Una lectura de Nuestra parte de noche

A propósito del Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, hablemos sobre mujeres. La Oscuridad es el gran tema de esta novela de la argentina Mariana Enríquez, ganadora del Premio Herralde y sin duda uno de los libros más destacables de 2020 en español. Para abordarla acudo a Virginia Woolf y, en concreto, a ese ensayo genial sobre las mujeres y la novela que es Una habitación propia. Alerta de spoilers, disculparán.

Por: Anahí Barrionuevo

Leo Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez. Me lo trajo desde Córdoba, Argentina, el tío querido que ahora ya no está.

Y aprovecho y releo un libro de cuentos de la misma autora: Las cosas que perdimos en el fuego. Y ya se verá por qué. En general les recomiendo que lean todo lo de esta autora que caiga en sus manos. O, mejor, búsquenla. Porque si América Latina tiene algo importante en este momento, eso son, al sur, Mariana Enríquez, y al norte, la mexicana Guadalupe Nettel. Hay muchas más autoras importantes en nuestro continente ahora mismo, con nombres relevantes en cada país, y de varias generaciones; tantos nombres que esta vez les (me) ahorraré la enumeración. Pero lo cierto es que Enríquez y Nettel son puntas de lanza de la literatura latinoamericana en este momento, por la generación a la que pertenecen, por los premios que han ganado y también por el trabajo académico o institucional que realizan. Además, si bien el lector ha de ser humilde, esta lectora no siempre lo es, y me complazco cuando encuentro puntos en común con las/os autoras/es. En este caso, las dos nacieron el mismo año que yo, y ese hecho suele acercarme generacionalmente a lo que escriben. Por si fuera poco, a ambas he podido verlas —a una, a cierta distancia y a la otra más de cerca— en el Hay Festival de Arequipa, una suerte que hará más feliz el tiempo de mis cenizas.

Y el punto, digamos, no humilde de la lectura me entusiasmó desde el inicio con Nuestra parte de noche, en cuyas primeras páginas se relata la historia de la “reina de la selva” guaraní de la que viene mi nombre. Desde niña conozco la leyenda, y la canción (en versión del Trío Los Paraguayos) que la hizo famosa. Y me llamó la atención la manera como la relata Enríquez, aparentemente despolitizándola. Es decir, no menciona en ningún momento la presunción de que quienes queman a la india (condenada a la hoguera acusada de bruja) sean los conquistadores españoles, sino que apenas los alude llamándolos “soldados”. Incluso llega a este punto: “la ataron a un árbol que se prendió fuego”, dice a través de uno de los protagonistas. Evidentemente, el árbol no se prendió solo. ¿Qué significa esto? Al relatar una historia archiconocida del folclor paraguayo a su manera, Enríquez da las claves de su escritura (o su escritura en esta novela particularmente). A saber: que no le interesa señalar al agente, al actor, o al actuante mejor, sino mostrar los efectos, los hechos en sí, como si no existieran sus provocadores y, en cambio, como si los viéramos y, de modo casi infantil —en cuanto a ingenuo o puro (o también desinformado)—, pudiéramos atribuirlos simplemente a la magia. Porque cuando vemos las cosas que pasan como los niños, no podemos explicarlas necesariamente, no sabemos qué hay detrás de ellas, qué las causó, o quién. Ocurren, punto. Como en la magia, o más bien para el caso de Enríquez, como en esa forma específica de la magia que es lo sobrenatural y cuyo efecto no es otro que el terror.

Y es así como Nuestra parte de noche puede leerse. Enríquez relata una saga familiar construida con eventos aterradores cuyas explicaciones no son evidentes, y se atribuyen a la magia o a lo sobrenatural. Y tras ese cortinaje, donde nada es evidente, lo menos evidente es el contexto político que está detrás: a saber, la dictadura militar, o Proceso de Reorganización Nacional, o simplemente el Proceso, y también lo que podría ser su contraparte, es decir los Juicios a las Juntas, con la condena y posterior amnistía, y muy posterior recondena (en general ya post mortem y, para el caso, fuera del arco temporal de esta novela). Con ese marco —muy generacional, y también muy político—, es que Enríquez entreteje su novela.

