Huaco Retrato

La ambición y arribismo de Karl Wiener lo llevará a cambiarse de nombre por el de Charles y refundir así su origen judío, nada conveniente en el antisemita continente europeo. Karl o Charles es -para la autora, como para los investigadores serios- solo un falaz  arqueólogo, un aventurero que se juraba Indiana Jones, venerado como un ícono por sus descendientes. Fotos: Sofia Alvarez Capuñay

Escribe: Carmen Ollé

El parche, ese trozo de tela que se usa para tapar algo, una rotura, un defecto es el eje conductual en Huaco Retrato (Random House, 2021) de la escritora Gabriela Wiener. Con ese trozo de tela se oculta el ojo sano del padre de nuestra autora para adoptar otra identidad. De ese modo, el parche pasa a ser una superchería, la creación de un semblante distinto, con el cual su progenitor ha engañado a su conviviente durante años, y acaso a sí mismo. “El parche era, digámoslo así, la coartada de un infiel, la más absurda que alguien podría inventar”, escribe Gabriela en las primeras páginas. Y sí, se torna más absurda, porque la mentira se revela después de su muerte. El tono irónico y duro aparece entonces en Huaco Retrato en frases como “Probablemente porque la doble vida del adúltero pertenece al género fantástico”. Pero, además, para Wiener “la escritura es como ese movimiento de ponerse y sacarse un parche”.  Este pedazo de tela será el símbolo que identificará, asimismo, a los personajes de las historias que componen el libro:  la del pater familias, y sus dos casas, y la del tatarabuelo Karl Wiener, falso “arqueólogo” austríaco, quien en realidad solo fue un traficante de tesoros patrimoniales de pueblos expoliados. Una práctica consentida durante siglos por imperios como el británico, el belga, entre otros, para saquear los objetos sagrados de África, América y Asia, que incluía el horror y la crueldad, ya que no solo se traficó con bienes culturales, sino con  seres humanos vivos o momificados, como fue el caso de Sarah Baartman. Esta mujer, “la Venus Hotentote”, murió en 1815 después de haber sido exhibida en ferias europeas de fenómenos humanos.

La ambición y arribismo de Karl Wiener lo llevará a cambiarse de nombre por el de Charles y refundir así su origen judío, nada conveniente en el antisemita continente europeo. Karl o Charles es -para la autora, como para los investigadores serios- solo un falaz  arqueólogo, un aventurero que se juraba Indiana Jones, venerado como un ícono por sus descendientes. En este libro perturbador, entre la novela y la crónica, hay escenas potentes que parecen happenings por la provocación en un espacio público, característica del legendario movimiento artístico: la protagonista del relato chupa una polla detrás de las estatuas de los leones en el Palacio de Justicia.  El luto por el padre despierta en ella el sufrimiento irónico digno del escritor austriaco Sacher-Masoch: “He llorado tanto por mi viejo que estoy lubricada como para ser penetrada por un batallón”.

Frente al amor, o el llamado poliamor, Gabriela Wiener usa igualmente el maldito parche: miente, le miente a su trío amoroso: una española blanca que genera en ella el resentimiento, la inseguridad, el malestar del rechazo social, un hombre latino, una hija, una vida de escritora. Y nuevamente, el masoquismo la hace afirmar haciendo un paralelo entre la tataranieta y el lejano pariente  -que trasladó a fines del siglo XIX del Perú a Europa diez toneladas de material arqueológico- : “¿No es acaso lo que hacen todos los escritores, saquear la historia verdadera y vandalizarla hasta conseguir un brillo distinto en el mundo?”

Da la impresión de que aquel tatarabuelo extiende su tela de araña para sofocarla en su narcisismo y la incertidumbre: ¿ser disidente o no ante el establishment?, ser fiel o no ante sus parejas? ¿Ser auténtica, escapar de la retórica y no fracasar como Charles cuando da su discurso en el Palacio de Trocadero, durante la Exposición Universal de París en 1878?

Conocí a Gabriela cuando ella era una muchachita en un taller de poesía que dicté en Cendoc-Mujer a fines del siglo XX; y como era de esperarse, una chica con un talento espléndido como ella hizo mutis por el foro, supongo que harta de los tanteos torpes de sus compañeras. Su trayectoria literaria no la apartó, sin embargo, de la poesía; lo poético está presente en muchas formas; en esa ironía afilada, por ejemplo, cuando representa el encuentro con la otra mujer de su padre en una cita tragicómica: “No, jamás lo vi con un solo ojo, le digo alucinada. Ella ríe. Antes de despedirnos le entrego la urna que me pidió, con un tercio de las cenizas de papá. Mi madre echó ayer las suyas al mar. Mi tercio me lo llevaré a España.”

Sí, maldito o bendito parche. Dígalo usted lector, lectora.

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Prolífica escritora peruana. Marcó un antes y un después en la historia de la literatura local a propósito de la publicación de su primer libro Noches de Adrenalina. Tiene publicado más de 10 libros de narrativa. Actualmente conduce un Taller de Escritura Creativa.