El escritor, filósofo y actor Rodrigo Luque, publicó Ícaro vive, su segundo libro, un ambicioso poemario a través del cual nos hace testigos de una inagotable búsqueda. En aludido título, el poeta pretende reordenar un mundo en decadencia ensayando algunos ejes para salir de la feroz relativización que ha vaciado de contenido el sentido de lo bello, lo humano y lo divino.
“La materialidad del libro emerge de toda esta reflexión: tenía la Icárica intención de combinarlo todo; poesía, pintura, arte visual, mitología, religión, muchos idiomas, muchas tradiciones, y unificarlo todo en un gran poema que trascendiese al verso. Es una meta juvenil y arrogante, como Ícaro, pero no por eso menos digna de ser convertida en arte”, señala el poeta Rodrigo Luque, quien conversó con Lima en Escena sobre Ícaro vive.
-Rodrigo, antes de charlar sobre tu nuevo poemario empecemos por la arquitectura física, estética. Estamos ante un libro objeto cuyas imágenes desde la portada nos conducen por un personaje de la mitología griega. Asimismo, nos ofrecen unas bellas postales que van en esa temática. Cuéntanos, ¿a qué responde la idea de incursionar en este tema y en este formato?
-Estimada Rosana, muchas gracias por la oportunidad para detallar estos asuntos. La historia es la siguiente: acumulé muchos poemas y otros escritos por más de 7 años, con muchas temáticas y estilos diferentes, y por mucho tiempo no sabía cuál era la relación entre toda esa masa poética. No sabía si los poemas respondían a un mismo corazón o si simplemente habían surgido de mi propia mano por azar. No sabía, tampoco, si debía tratar de encajar muchos de ellos en un solo libro o en varios. Y de pronto en una noche inspirada llegó a mi como una certeza ineludible que todos los poemas que había escrito debían ser unificados bajo la figura mitológico de Ícaro. Fue algo así como una modesta revelación de alguna de las musas, y yo simplemente acaté. Cuando me puse a analizarlo, efectivamente, todos los poemas que había escrito podían ser representativos de las diferentes partes de este mito griego. Sucede que no hay nada más potente y profundo que la mitología y la simbología religiosa. En el mito, habita simultáneamente una historia individual y a la vez la historia del espíritu humano. Por eso seguimos leyéndolos y basando nuestra cultura en ellos. Cuando leemos sobre Prometeo, sobre Adán y Eva, sobre el pecado original, sobre el Buddha, sobre Zeus y Sísifo, sabemos que no estamos viendo solo una historia entretenida, sino un reflejo del espíritu humano que trasciende la circunstancia temporal. Hay algo que comparten todos los seres humanos, y ese espíritu común está capturado en el mito. En mi caso, el mito de Ícaro engloba muy bien lo que yo había escrito por años y lo que percibo en la sociedad a mi alrededor. Primero, Ícaro está encerrado en el laberinto de Creta con su padre, el gran inventor Dédalo. Dédalo le está construyendo unas ingeniosas alas para huir de esa prisión, pero Ícaro es un joven arrogante, y lo único que quiere hacer es alcanzar el sol. Finalmente, cuando ambos salen volando del laberinto, Ícaro ignora los consejos de su padre y vuela directo hacia el sol, el cual quema sus alas, haciendo que el ambicioso joven caiga en picada a su muerte, en aquel mar que se conoce, hasta hoy, como el mar de ‘Icaria’. Este es el significado literal, ¿pero y el simbólico? Para mi libro, la prisión del laberinto representa la arrogancia, la famosa hybris griega. Esta es la condición que todos nosotros conocemos de sobra: la creencia de los seres humanos que podemos dominar la naturaleza y doblar nuestro destino a nuestro gusto. Esta arrogancia tiene su belleza y por