindicación frente a los roles marcados por una sociedad patriarcal. No las repelentes marchas de mujeres mayores conservadoras y curas en contra de algo que no les incumbe. Emilia toma esa decisión de la que nunca se arrepiente. Eso nos deja un sinsabor y a la vez una complicidad. Esa ambivalencia, esa incomodidad me interesa trasmitirla al lector. Entender algo del alma humana, a través de la ficción. Finalmente, la mujer es más que su maternidad, es una persona libre. Un tema álgido, muy delicado y sujeto a mucha discusión, sobre todo de parte de quien no se encuentra en esa terrible tesitura.
-Sandro padeció toda esta violencia psicológica durante su infancia. En su etapa adulta además de los trastornos que le produce su alcoholismo no asume su homosexualidad o bisexualidad, sin embargo, es feliz con Emilia. ¿Por qué?
-Lo que tú mencionas es la médula del conflicto de este personaje. La violencia psicológica y física proveniente de una mujer a un hombre, particularmente de su propia madre causa estragos en el desarrollo psicológico de ese pequeño ser y del hombre que un día llegará a ser. Una madre esquizofrenizante. Un sujeto con la mente partida y el alma atormentada, carente de afecto, asfixiado y asqueado. Un crimen sin duda perpetrado por la mujer que lo trajo al mundo. En este caso en particular, además culpándolo por todos sus males. Él es un sujeto con una baja autoestima y con un radio de acción mínimo pues debe volver del colegio a la casa y enfrentar un mundo de gente de barrios peligrosos. Por alguna razón Emilia le atrae más que ninguna otra persona al margen del género. Es muy hermoso que sucedan esos procesos en la vida y en la ficción, porque dan cuenta de la complejidad de nuestra sexualidad, de su flexibilidad y de que todo no está dicho en esa materia. La violencia en la niñez de Sandro es el germen de su alcoholismo que lo persigue a lo largo de toda su vida. No asume su bisexualidad, entre otras cosas, por temas de culpas y de lo que la sociedad espera de un hombre. La ausencia de figuras masculinas y la necesidad y añoranza de ese afecto desconocido, el referente inexistente y rechazo de sus parientes próximos hacen de él un hombre con una psiquis compleja y con una figura distorsionada de lo que son una mujer y un hombre.
Creo que todos somos un cúmulo de elementos entreverados y en ese enjambre de sensaciones no son raros los despertares sexuales con personas del mismo sexo. Hay una falta de definición en él, comenzando por su origen. Pertenece a dos mundos opuestos y además es un paria que realmente es aceptado en ningún lado. Y fluyendo en esa línea por qué habría de interesarse por una mujer cuando la primera figura femenina que es la madre viene a ser lo más nauseabundo para él. Había que explorar que era eso que se agolpaba en su sangre. Y dando de tumbos llega donde Emilia con quien establece una conexión de hombre y mujer, sexual y por encima de todo, emocional y mental. Además de sentirse querido, comprendido y admirado. El amor tiene que ver con todo eso y con un asunto de químicas más allá de géneros. La sexualidad es un tema inacabable también.
-En medio de todas estas complejidades Sandro decide escribir un libro sobre Martín Adán y es en este momento que las historias se entrelazan. Si bien el segundo es un hito de la literatura peruana vanguardista, la vida de ambos destaca por ser marginales y transgresores…
Ellos tienen muchas cosas en común, a pesar de sus distintas historias. La soledad de la niñez, la orfandad paterna, la figura ausente de la madre de una u otra manera. El rechazo de la gente conservadora hacia todo lo que no sea preestablecido y aceptado por la sociedad. Nuevamente los roles asignados y la exigencia sin tregua, en este caso, hacia los hombres y sus roles. La incomodidad sobre su sexualidad, el alcoholismo y la poesía los enlaza en una rebeldía que llega a la marginalidad.
– La cartografía de nuestra ciudad es otro punto que destaca. Calles, espacios públicos de época y los actuales. ¿Qué importancia tiene el registro de los vericuetos de nuestra ciudad en tus libros?
-Los escenarios son fundamentales en las historias. El lector debe poder situarse en un lugar, además del contexto y atmósfera. De esa manera podrá imaginar cómo transcurre la acción y dónde se desenvuelven los personajes. Me atraen los interiores de una casa, pero también las calles, como en Todo, menos morir. Dada la esencia callejera de los personajes, el escenario está compuesto por el centro de Lima, el Bar Cordano, el Barrio Chino, que al igual que Larco Herrera, encierra restos de antiguo esplendor en decadencia. Y también, como no, el bello malecón de Barranco, por donde aún podríamos sentir, como Sandro y Emilia, los pasos y la voz del poeta. El tranquilo barrio de La Punta como un paraíso con el palacio imposible de la niñez y en contraste, el peligroso jirón Loreto del Callao. Y hasta un chispazo del fantasmal Pacasmayo, cuna de la familia del poeta. Esos son los escenarios esta vez.