Una lectura de dos décadas de novela peruana

Terminan las primeras dos décadas del siglo XXI, y cabe preguntarse qué ha pasado en la novela peruana a lo largo de ellas. Seguramente en los próximos meses aparecerán listados en que se nos señale dónde estuvo lo mejor. ¿Pero vale la pena hacer un listado de “las mejores”? Acá, por lo pronto, vamos a centramos más bien en los procesos y los temas, y hasta nos atrevemos a plantear algún augurio. Importante: léase como orientación y no como prescriptiva.

Por: Anahí Barrionuevo

Un lector (usted, yo) puede hacer un listado de dos maneras: una programática y otra azarosa. Si programática, hay muchos criterios posibles. Uno es el de privilegiar una poética; es decir, considerar que cierto tipo de literatura, centrada por ejemplo en determinados temas o con enfoques estéticos específicos, es la que mejor representa aquello que podemos llamar “máxima calidad literaria”. Otro puede ser casuístico; es decir, el que intente recoger la diversidad de tendencias y representarlas mediante los que, bajo ciertos parámetros más puntuales, sean lo que podemos llamar sus “modelos más elevados”. También podemos orientar un listado hacia los libros que más han vendido, que más se han difundido, o que, presumiblemente, han sido “los más leídos”. En fin, es posible acudir a tantos criterios como seamos capaces de imaginar. Pero un criterio más sencillo, más llano, sin duda azaroso y a la vez transversal a otros, y quizás por todo eso más legítimo, es el del simple gusto. Y sería interesante analizar el gusto, cómo se forma y cómo se educa, pero no es el momento. Basta decir que si bien puede ser ilustrativo y esclarecedor prestar atención a lo que dicen los comentaristas, los críticos, los filólogos o los historiadores de la literatura, un lector no debe renunciar nunca, jamás, a su arbitrio, a su manera individual e íntima de apreciar lo que lee. Y eso es lo que suelo hacer en estas AntiReseñas, pero esta vez será un poco diferente.

Dicho esto, prefiero plantear esta vez algunas aproximaciones críticas que puedan permitir entender de dónde viene y hacia dónde va la novela en el Perú en este momento.

Lo primero es la constatación de que en las dos primeras décadas del siglo XXI, el número de novelas publicadas por escritores peruanos ha aumentado exponencialmente en relación con los dos siglos precedentes, y más importante, se han multiplicado sus tendencias. Si en las recientes dos décadas la manera como se escribe se ha enriquecido, lo mismo ha ocurrido (o debería) con la manera como leemos. El afinamiento de los criterios de lectura (y de crítica) nos permite hacerle mayor justicia a este género, dejando atrás dos aspectos: 1. la idea de una supuesta vocación realista y la sobrevaloración de una tendencia política, como si se tratara de los máximos modelos novelísticos posibles en nuestro país, y 2. un acercamiento que solo privilegia lo generacional y cronológico, para dejar de entender cada obra como producto de un autor cuyo ejercicio se inicia en determinado momento, y pasar más bien a comprenderla en diálogo con aquellas otras con las que se emparenta más allá del tiempo y situarla en la corriente cultural y de pensamiento en la que surge, es decir, aunque parezca paradójico, para darle su lugar en el continuo histórico.

En esta revisión panorámica o aproximación crítica planteo, por eso, una perspectiva temática respecto de la novela peruana reciente, buscando hacerles justicia a 1. la diversidad de las propuestas, que ya mencioné, y 2. las figuras tutelares, es decir a los escritores arraigados en el siglo XX que resultaron determinantes para el surgimiento de esas propuestas, y que iré mencionando al inicio de cada eje temático.

