Una lectura de Noches de adrenalina

Una nueva edición del decisivo poemario de Carmen Ollé conmemora los 40 años de su primera publicación. ¿Qué nos dice hoy ese revulsivo conjunto de textos que, como otros de escritoras más o menos contemporáneas de la autora, fue catalogado en el equívoco cajón de «poesía erótica»? Leámosla y sumémonos así al homenaje a la poeta peruana viva más importante.

Por: Anahí Barrionuevo

Leo y releo Noches de adrenalina, de Carmen Ollé.

Esta vez porque Germán Coronado tuvo la gentileza de pedirme que escribiera el Prólogo para la edición conmemorativa que acaba de lanzar. Lo aviso, lo advierto.

La llamada del editor de Peisa detonó la memoria. Me recordé leyendo este libro por primera vez en la sala del tercer piso de una biblioteca, allá a inicios de los años noventa, mirando a ratos las frondosas copas de tipas y cedros en los verdes parques de la universidad. Qué nostalgia de mí, pobre lectora. ¿Qué pensé entonces?, me pregunto. Recuerdo que, al terminar de leerlo tuve ganas de pararme y aplaudir, como a veces me ocurre. Quién pudiera repetir ese encuentro inicial, y al mismo tiempo no, gracias. Porque releerlo en otros momentos fue mejor, porque releerlo ahora me ha iluminado de un modo distinto. Quizá tener 50 años (yo) sí cambia algo. Y basta, vayamos al libro, sobre el que anotaré algunos puntos distintos a los que he señalado en el Prólogo, por cierto.

Lo culto y lo popular

Lo más evidente de un libro como Noches de adrenalina, publicado por primera vez en 1981 y reeditado varias veces desde entonces, es su lenguaje coloquial, digamos que sencillo. Y también frontal. Tiene, por eso, las puertas abiertas para cualquier lector. Invita a pasar. No hay en sus páginas palabras esdrújulas, cultismos, salvo algunas excepciones; nada que imponga una distancia, que pretenda situar a la voz poética “por encima del pueblo”, digamos.

Tampoco incurre en una complejidad sintáctica inabarcable, con fraseos extensos o retorcidos. No. Frases cortas, periodos regulares.

Léxico y sintaxis del llano, de la vida cotidiana, del lenguaje familiar, amical, de la charla, de la calle. Podría ser una amiga que te habla mientras viajas en metro, la vecina a la que te cruzas en un pasadizo. Sobre esta coloquialidad del lenguaje, y remarcando su carácter femenino y eventualmente doméstico, es prueba el uso, en determinada parte, de ese idioma secreto de las madres de antes que interponía las sílabas pa-pe-pi-po-pu para evitar la fácil decodificación de los menores sobre las “cosas de grandes”.

Sin embargo, en medio de esta simplicidad (tan difícil de lograr, por si acaso) están presentes una serie de referencias que, por ser filosóficas, pictóricas, psicoanalíticas, arquitectónicas, menos cinematográficas, pero sobre todo literarias, solo podemos calificarlas de “cultas”. No son simples adornos, por supuesto, y de hecho cumplen un papel fundamental en el planteamiento del libro. Sin embargo, la autora no permite que esas referencias se interpongan a la lectura fluida de sus textos.

Podría decirse que con esta combinación de lo culto y lo popular, Carmen Ollé sintetiza una dualidad que ha estado presente en la literatura al menos desde la Edad Media europea, con aquello del mester de juglaría y el mester de clerecía, un escenario de tensiones culturales que, transformado en esta era digital, continúa vigente bajo nuevos nombres y también en escenarios inmediatos, como el nuestro por ejemplo.

Foto: archivo personal de la autora

El hardware y el software

Aquí avanzo en parte sobre lo que he señalado en el Prólogo al libro (y que podrán leer en la edición conmemorativa).