Pero dije que para abordar Nuestra parte de noche iba a acudir a Virginia Woolf. Y entonces releo, como por tercera vez, Una habitación propia, ahora en una edición que infelizmente la rotula Un cuarto propio, cosa de lamentarse incluso cuando la traducción haya sido hecha por Borges (no tengo claro si ese título lo eligió él, pero, si así fue, me recuerda otro capricho de un notable, y querido, poeta y traductor peruano cuando decidió llamar a la bien conocida La tierra baldía de T.S. Eliot, La tierra agostada; no hay derecho, ninguna bella y nueva encuadernación justifica esto)… Pero volvamos.

El ensayo de Virginia Woolf fue publicado en 1929 y contiene las conferencias que dictó la autora ante las alumnas de dos escuelas de la Universidad de Cambridge un año antes y que tenían por tema (no escogido por ella) “Las mujeres y la novela”. En seis capítulos, con esa genialidad suya que nunca deja de sorprender, sirviéndose de recursos que también usaba en la ficción, repasa los aspectos relevantes del asunto. Me dije entonces que, actuando quizás a despecho de lo que Woolf juzgaría prudente, en tanto que “en lo concerniente a libros, es notoriamente difícil pegar etiquetas de mérito de modo que no se despeguen”, podría hacerse algo así como el Índice Woolf, que midiera cuántos de los aspectos relevantes señalados en Una habitación propia cumplen una autora y una novela en particular, una suerte de Test de Bechdel o de Bechdel/Wallace, que se aplica a las películas para medir en qué punto de la brecha de género se sitúan, pero que en este caso abordara libros. Veamos, entonces, cómo sería este Índice Woolf aplicado a Nuestra parte de noche y a Mariana Enríquez, otorgándole puntos a cada aspecto. Separaré, por un lado, los aspectos materiales y físicos a los que se refiere Woolf, relacionados más bien con la autora, y luego seguiré con aquellos que tienen que ver con la obra misma. Antes diré que esto es un ejercicio y una aproximación, y que sin duda podría pulirse y hacerse de manera más minuciosa.

Mariana Enríquez. Foto: Louise Oligny. Fuente: El Cultural

Sobre las circunstancias físicas y materiales

1.La habitación y el dinero propios. Woolf señala estos elementos como la condición sine qua non para que una mujer pueda escribir novelas. Y, bueno, no conocemos tanto de Enríquez como para saber si recibe la renta de una herencia (como podía ocurrirle a Woolf), pero sin duda tiene al menos un trabajo alimenticio y es altamente probable que cuente también con una habitación propia (solo de ella, o casi), destinada a sus estudios y su escritura, a su concentración, a su trabajo intelectual. Y quizás esto parezca algo sencillo de tener, pero está claro que no lo es, aún hoy, para todas. Es decir, continúa siendo un privilegio de pocas. Mirando más detenidamente sabremos, además, que el dinero y la habitación propios le habrán costado más (esfuerzo, tiempo) que, a sus pares masculinos, porque la brecha salarial existe y es real también para la Academia y la literatura. En cambio, reconoceremos que sobre su dinero ejerce plena (o casi plena) libertad. Sobre 10 puntos: 8.

2.La educación completa. Enríquez ha accedido, más incluso que las oyentes de Woolf, a una educación completa, con los espacios (bibliotecas, salas de conferencia, aulas) que propician el despliegue de la mente. Y esto es también parte de la “habitación propia”. Como habitante de ciudad, habrá tenido más espacios estimulantes cerca, pero como creció bajo una dictadura diez años de su vida y finalmente esto es Latinoamérica, podríamos señalar algunas limitantes. Sobre 10 puntos, 9.