Pese a la necesidad de limitar lo generacional y cronológico como punto de partida para hablar de la novela (o de cualquier género) si queremos abarcar una lectura de carácter nacional, por las exigencias de espacio y los alcances de este texto, me es imprescindible ahora acotar a partir de este parámetro. Entonces, me referiré principalmente a novelas de escritores nacidos alrededor de 1968, aunque no lo haré estrictamente. La elección del año no es gratuita, pues a nivel global se asocia con una serie de movimientos culturales y políticos que podemos resumir bajo el rótulo de Mayo del 68 y, en el caso específico del Perú, es el año señalado para el golpe de Estado que dio inicio al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, encabezado por Juan Velasco Alvarado. Un punto último antes de empezar: no menciono todas las obras publicadas en estos veinte años, incluyendo alguna destacable seguramente, pues lo importante son los fundamentos que ya planteé.

Entonces, vamos así:

1. Novelas de temática histórica

Estas novelas hurgan en nuestro pasado más antiguo, en un rastro que podemos seguir hasta un Luis Enrique Tord y que, por supuesto, también ha practicado Mario Vargas Llosa. Ambos serían sus figuras tutelares. Inicio la revisión con este eje temático porque marcará, a mi entender, el futuro próximo de la novela peruana. Y en primer lugar, por haber mantenido vivo el tema incluso a contracorriente, aunque matizándolo con otros, debe mencionarse las interesantísimas y minuciosas novelas de Irma del Águila: Moby Dick en Cabo Blanco (2009), El hombre que hablaba del cielo (2011) y La isla de Fushía (2016).

Hasta hace cinco años resultaba sorprendente que la novela histórica, que encuentra en la crónica de Indias su pasado más remoto, no hubiera fructificado más en el Perú. Sin embargo, paulatinamente han apareciendo libros de interés, incluso de mucho interés. Aquí hay que situar, aunque sigamos saliéndonos del marco cronológico de los escritores, a la ambiciosa en su extensión y notablemente escrita El espía del Inca (2018), de Rafael Dumett, que ha planteado una estructura extraordinaria que pretende simular la de los quipus para contarnos el fallido intento de salvación de Atahualpa de manos de los conquistadores españoles. También Los Túpac Amaru 1572-1827 (2018), de Omar Aramayo, que plantea una lectura distinta sobre el proceso de la Independencia, restituyendo al factor indígena su papel fundamental, como alguna historiografía aún no hace. Igualmente, La noche sin ventanas (2017), de Raúl Tola, inspirada en las investigaciones de Hugo Coya sobre la participación de los peruanos en la Segunda Guerra Mundial y que tiene a la Generación del 900 como protagonistas, o su posterior La favorita del inca (2019).

Hay que mencionar también la llamada Colección del Bicentenario (2016), que, si bien dirigida a jóvenes, puede leerse a cualquier edad y que incluye títulos como El barco de San Martín, de Juan Manuel Chávez; 1814, Año de la Independencia, de Claudia Salazar Jiménez; Historia de dos Bernardos, de Alejandro Neyra; El año del Accarhuay, de Ulises Gutiérrez; o El aroma de la disidencia, de Sandro Bossio, que es uno de los escritores que más se ha sumergido en nuestro pasado, especialmente en el siglo XIX.

2. Novelas de temática vocacional y literaria

Referidas a la escritura, a la suerte o la maldición de ser escritor, y eventualmente lector, y al sistema literario y editorial. Aquí vale hacer tres subdivisiones.

La primera tiene que ver con la búsqueda vocacional y el descubrimiento de un lenguaje propio. Y en primer lugar hay que mencionar Contarlo todo (2013), de Jeremías Gamboa, donde no es gratuito que conviva este tema con el asunto amoroso, para completar una educación sentimental, y una novela de aprendizaje. Y con esto, de Gamboa se puede decir que es más bryceano que vargasllosiano, y más cercano en cualquier caso a un Edgardo Rivera Martínez, su figura tutelar. También lo vocacional y lo literario, desde un punto de vista ciertamente preciosista pero no menos vital, es el eje de La disciplina de la vanidad (2000), de Iván Thays. Es posible situar igualmente aquí dos caras de una misma moneda: Esta casa vacía (2017), de Marco García Falcón, donde conviven la sinrazón existencial y la angustia masculina con la reflexión sobre la escritura; y Perro de ojos negros (2016), de María José Caro, que sería su contraparte femenina.