supuesto su riesgo. He ahí el primer capítulo del libro, que son cantos a la arrogancia y la soberbia. El segundo capítulo se trata del ascenso o el inicio del vuelo, y son poemas más esperanzados y humildes. El tercer capítulo, “Ícaro cegado por el sol” habla de cómo esa cercanía a la verdad suprema (representada por el sol), somete a nuestro protagonista en una profunda y oscura confusión; este es el capítulo más luciferino y tenebroso. El cuarto capítulo habla del desprendimiento de Ícaro. En buena medida, es el capítulo sobre su muerte, pero su caída simboliza para mí su nuevo acercamiento a la sabiduría: el dejar ir. Luego, el quinto y último capítulo es un agregado mío, una especie de rebelión al mito: la resurrección de Ícaro. El mensaje es, entre otras cosas, que reconozco la moral del mito, que nos educa contra la hybris, pero a la vez exalto la absoluta belleza y necesidad del espíritu Icárico para la humanidad, de ese anhelo de usar nuestro intelecto y espíritu para alcanzar las metas más extraordinarias. En resumen: el mito tiene siempre un significado literal y uno simbólico, y este libro usa la literalidad de Ícaro para hablar de toda la existencia y finalmente de mí mismo como testigo de dicha existencia. La materialidad del libro emerge de toda esta reflexión: tenía la Icárica intención de combinarlo todo; poesía, pintura, arte visual, mitología, religión, muchos idiomas, muchas tradiciones, y unificarlo todo en un gran poema que transcendiese al verso. Es una meta juvenil y arrogante, como Ícaro, pero no por eso menos digna de ser convertida en arte.
-Haciendo una lectura a manera de paneo de todo el corpus poético del libro me asalta una curiosidad. ¿Es un tributo a Ícaro desde una poética diversa, moderna y actual?
-En efecto es un tributo a Ícaro. Sin embargo, tomando en cuenta el sentido simbólico del mito, es un tributo también a lo siguiente: al instinto humano de grandeza, que nos lleva a ejecutar labores extraordinarias, y que a menudo nos llevan también a nuestra propia destrucción. Busco honrar al ser humano y su belleza, aceptando su lado oscuro tanto como su lado luminoso, su ‘chiaroscuro’. La temática y la forma no son modernas; Ícaro es atemporal, y este libro busca retratarlo así, alejado de toda modernidad. Por eso, hay tantos idiomas en el libro, algunos versos en francés, subtítulos en árabe, citas de la Divina Comedia de lenguajes inexistentes, latín, entre otros. A su vez, hago uso en este libro de todas las posibles mitologías que han llegado a mi conocimiento durante años de viajes y estudios. Desde los 18 años, viví en países y culturas muy distintas, que han informado mis ideas de lo sacro. He querido plasmar todo eso en el libro, y busco retratar aquello que todas las almas tienen en común, eso que está presente desde el Advaita vedanta hasta la espiritualidad contemporánea. En ese sentido, el libro no puede ni desea ser moderno, pues lo moderno es demasiado circunstancial, carece de eternidad y de aura (en palabras de Walter Benjamin). Por eso utilizo un lenguaje no coloquial, porque las ambiciones de Ícaro se marchitarían si escribiera de manera ‘conversacional’, como es habitual en la poesía contemporánea. En resumen: para explorar el espíritu de Ícaro, debía ser anti-coloquial, anti-moderno, y buscar lo atemporal y lo eterno. Es lógico que el proyecto del libro sea ‘arrogante’ en alguna medida, pues ese es uno de los grandes temas del mito. Esto lo explora, por ejemplo, el escritor Italiano Gabriele D’Annunzio en su gran poema sobre Ícaro, el cual cito dos veces para mis epígrafes.
– Valga la explicación. Vayamos a la historia de Ícaro. ¿Qué es lo que más destacas del personaje?