3. La tradición literaria. Aunque esto ha venido cambiando desde hace cincuenta años, pero más marcadamente en los últimos veinticinco, sabemos que Enríquez habrá accedido a menos libros escritos por mujeres desde niña que a libros escritos por hombres. Además, ¿cuántas mujeres que pudo leer gozaron de igual o mayor prestigio que los hombres a los que leyó? Sabemos que ese prestigio no es intrínseco, sino que se otorga, y aún hoy ocurre que muchos creen que solo los hombres tienen el poder de otorgarlo. Y bueno, no suelen (y menos solían) otorgárselo a mujeres. Consideremos esto al decir que la Argentina del siglo XX dio, por ejemplo, a escritoras como Silvina Ocampo, Norah Lange o Alejandra Pizarnik. Pero también evaluaciones como las realizadas por Ricardo Szmetan en “La situación social de las escritoras argentinas en las primeras décadas del siglo XX” o, más ampliamente, por Francine Masiello en Entre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna. Sobre 10 puntos, 8.

4.La autoconfianza. Por su puntuación completa que se da por descontada en los tres ítems precedentes, los hombres tienen autoconfianza, dice Woolf. Pero, más incluso, porque a menudo el espejo les devuelve una imagen agrandada de sí mismos. Es posible que una mujer urbana, con educación completa y que ejerce trabajos socialmente valorados, como es el caso de Mariana Enríquez, tenga autoconfianza. Pero además podrá sumar a ello una manera de ver las cosas ajena a la ira, que la conduciría a escribir con odio, rabia, rencor o amargura en función de una presumible postergación literaria en un medio 1000% patriarcal. O con tristeza y melancolía producto del temor, sabiendo de antemano que su obra sería ignorada. O con todo eso junto entendiendo que una mujer escritora solo podría ser considerada ridícula o loca. Todo esto último ha cambiado (o en términos generales ha cambiado), y no podemos identificarlo en la obra de Enríquez. En otras palabras, que sus circunstancias en tanto mujer escritora no parecen haber afectado su obra, y prueba de ello es la ambición de Nuestra parte de noche y sus obras precedentes. Sin embargo, consideremos que la patriarcalidad del medio literario se mantiene en muchas medidas y que Enríquez lo ha enfrentado, queriéndolo y sabiéndolo o no. Sobre 10 puntos, 9.

Sobre la construcción de la obra

5.La inspiración. Uso inspiración a falta de mejor palabra. En estrecha relación con lo anterior, señala Woolf la abrumadora frecuencia con que el “yo” aparece en las novelas escritas por hombres, al punto de extender una suerte de blur sobre todo lo que los rodea. Y, como correlato, llenos de autoconfianza y enamorados de sí mismos, cuánto suelen entregarnos historias que tienen mucho (o demasiado) de autobiográficas. ¿Es autobiográfica Nuestra parte de noche? Lo autobiográfico no necesariamente es un defecto y de muchos modos puede resultar inevitable. En esta novela hay aspectos de la vida de la autora que pueden identificarse, pero apenas se restringen a parte del tiempo en el que transcurre la trama o los espacios donde lo hace. Y quizás haya algo más, podemos presumir, pero nada en el texto busca destacar que lo sea. Más interesantes son dos hechos: el primero, que Enríquez —en un despliegue que consolida su condición de autora, es decir de creadora— retoma aquí varias historias que ya había trabajado en sus cuentos, especialmente en los de Las cosas que perdimos en el fuego, como es el caso de “La casa de Adela”; el segundo, que se ha servido de recursos y elementos que remiten a múltiples obras de la tradición latinoamericana masculina, y ahí están, por ejemplo, las huellas de un García Márquez, un Juan Rulfo, en especial un Ernesto Sábato. Sobre 10 puntos: 10.