Una segunda subdivisión sería la referida a las novelas sobre el sistema literario, cultural y editorial, frente al cual el narrador, que es generalmente un escritor, está siempre en conflicto. Y en esto se centran libros como El círculo de los escritores asesinos (2005), de Diego Trelles; Casa de Islandia (2004), de Luis Hernán Castañeda; El escritor sale a matar (2010), de la saga Morirás mañana de Jaime Bayly; Interruptus (2018), de Leonardo Aguirre; La velocidad del pánico (2018), de Stuart Flores; y El asesinato de Laura Olivo (2018), de Jorge Eduardo Benavides, aun cuando no aborda el tema desde el Perú ni fue publicada en nuestro país, pero sin duda resulta la más ilustrativa e informada sobre este asunto.

Y una tercera y última subdivisión estaría en las novelas centradas en el lector, y aquí destaca, aún de manera solitaria y brevísima, Toda la culpa la tiene Mario (2016), de Giovanna Pollarolo, que escapa a nuestra pauta cronológica sobre los autores, pero me parece interesante mencionar porque sus protagonistas, tal como le ocurrió al Quijote, el gran modelo de la novela, de cierta forma enloquecen a partir de sus lecturas.

3. Novelas de la memoria y la política

Son las herederas más directas de una de las líneas de la escritura vargasllosiana, pero también de José María Arguedas y, más cercanamente, de Miguel Gutiérrez, figuras tutelares bajo las cuales podemos señalar tres subdivisiones.

El listado es abundante, diverso y notable, y debe comenzar por Nuevos juguetes de la Guerra Fría (2015), de Juan Manuel Robles, la más vargasllosiana en su vocación totalizadora, y donde no es casual que lo familiar, especialmente el padre, sea también un elemento relevante. Sin duda destaca La voluntad del molle (2006), de Karina Pacheco Medrano, donde es más bien la madre quien conduce a un cuestionamiento del universo social. Pacheco Medrano es también autora de Las orillas del aire (2017), donde queda incluso más claro que es nuestra escritora de más marcada estirpe arguediana en tanto recoge los elementos simbólicos de la cosmovisión andina. Además es necesaria La procesión infinita (2017), de Diego Trelles, el más gutierriano en tanto que ronda el tema desde una perspectiva generacional y de pares, sin dejar de lado la exploración sobre el género novelístico.

También corresponden a este eje político y memorioso la notable Generación cochebomba (2007), de Martín Roldán Ruiz; Radio Ciudad Perdida (2007), de Daniel Alarcón; la trilogía de Lima Norte (2009), Lima Sur (2011) y Lima Este (2012), de Giovanni Anticona; Ojos de pez abisal (2011), de Ulises Gutiérrez Llantoy; La sangre de la aurora (2013), de Claudia Salazar Jiménez; Un golpe de dados (2015), de Victoria Guerrero, que singularmente es sobre todo poeta; La noche de los alfileres (2016), de Santiago Roncagliolo; y La guerra que hicieron para mí (2018), de Carlos Enrique Freyre, que no menos singularmente, además de escritor, es oficial del Ejército.

4. Novelas de temática criminal y de violencia

Muestran predilección por el suspenso y el delito, y que como divertidamente ha señalado el tutelar Fernando Ampuero, “en el Perú se escriben solas”. Pese a esa certeza, hasta hace unos pocos años llamaba la atención la escasa presencia de este género entre nuestros novelistas; sin embargo, por fin viene afianzándose. En este eje temático podemos plantear también dos subdivisiones: aquellas que toman como protagonista al policía (o investigador) y las que lo hacen con el criminal.