-Lo que más me interesa del mito es la fuerza representativa, más que la historia individual del sujeto de Ícaro. El laberinto como representación de la arrogancia, el sol como representación de la meta suprema, y la caída como representación de una nueva sabiduría, y la belleza de todos estos elementos en su forma visual. Muchos autores han estado interesados en esa fuerza simbólica, y por eso fue fácil hallar cientos de pinturas y grabados que mostraban a Ícaro o a Dédalo, aunque lo más interesante del trabajo de curar las pinturas en el libro fue hallar otras pinturas que pudiesen estar conectadas con el mito de manera más indirecta. Otra cosa que aprecio de la mitología en general es la interminable continuidad del mito. Previo a Ícaro, hay muchísimos mitos importantes igual de profundos que luego dan pie a Dédalo. Está el mito del minotauro, por ejemplo, que interesó mucho a Borges y Cortázar; el minotauro fue la criatura que habitó ese laberinto antes de Dédalo e Ícaro, y simboliza para algunos la monstruosidad, pero para otros la belleza no aceptada. Eso es otro elemento sumamente valioso de los mitos: su versatilidad interpretativa.
-El poema Perfil, es una especie de inventario…
-Hay algo de inventario en el poema, y más que nada es una exploración de la arrogancia, a causa de la temática del primer capítulo del libro. En realidad, todos esos poemas arrogantes fueron escritos previo a decidir el tema del libro o la figura de Ícaro. Son poemas en donde simplemente quise explorar el valor o la potencial belleza de la arrogancia. Hay algo de rebeldía en esto, pues los valores que deben exaltarse son habitualmente los de la humildad, y yo quería ver si también podía mostrarse el valor de sentimientos opuestos. La rebeldía y la arrogancia están entrelazadas también en la historia de Ícaro, la de Lucifer, y la de Prometeo, entonces hay una exploración aquí que va más allá de ‘probar’ el ego, y que se aventura en los significados de fondo de nuestras ideas religiosas.
-En La estocada final, Ícaro se percibe poético…
-Ése poema corresponde al tercer capítulo, que trata con la temática de la oscuridad, la confusión, y la perdición. En este poema, el personaje (digamos Ícaro), se resigna a lo oscuro, se resigna a la desesperanza, al mal, al nihilismo. Es un personaje que momentáneamente se ha dejado vencer por las fuerzas del tiempo, de la inevitable destrucción de todo, del dolor de vivir sin brújula. Al final de ese nihilismo extremo está la locura, por eso los versos finales sugieren que el mismo acto de escribir ese poema es el último paso en el descenso total a la locura. El poema vendría a ser ‘la estocada final’ en la cordura del personaje. Pero, en el fondo, este capítulo oscuro es solo la antesala de un espíritu esperanzado y con grandes ansias de elevación y purificación, entonces no llega la insania ni la desesperanza a ser totales.
-Finalmente. Inexistente, es un poema que nos confronta con esta dualidad entre lo espiritual y lo terrenal. Una especie de ser o no ser.
-El poema “Éxito inexistente” trata de honrar esos momentos de la vida donde uno fracasa. Es importante aprender a apreciar y amar esos momentos también, pues son parte de la existencia y tienen un aprendizaje por entregar, si es que uno está dispuesto a oír. Entonces, el poema retrata un personaje que ama su humanidad, alaba ser “un manojo de energías frágiles” y “una paz tras la angustia”, mostrando que, más allá del éxito y el fracaso, hay un espíritu inmutablemente valioso en el ser. Y advierte, también, que el éxito no debería nublar esa realidad primordial, que el éxito no debería llevarnos a depender de él, sino que deberíamos poder tener éxito y a la vez mantenernos con los pies en la tierra, a la vez mantenernos conscientes de que “nada merecemos, y que es nuestro el reino de los cielos”.
Sobre Rodrigo Luque
Tiene una doble licenciatura en Filosofía y en Cine por la Universidad de Nueva York en Abu Dhabi. También ha llevado cursos de literatura en esta universidad, en las sedes de Nueva York y de París. Ha trabajado dos años como editor audiovisual en diversas empresas y producciones documentales, y ha actuado en dos producciones teatrales en Perú. En el 2021, publicó el poemario Una esquirla basta, con el sello Piedralada. Con este poemario, participó en eventos como la Feria del Libro de Trujillo 2021 y el Festival de Poesía en Chepén Chepén 2022. Acaba de publicar su segundo libro, Ícaro vive, con Lustra Editores. Actualmente cursa una maestría de Filosofía.