Rocío Uchofen
Nueva York, martes 24 de marzo de 2020
¿Quién iba a decir que acabaríamos atrapados en la casa? La situación no se veía así hace unas semanas. Sí, ya habíamos escuchado acerca de la epidemia del COVID-19, pero Wuhan era lejano y ajeno. Recuerdo que el Día de la Mujer, 8 de marzo, cuando ya algunos estaban en cuarentena voluntaria, decidí salir. Invité a una amiga a ver Bacurau en el Lincoln Center, tremenda película. Luego del evento, mi amiga y yo nos unimos al grupo de admiradores de Sonia Braga, quien había llegado al estreno. Nos metimos entre la gente, a codazo limpio llegamos hasta la diva, una foto, un saludo… Ese día se saludaba con el pie, con una sonrisa que decía “Esto no es en serio, pero lo hago porque en fin”. Cuando bajamos al subterráneo, mi amiga sacó su frasco de gel para desinfectarnos. Nos sentamos frente a un grupo de turistas, mientras ella me susurraba “Oye, parecen italianos, mejor nos movemos al otro vagón”, pero no lo hicimos. Seguimos la travesía hacia el ferry de Staten Island, viajamos rodeadas de gente, mecidas por las aguas del Hudson. Esa fue la última salida. Se me hace que ha pasado mucho tiempo.
Experimenté las dimensiones silenciosas del coronavirus en Nueva York por un evento inesperado. Soy agente de bienes raíces. Uno de mis asociados tiene leucemia y recibió quimioterapia. Como quería regresar al trabajo, nos pidió usar mascarillas quirúrgicas para no contagiarlo de cualquier gripe. Lo más fácil, ordenarlas por Amazon, pero estaban out of stock. Yo me ofrecí para ir a las farmacias. Anduve por cinco de ellas y ninguna tenía mascarillas, estaban agotadas. Finalmente conseguí una caja a cinco veces su precio habitual. Con el correr del tiempo, no solo las máscaras están sobrepreciadas en esta ciudad en pandemia. Cuando la situación del coronavirus se empezó a sentir en la isla, oficinas y negocios aún estaban abiertos. A mí me tocó enseñar un par de propiedades. Recuerdo haber visto a la gente todavía haciendo su vida normal: compras, caminatas, etc.
Siempre estoy al tanto de las noticias en el Perú. Cuando supe que cerraron fronteras, no pude evitar el llanto. Vivo en Nueva York, pero parte de mi corazón aún palpita en Lima, adonde sé que siempre puedo llegar…
Ahora Nueva York es el centro de la pandemia en el país. Algo siniestro ronda nuestras calles, lo sabemos.
Hay cierto agobio en estar en cuarentena. Constantemente reviso mi temperatura y la de mis hijos. Doy vueltas por la casa para hacer ejercicio. He hallado regocijo en quedarme a escribir hasta tarde, o ver películas hasta caer dormida. Si asomo mi cara hacia la calle, se ve una costra gris donde ciertos árboles florecen de a pocos.
El silencio irreal de las noches me da la sensación onírica de haber entrado en una dimensión desconocida. ¿Cómo saldremos de ella? No lo sé. Por el momento solo me preocupa la simpleza de la supervivencia.