Entre las primeras destaca sin duda la que inauguró el género en este siglo: Abril rojo (2006), de Santiago Roncagliolo, que poniendo acento en un trasfondo político, cuenta antes que nada una historia policial protagonizada por un inolvidablemente frágil y torpe pero nunca tonto Félix Chacaltana, al igual que en la muy buena precuela, La pena máxima (2014). También es notable Bioy (2012), de Diego Trelles, con una fuerte marca, como en toda su obra, de Roberto Bolaño. Y hay que leer la saga CIA, Perú, de Alejandro Neyra, que incluye Una novela de espías (2012), El espía sentimental (2015) y El espía innoble (2017), y rinde tributo a las novelas de espías, con un marco histórico y político centrado en el Perú de los años noventa y los primeros dosmiles. Tiene interés también Cuerpo de agua (2019), de Leydy Loayza.

En cuanto a las segundas, tienen relevancia los planteamientos y el vértigo narrativo de las novelas de Charlie Becerra con Solo vine para que ella me mate (2019), que aborda no solo al criminal sino también a la víctima, y atiende el conflicto social del que surgen y al que retornan el narcotráfico y la migración; y Cachorro (2020), que, siempre contemplando a los marginados de la globalización y los éxitos económicos del liberalismo capitalista, se centra en el sicariato adolescente.

Tiene interés igualmente La fauna de la noche (2011), de Sandro Bossio, que articula una historia criminal en el pasado; Las esquinas redondeadas (2015), de Mario Michelena, novela negra en clave de humor; Plagio (2016) y Adiós a la revolución (2019), de Francisco Ángeles, donde el crimen se mezcla con la política y el arte; y Secta Pancho Fierro (2017), de Miguel Sánchez Flores, con personajes civiles entramados entre la historia del arte y el crimen. En cualquier caso, a mi parecer, este eje temático será también determinante para la novela peruana en los próximos años.

5. Novelas de temática familiar

Referidas a eso que Mariana de Althaus, más bien dramaturga, ha comparado con el Sistema Solar, es decir con ese conjunto de elementos atenazados entre fuerzas centrífugas y centrípetas, gravitantes entre sí, que conforman la familia, y que tienen sus antecedentes en las obras de Alfredo Bryce Echenique y Alonso Cueto. Aquí podemos plantear cinco subdivisiones, en función de los roles familiares que se ponen en el centro de la narración.

Una primera subdivisión la constituye la novela sobre el padre. Y en primer lugar hay que mencionar La distancia que nos separa (2015), de Renato Cisneros, que se extiende a la figura de los abuelos en su continuación, Dejarás la tierra (2017). También abordan el asunto paterno Un olvidado asombro (2014), de Marco García Falcón; Austin, Texas 1979 (2014), de Francisco Ángeles; Sustitución (2017), de Jack Martínez Arias, que recoge también una temática amorosa y se vincula, como todas estas novelas, con la identidad; Pequeña novela con cenizas (2015), de José Carlos Yrigoyen, que se entrama con el asunto vocacional y se extiende luego a la figura de los abuelos en Orgullosamente solos (2017); y lo mismo ocurre en Una ciudad para perderse (2018), de Mayte Mujica.

Una segunda subdivisión está en la novela sobre la figura materna. Y aquí aparece, breve pero contundente, [ella] (2012), de Jennifer Thorndike. También de esto van La risa de tu madre (2003), de Gustavo Rodríguez; Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre (2016), de Sergio Galarza; Mi madre soñaba en francés (2018), de Luis Hernán Castañeda.

La tercera subdivisión está en la figura de los hermanos o hermanas, donde es necesaria Esa muerte existe (2016), también de Jennifer Thorndike, marcadamente influida por las propuestas discursivas de una Diamela Eltit; o Madrugada (2018), de Gustavo Rodríguez.