De todos los asuntos que la lectora (o el lector) encuentra en Noches de adrenalina, uno fue el que despertó el interés (provoca decir “el morbo”) de la crítica. Me refiero al abordaje del sexo, sin atreverse mucho a mencionar, por supuesto, el sexo anal que de manera puntual trata. Se habló de una “poesía erótica femenina”, como si lo erótico no hubiera sido tema poético desde que el primate homínido surgió (o llegó al planeta o fue creado, qué más da), se reprodujo no por partenogénesis (por decir algo), sino mediante cópula entre hembra y macho, y se hizo de un lenguaje verbal (una habilidad desarrollada especialmente en el cerebro de los individuos con cromosomas XX, como se sabe). No nos perdamos: esa adjetivación de lo que simplemente era poesía permitió ponerla en un cajón específico, como si se tratara de un asunto menor, lleno de especificidades que no valía la pena atender si una (o uno) quería leer poesía a secas.

Compuesto por veintiséis textos, Noches de adrenalina retrata la experiencia como migrante de una mujer limeña, con formación universitaria, casada y con una hija pequeña, que ha transitado desde su ciudad natal hacia la isla española de Menorca, y luego a París. Esa es la circunstancia vital que gatilla el libro. ¿Pero cómo está armado?

Se trata de un poemario de estirpe filosófica, puesto que parte de una apropiación de los recursos del discurso filosófico. Ese es el hardware del que parte, la base de su arquitectura. Varios elementos permiten constatarlo. En primer lugar, su procesador (la pieza principal de tal hardware) no es otra cosa que la interrogación, la pregunta, una herramienta que es propia de la Filosofía. De hecho, la mitad de sus textos incluye preguntas directas. En segundo lugar, empieza por la definición del sujeto («Tener 30 años no cambia nada»), otro recurso propio y necesario de la disciplina señalada. En tercer lugar, y en estrecha relación con lo anterior, al igual que los filósofos (desde hace siglos), buena parte de sus reflexiones se centran en el cuerpo. Y, por último, no son pocas las referencias a filósofos, como Beauvoir, Sartre o Bachelard, con quienes dialoga.

Es en relación con el cuerpo que podemos reconocer que lo erótico es relevante en Noches de adrenalina, pero como parte de su sistema operativo, del software principal, la bisagra que permite vincular los componentes duros y los componentes blandos del artefacto completo. Sin embargo, en la reflexión sobre el cuerpo, al igual que en el placer se detiene en el asco, es decir en sus aspectos escatológicos. Y de una manera que continúa siendo novedosa y transgresora, escarba en la intersección entre lo uno y lo otro en el sexo anal.

Pero hay más en el sofisticado sistema operativo de Noches de adrenalina, porque siguiendo los fundamentos del Existencialismo, el sujeto es la experiencia y Ollé la identifica no solo como el devenir vital (que ya describí), sino como la cultura o, más bien, como la conjunción de ambas cosas.

A partir de aquí operan los programas que completan la máquina: el recuerdo melancólico del pasado limeño, el presente europeo lleno de urgencias, los apremios de la maternidad recién estrenada, la dolorosa marginalidad de la migrante, las iluminadoras citas de escritoras y escritores que se han centrado en asuntos que le atañen. Con todo eso, Ollé entreteje una crítica a la cultura, puesto que no puede definirse como el sujeto (masculino) de los discursos que inciden en su libertad (como Sartre), sino como mujer migrante pobre que “ha llegado a ser”, de manera similar a Beauvoir, a consecuencia de los preceptos que enarbola tal cultura.

Carmen Ollé (1981). Noches de adrenalina. Lima: Peisa, 2023. 80 pp.

Editora peruana. En el Perú ha editado a escritores como Ryonosuke Akutagawa, Henry James o Franz Kafka; y a escritores peruanos como César Vallejo, Ciro Alegría, Luis Loayza, José Diez Canseco o Jorge Eduardo Eielson, entre otros. Asimismo, ha trabajado en editoriales nacionales e internacionales y en distintos proyectos. Es, además, editora de Clorinda, sello dedicado exclusivamente a la novela.