La poeta Rossella Di Paolo comenta sobre el título La máquina de limpiar la nieve (Hipatia, 2024) de la escritora Rocío Silva Santisteban.
Siempre me sedujeron los libros de viajes. Pienso especialmente en Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, con su sorprendente mezcla de fantasía y lirismo, pero también en otros libros, otros autores. Precisamente, estos días leo Tea-Bag, novela de la saga africana de Henning Mankell, en la que una joven que huye de su aldea y busca refugio en Suecia dice:
En alguna parte cerca del puente empezó a nevar. Pienso que la nieve es bonita. Pero me gustaría que la nieve estuviera caliente, como la arena, no fría. ¿Por qué la nieve no puede ser pariente de la arena en vez del hielo? Pero era bonito.
El poemario de Rocío Silva Santisteban es un libro de viajes, y el desarraigo y la extrañeza se presentan desde el primer poema, pues quien avanza con la máquina de limpiar la nieve “tiene que sacar la lágrima de encima”.
Los títulos determinan el tenor de un libro. No otra cosa sucede con La máquina de limpiar la nieve, pues la nieve es enemiga, y se la puede quitar del camino.
La voz de estos poemas lucha contra el frío, la noche, la soledad, y lo hace aferrándose a buenos recuerdos: a su hija pequeña, a Dios, al sol, a paisajes de la sierra peruana, a amores que se lograron en su momento. Todo esto expresado con bellas imágenes, como cuando se dice que el sol “a veces demora en sacar su cabeza”.
En el poema que da título al libro, leemos:
El hombre, inmigrante a su pesar, aprietael mecanismo y va limpiando el camino
La palabra clave es inmigrante, el libro está atravesado por la condición de inmigrante: Nueva York, Brighton, Boston, Viena, Praga, Berlín, y por eso el poemario recoge palabras o frases del inglés, alemán, checo…
La voz aquí desgrana las ciudades por las que pasó casi siempre en invierno o con ojos de invierno o con una mirada alucinada como Poe o como Kafka. La voz de estos poemas siente que su idioma, su piel, su ansiedad estaban “fuera de lugar”. Su condición de forastera o extranjera estaba en la mirada de sus habitantes antiguos, para los que “no somos nada”.
Solo quien escribe estos poemas es capaz de ver a las mujeres y los hombres latinoamericanos. Ellos limpian la nieve (y no las máquinas); ellos llenan las iglesias; ellos o ella, Hilda, en nuestro Perú, “tomando el metropolitano tras la larga fila”; ellos…
migrantes de mi lengua,
la modesta, la triste, aquella
pronunciada con vergüenza entre los vagones del metro.
“El monasterio (St. Gabriel’s Old Monastery)”
Después de tomar un poco de pisco, la voz que nos habla dice “escribo unos cuantos versos / y me encierro en el baño para que no me vean llorar”. Se envalentona con ese pisco y “me enfrento a la distancia / solitaria, porfiada, terca” (“Un pisco solitario en la noche”).
La voz de estos poemas es sensible a los distintos modos de hablar. Porque no posee facilidad para los idiomas, siente rabia y resentimiento, tal como leemos en “El don de lenguas”:
La gratuidad de mi única lengua
una babel monologante
sin fricativas o eses sonoras
tan imperfecta y triste
solitaria excluida del banquete
solo útil para decir:
te odio, señor,
te mataré algún día.
Otro ejemplo, en “Praha hlavní nádrazi” o “Estación de tren”, apreciamos la nostalgia por el país que se dejó atrás:
A lo lejos alguien habla español,
pero las otras lenguas inteligibles oscurecen
el claro idioma. Me pareció escuchar
un ligero dejo cantado como el de Juanjuí
o Loreto.
Como Jorge Eduardo Eielson en su vilipendiada Roma, para la voz poética “NY” es ni más ni menos que un infierno:
Mugre entre los árboles,
bolsas de plástico,
heces volando,
putas de escuálidas caderas.
***
Cuántas búsquedas y encuentros en este libro. Búsqueda de Dios (“El miedo”):
aun
cuando insisto en hablarle,
gritarle casi,
rogarle
inclinándome,
sorbiendo los mocos.
Escúchame: Dios.
Búsqueda de la hija pequeña en “Camino al colegio”, un poema en que quedamos atrapados en su dulzura:
Cada vez que necesitaba
aprehenderme a la vida, que maldita se escapa,
ponía la palma abierta de tu mano sobre mi rostro
y sentía la inmensidad de esa breve caricia
un acto irrepetible.
El abrazo del hermano, en “Cruzando el puente de Brooklyn”:
“Ven, abrázame, que hace tiempo nadie me abraza”.
El padre y el amado se confunden en “Domingo de diciembre”:
Cuando escucho el ruido del tren corro a la ventana.
Son poemas llenos de ternura que, aún en el exilio, permiten reconocer que la voz que los sostiene procede de algo bueno y cálido.
***
No podemos dejar de señalar que las partes en que se divide el poemario nos muestran un sentido que podemos seguir.
En la primera sección, Welcome to the desert of the real (Bienvenido al desierto de lo real), cómo no mencionar que en la película Mátrix el mundo capitalista es el desierto de lo real. Una frase con la que Slavoj Zizek titula uno de sus libros en 2015. El poema “Aguanieve (mirando el Charles River)” podría ser perfecto para esta sección:
Y así
su-ce-si-va-men-te
nuestras vidas se hacen agua.
La segunda parte, Ich bin eine Brücke (Yo soy un puente), quizá sea un puente entre una realidad fantasmática, como ese sol de milagro visto en Berlín o ese prodigioso niño Jesús de Praga, y una realidad atroz, ese vil metal que cree que puede comprarlo todo.
La tercera parte, But I always come back (Pero siempre vuelvo), es la terquedad, la rabia. Ese no darnos cuenta de que el “Domingo de diciembre” se ha repetido de manera incansable.
El epílogo, Einmal ist keinmal (Una vez es nada), nos dice que, si solo se trata de una vez, no funciona, no es nada. Y allí está la “Mariposa negra”, título de un libro anterior, volviendo una y otra vez…
***
Algunos poemas de este libro plantean una tregua con el dolor, porque quizá, como en “Domingo de diciembre”: “Los odios se acumulan, se arrastran, suenan como cadenas” … y ya no es posible continuar en ese tono.
Como un liquid paper pasa y repasa el olvido blanco. Blanco como la nieve. Pero si la nieve era vivida en los poemas como algo dañino, el liquid paper, en cambio, se derrama sobre la belleza de estos poemas, como una bendición risueña o ilusa.
Pero la tregua no dura mucho, y la nieve vuelve y vuelve.