Una cuarta subdivisión estaría centrada en los hijos, donde no puede faltar Mongolia (2015), de Julia Wong Kcomt. Y una quinta y última subdivisión correspondería a la pareja, más bien en su desintegración, y a la familia en conjunto, en sus conflictos y desencuentros. Y aquí destaca la contención evocadora de Tiene que haber otro final (2019), de Susanne Noltenius; y también Tsunami (2012), de Ezio Neyra; Nunca sabré lo que entiendo (2014), de Katya Adaui; y Destierro (2017), de Alina Gadea.

6. Novelas de la intimidad, de la identidad individual disidente y de la hibridación, o un inventario de rarezas

Aquí me salgo de los planteamientos temáticos para añadir consideraciones sobre la forma de escritura, especialmente en la experimentación y la mezcla de géneros dentro de la novela, en una tradición que encuentra sus raíces en Carmen Ollé. Esto es una verdadera mina de oro, cuyas vetas deberán desarrollarse de manera más marcada en adelante. Se relacionan de algún modo con todas las divisiones anteriores, pero se diferencian de ellas en aspectos que las hacen únicas y, en ese sentido, raras. Acá es posible plantear tres subdivisiones.

Una primera subdivisión se centra en el aspecto formal, que es el de la hibridación de géneros. Y aquí en primer lugar debe mencionarse La flor artificial (2016), de Christiane Félip Vidal y Sophie Canal, dos escritoras francesas afincadas en el Perú y que eventualmente se salen de nuestro marco generacional, pero que han dado uno de los libros literariamente más audaces de los últimos años, al articular la mentida biografía de la olvidada artista Silvia Li. Y luego hay que mencionar Bombardero (2007), de César Gutiérrez, que tampoco está en nuestro marco generacional, pero que recurre a múltiples formas discursivas para contarnos los peores años de las décadas finales del siglo XX; Quién es D’Ancourt (2017), de Carlos Arámbulo; y también Lxs niñxs de oro de la alquimia sexual (2020), de Tilsa Otta.

Una segunda subdivisión podemos situarla en torno al cuerpo y a la sexualidad. A falta de una verdadera tradición de novela erótica en el Perú, como aquellas que se atrevió a escribir Carmen Ollé, acá debemos mencionar, saliéndonos nuevamente del marco generacional, la trilogía de Fortunata Barrios conformada por Romina (2011), Secretamente tuya (2013) y Antes de que el tiempo muera (2015), y también Es mi vida (2019), donde lo sexual se entrelaza con la reflexión filosófica, tal como ocurría en las novelas del Marqués de Sade. Y muy cercana a ella aparece aquí el elemento queer, con un autor como Dany Salvatierra en Síndrome de Berlín (2012), una novela desternillante y alucinada que comparte su predilección por la cultura pop y las divas o antidivas de la pantalla con La mujer soviética (2019), del mismo autor, y con otra curiosidad novelística como es las inmoderadas El cine malo es mejor (2018) y Lo tenemos levantado hacia el Señor (2019), de Javier Ponce Gambirazio. Ponce Gambirazio es también autor de otras novelas más específicamente de temática gay, como El chico que diste por muerto (2013), de narración más clásica, pero vale la pena mencionarlas acá por su cercanía con una tercera y última subdivisión que puede plantearse en torno a la identidad y la intimidad. Acá destacan las novelas de Enrique Planas, además de la previa Orquídeas del Paraíso (1996), Otros lugares de interés (2010) y KimoKawaii (2016), que exploran especialmente la identidad femenina y trans, de la mano de una estética fuertemente anclada en las artes plásticas, desde la escultura y la pintura, y elementos más pop como el cómic o la televisión; Cuando los hijos duermen (2016), de Juan Carlos Cortázar, y Compórtense como señoritas (2019), de Karen Luy de Aliaga. Y aquí también hay que situar La furia de Aquiles (2001), de Gustavo Rodríguez; Azul (2005), de Nataly Villena Vega; Electra en la ciudad (2006), de Patricia de Souza; Mar afuera (2017), de Grecia Cáceres; La luz inesperada (2018), de Marco García Falcón; Rojo (2018), de Lucy Fernández; y Mi monstruo sagrado (2020), de Alejandro Neyra.

