Últimos Testigos

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La terrible realidad de la invasión nazi a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial va tomando forma con cada testimonio que recoge Svetlana Alexiévich en su libro Últimos Testigos. Como sucede cuando uno arma un rompecabezas, las experiencias de quienes vivieron –o más precisamente dejaron de vivir- su infancia entre 1941 y 1945, van formando una imagen del horror.

Hombres y mujeres soviéticos, judíos y gitanos cuentan el quiebre que significó la guerra para el bienestar y la tranquilidad de su niñez. En sus relatos describen lo ajenas y poco naturales que son para el ser humano la separación, el alejamiento, la orfandad, el dolor, la escasez, el hambre, la muerte y el trauma. Y sin embargo descubren también como aún siendo pequeños, por necesidad, lograron la supervivencia, consiguieron la resiliencia y rescataron la compasión, la solidaridad y la gratitud.

Mis líneas favoritas de este trabajo:
-“Soy un hombre sin infancia. En vez de infancia tengo la guerra.”
-“¿Qué me queda de la guerra? No entiendo lo que son los desconocidos porque mi hermano y yo crecimos entre gente desconocida. Pero ¡si no son desconocidos! Toda la gente es familia. Vivo con esta sensación, pero a menudo me decepciono. La vida en tiempos de paz es otra cosa…”
-“El odio se va formando, no es un sentimiento original e inherente a la persona. En la escuela nos enseñaban el bien, nos enseñaban a amar.”

En el libro no hay palabras de Alexiévich. Su trabajo fue recoger, transcribir y ordenar los testimonios. Toda la información de primera mano presentada así es impactante. Hacer el ejercicio de imaginar cómo percibieron estos niños sus vivencias de la guerra generará sentimientos importantes en el lector. No es posible ser indiferente.

Si esta obra tiene un propósito debe ser el de comprender. Evocar esos recuerdos dolorosos y poder rescatar algo de humanidad, más grande en medida que el dolor, dará alivio, como en su momento lo dio a los protagonistas de estas historias, permitiéndoles sobrevivir. Ellos quedaron marcados en la piel y en el alma por la guerra. El poder de los libros nos permite a nosotros aprender de sus heridas.

Me acerco a los libros con nada más que mi fascinación por las historias. Cada uno es para mí algo vivo y maleable, con lo que consigo la dosis de belleza, razón e inspiración que necesito en cualquier momento de la vida.