6.La estructura. Acusa Woolf “el efecto del sexo sobre el novelista” en relación con varios aspectos. Uno de ellos sería la estructura, consagrada por una tradición masculina a partir de historias centradas en hechos y valores masculinos. Respecto de esto, ¿cómo es la estructura de la novela de Enríquez? Lejos de la tradicional simetría, Nuestra parte de noche es asimétrica; con textos concatenados unos tras otros sin ningún rótulo (como “capítulos” o “partes”, por ejemplo), y ni siquiera ordenados con cualquier forma de enumeración. Su extensión es diversa, sus narradores son variados. A pesar de ello, o gracias a ello, la lectora/el lector no deja de tener la experiencia de inmersión total que provocan las novelas extensas, y el suspenso va in crescendo. Además, el terror (el género literario al cual serviría la estructura) ha sido considerado históricamente menor, tangencial. Ha escrito Enríquez una novela que en este sentido se aparta del canon masculino. Ha moldeado, como ansiaba Woolf, el género de la novela a sus propias necesidades. Sobre 10 puntos: 10

7.Los hechos y los valores. En estrecha relación con lo anterior, Woolf señala que las mujeres tendrían valores diferentes de los masculinos, a pesar de lo cual son los valores masculinos los que prevalecen en las novelas que ellas escriben. Esto se relacionaría con no abordar asuntos domésticos, sino algo así como “los grandes hechos heroicos”. ¿Qué tipo de hechos aborda Nuestra parte de noche? Diremos que no están demasiado presentes los hechos domésticos, pero, cuando lo están, no necesariamente se circunscriben a la acción de personajes femeninos. Los hechos giran en torno al gran tema de la novela, que es la Oscuridad, un constructo misterioso y una fuerza negativa que atenaza tanto a hombres como a mujeres, y que con ambos es igualmente inexorable y destructiva, sea cual sea el papel que jueguen dentro de la Orden, es decir, la organización vinculada con la Oscuridad y que, de cierto modo, “la administra”. En tal organización, las mujeres ocupan una jerarquía relevante y son ellas quienes determinan en buena medida el curso de los acontecimientos. Finalmente, sobre esto cabe señalar el hecho de que Juan, el médium y uno de los protagonistas, es bisexual y la novela grafica de manera explícita sus encuentros con hombres, al igual que los de otro personaje más joven (ojo: joven nacido en la década de 1970), y quizás por eso simplemente homosexual. No manifiesta la narración casi ningún tipo de excepcionalidad ante esto; no lo aborda en ningún caso como un “pecado”, y en este sentido podemos señalar una “antipatriarcalidad” en Nuestra parte de noche. Sobre 10 puntos: 9.

8.La identidad narrativa. Woolf dice “sería una pena que las mujeres escribieran como los hombres”. Y más adelante, precisa “la primera gran lección: escribir como una mujer; pero como una mujer que ha olvidado que lo es”. ¿Es este el caso de Nuestra parte de noche? Si bien en la novela aparecen dos narradoras femeninas, predomina en ella un narrador omnisciente sin identidad de género especificable pero que, aunque toma mayoritariamente la perspectiva de personajes masculinos, tales personajes escapan significativamente a eso que podríamos llamar “un modelo masculino”. En este sentido puede decirse que se pone de manifiesto un reclamo de Woolf, que ella misma ejecutó: “una inteligencia andrógina”, capaz de integrar el todo posible de la emocionalidad humana. Con esto, Enríquez, en suma, maneja las necesidades narrativas de su historia con libertad y no restringiéndose a una “perspectiva femenina”. Sobre 10 puntos: 9.