No he mencionado, en este panorama, las obras de los muchos escritores del siglo XX que se mantienen en plena y notable actividad. Su principal lección es la de la persistencia y la continuidad, es decir, vienen a demostrar que la carrera literaria es de largo aliento y que cuanto más se escribe, mejor se lo hace. La lista es larga, aparte de los mencionados como figuras tutelares: Augusto Higa, Teresa Ruiz Rosas, Roberto Reyes, Siu Kam Wen o Antonio Gálvez Ronceros, y más.

¿Cuáles son nuestros asuntos pendientes? La novela de ciencia ficción en el Perú, por ejemplo, que de momento tiene presencia insuficiente, si descontamos Tan cerca de la vida, de Santiago Roncagliolo (2010), o algo tan curioso como Ovnis en los Andes (2016), de Ernesto Carlín, y en cambio se ha afincado en el cuento. Porque en esta mayor diversidad de la literatura peruana también ha ocurrido un mayor crecimiento del cuento, con un contingente importante de escritores que, al menos de momento, vienen cultivando de manera exclusiva ese género: Carlos Yushimito, Pedro Llosa, Alexis Iparraguirre, Paul Baudry, Christian Solano, Andrea Ortiz de Zevallos, Romina Paredes, entre otros, además de Daniel Salvo, José Donayre y José Güich, que son los grandes bastiones de la ciencia ficción en el Perú. Hay, además, otras deudas en la novela actual: una exploración mayor en el desarraigo y la migración; en la violencia, especialmente en la feminicida; en las temáticas LGBTQ+ y erótica en general; en la fantasía, en el terror o en lo fantástico; en la narrativa biográfica; en una mayor inclusión de las raíces afro o asiáticas, o de la Amazonía y de los espacios de frontera, de las lenguas originarias… para no mencionar una mayor presencia de escritoras.

En el estímulo de la novela, y de la escritura en general, es fundamental el establecimiento de premios, en tanto permiten validar y consolidar un sistema literario y editorial nacional. Resurgido hace cuatro años, el Premio Nacional de Literatura debe consolidarse como el más importante y oficial, otorgado por el Ministerio de Cultura. También están el Premio Copé, cada cierta cantidad de años; el Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro y el del Banco Central de Reserva. A nivel regional, estos premios surgen y desaparecen aún de manera irregular. El desarrollo literario también se ha visto afectado por los años oscuros —que bien podemos llamar “perdidos”—, y hemos avanzado poco en terrenos nuevos y aún no tenemos un sistema editorial sólido, pues la informalidad no es escasa, incluso cuando está revestida de aparente legalidad. También cabe preguntarse en qué medida la ausencia de una Ley del Libro, que resta estabilidad jurídica al sector editorial y merma la mayor posibilidad de grandes proyectos, afecta el potencial de la novela en nuestro país.

¿Qué es lo bueno? Que a estas alturas podemos rastrear unas figuras tutelares de las cuales nuestros escritores no buscan desmarcarse y, quizás por el contrario, las reconocen, de modo que se articula una tradición literaria y, en esa medida, se hace posible la construcción de una verdadera historia literaria. Porque aunque lo político no es el único móvil literario válido, a fin de cuentas todo es político, como todo es identitario.

*Texto ampliado y replanteado a partir de una ponencia en la Casa de la Literatura Peruana en 2018.

Editora peruana. En el Perú ha editado a escritores como Ryonosuke Akutagawa, Henry James o Franz Kafka; y a escritores peruanos como César Vallejo, Ciro Alegría, Luis Loayza, José Diez Canseco o Jorge Eduardo Eielson, entre otros. Asimismo, ha trabajado en editoriales nacionales e internacionales y en distintos proyectos. Es, además, editora de Clorinda, sello dedicado exclusivamente a la novela.