9.Las relaciones de género. Woolf señala que las relaciones entre los personajes femeninos de una novela, y las de ellas con los personajes masculinos, incluso en las novelas escritas por mujeres, suelen tener un cariz que podemos llamar “conservador”, o más precisamente, “patriarcal”. Clásicamente las mujeres son representadas en conflicto y rivalidad unas con otras, y/o actuando únicamente en función del otro sexo. Difícilmente como amigas, mucho menos como amantes (entre sí). ¿Cómo son las relaciones entre las mujeres en Nuestra parte de noche? Pues, aunque no difieran del todo de aquello que señalaba Woolf, al menos podemos decir que son diversas. Así como hay mujeres aliadas, como es el caso de las hermanastras Rosario y Tali, también conservan fuertes rivalidades, en tanto que ambas aman al mismo hombre, Juan, el médium que conecta con la Oscuridad. Son espejo de este mismo tipo de relación (es decir, de alianza y a la vez rivalidad), solo que, en este caso fundada en el ejercicio del mal, los personajes de Mercedes (madre de Rosario) y Florence (cabeza máxima de la Orden). Además, la rivalidad entre Rosario y Tali y su madre y madrastra, respectivamente, es radical, definitiva. En cambio, en los personajes más jóvenes (ojo nuevamente: jóvenes nacidos en la década de 1970, es decir que esta es la generación con la que se identificaría Enríquez), sí existe la amistad, como entre las niñas Victoria y Adela. Por otra parte, si bien los dos protagonistas de la novela son personajes masculinos (Juan y Gaspar, hijo del médium y de Rosario) y los personajes femeninos gravitan fuertemente en torno a ellos, las mujeres cumplen funciones también importantes, y a menudo lo hacen en colaboración y no en oposición a los masculinos. Por último, aunque las relaciones sentimentales (y legales) entre hombres y mujeres están presentes, no constituyen de ningún modo el centro de la trama. Sobre 10:

10.La representación femenina. Espera Woolf que las novelas escritas por mujeres representen sus vidas domésticas, algo así como “las preocupaciones propias de su género”. Sin embargo, entre la Inglaterra de 1929 y la Argentina de 2019 median noventa años, y aunque parezca que todo sigue igual respecto de las mujeres, pues no es tal, por fortuna. Por eso, como ya mencioné antes, Enríquez ha representado en esta novela a mujeres con poder, y esa posibilidad de tener poder ya forma parte de la vida cotidiana de las mujeres (no de todas, por supuesto). Pero sí habrá que señalar que el personaje más vil de esta novela es también una mujer, y en general la agencia de los personajes femeninos se relaciona con el mal. Sobre 10 puntos: 7.

En resumen, 86/100 puntos. ¿Cuántos puntos como mínimo deberían acumular una autora y una novela, noventa años después de escrita Una habitación propia, para considerar que saltan la brecha de género? No bastaría, evidentemente, sobrepasar apenas la mitad del puntaje posible. ¿Y cuántas mujeres que escriben ahora y sus obras logran hacerlo? Pero, más importante, aunque con una respuesta presumiblemente menos favorable, ¿cuántas mujeres hoy, en este marzo de 2021, en el país, en el continente, en el mundo, aprueban al menos el primer punto, el de la habitación y el dinero propios, las condiciones sine qua non para poder escribir, incluso para poder ser?

Mariana Enríquez (2019). Nuestra parte de noche. Buenos Aires: Anagrama, 2020. 672 pp.

Virginia Woolf (1929). Un cuarto propio. Barcelona: Lumen, 2013, 2020. 158 pp. Título original: A Room of One’s Own. Prólogo de Kirmen Uribe. Traducción del inglés de Jorge Luis Borges (2013).

 

Editora peruana. En el Perú ha editado a escritores como Ryonosuke Akutagawa, Henry James o Franz Kafka; y a escritores peruanos como César Vallejo, Ciro Alegría, Luis Loayza, José Diez Canseco o Jorge Eduardo Eielson, entre otros. Asimismo, ha trabajado en editoriales nacionales e internacionales y en distintos proyectos. Es, además, editora de Clorinda, sello dedicado exclusivamente a la novela.