La editora de Pesopluma Paloma Reaño, nos habla de Lucía Ocampo (a quien podemos observar de joven en la foto superior), autora del poemario «Todo significa sed», rescate que no solo recupera la voz de la poeta, la «horazeriana olvidada», sino que también señala el limbo historiográfico en el que quedan atrapadas muchas voces disidentes en la literatura, especialmente las femeninas. Fotos: Pesopluma
«Todo significa sed» (Pesopluma, 2023), es el poemario inédito de Lucía Ocampo, poeta nacida en 1957 en Huancayo, quien fuera integrante de Hora Zero Centro, filial del rupturista Movimiento Hora Zero. La autora escribió este poemario durante la primera mitad de 2001 y se lo entregó a Tulio Mora para su revisión, pero murió en octubre sin recibir los comentarios a sus textos. Diez años después, en 2011, su hija, la artista Alejandra Mitrani, buscó recuperar el cuaderno por su alto valor emocional, pues originalmente había diseñado y pintado la cubierta junto a su madre, y los treinta y seis poemas que componen el conjunto habían sido escritos a mano por Lucía con cuidada caligrafía.
La reciente publicación de la presente edición genética de «Todo significa sed» reúne tres libros en uno: primero, presenta los poemas manuscritos de Lucía, reproducidos fielmente de los originales; luego, permite apreciar las correcciones de Tulio Mora, ideólogo de la segunda etapa de Hora Zero, quien realizó anotaciones sobre los textos autógrafos; y, por último, presenta las versiones de los textos establecidas por Pesopluma, ilustrando así varias perspectivas distintas sobre los textos de Lucía Ocampo, señala la información proporcionada por aludido sello editorial independiente.
Precisamente, para charlar al respecto, Lima en Escena contactó con la destacada editora Paloma Reaño, quien nos ahondó sobre el tema.
Paloma Reaño
–Paloma, si bien la editorial Pesopluma inicia sus labores con el rescate de Crónica de San Gabriel de Julio Ramón Ribeyro, incluir en su catálogo a Rosa Arciniega, y ahora a Lucía Ocampo, dos autoras de envergadura, es una manera de visibilizar a nuestras escritoras, quienes, pese a vivir en pleno siglo XXI siguen siendo invisibilizadas, ignoradas, ¿no?
-Nuestro trabajo ha tenido siempre en la mira la literatura escrita por mujeres en el Perú y esta suerte de limbo historiográfico en el que quedan atrapadas muchas voces. Con «Todo significa sed», en particular, la valoración de una voz disidente (en relación con un canon centralizado en figuras masculinas y capitalinas) se hizo quizá más sensible porque el recorrido del cuaderno manuscrito era en sí elocuente. Había permanecido en manos de Tulio Mora durante más de una década, y su hija, Alejandra Mitrani, llevaba un tiempo intentando acopiar los distintos textos que Lucía había dejado (en su computadora bajo recaudo familiar tras el incendio, en sendas cartas enviadas a amigos) no sin cierta resistencia por parte de los custodios. Y es que la escritura de Lucía fue siempre irreverente y no aceptó concesiones de clase o género, lo que claramente incomodó muchísimo a quienes la rodeaban o, en este caso, la leían. La escritura de Lucía señala y retrata situaciones y dinámicas de las que no se quiere hablar, como el deseo femenino, las adicciones, el machismo, la hipocresía social. Han tenido que pasar veinte años para que exista un marco discursivo más afín a aquello que le preocupaba a Lucía Ocampo entonces. Hace poco, Victoria Guerrero resaltó «la poca presencia de mujeres o su opacidad producto de la crítica que sólo reconoció a una (Blanca Varela, merecido, pero no era la única) y la autocensura, consecuencia de numerosas demandas sobre sus estéticas tan personales como rabiosas como es el caso de Lucía Ocampo». Y da en el clavo: Ocampo tenía este poemario prácticamente listo para su publicación en 2001, pero no halló eco en el circuito literario ni su entorno cercano, que le consideraba radical básicamente porque nunca temió a la opinión de los otros ni obedeció ninguna clase mandato. Como sabemos, la diferencia o el sentido crítico, muchas veces, se castiga con el silenciamiento.
Lucía Ocampo y su pequeña hija Alejandra Mitrani
La artista visual Alejandra Mitrani
Acerca de nuestro catálogo, sí, contamos con la presencia de varias autoras peruanas, ahí están Gabriela Wiener y Tilsa Otta, con sus poemarios «Ejercicios para el endurecimiento del espíritu» y «Antimateria: gran acelerador de poemas» respectivamente, así como Eliana Otta con su libro infantil «Lucía tiene calle». Pero también Susanne Noltenius con el prólogo para «La educación básica» de la escritora chilena Constanza Gutierrez, Katya Adaui con el suyo para «Cómo saber si respiro» de Marina Perezagua, y Karina Pacheco para «Gente un poco dañada», de Antonio Díaz Oliva. Como ves, en la serie LiteraRutas Contemporáneas, la idea es que un escritor peruano presente a la lectoría local el trabajo de sus pares hispanoamericanos. Ahí está también la ópera prima de Romina Paredes, «Famulus», y el ensayo sobre el inicio de los feminismos en el Perú, a cargo de Violeta Barrientos, basado en sus conversaciones con Maruja Barrig y Gina Vargas. Sin duda, nos alegra contribuir a poner en valor la obra, la presencia y el activismo de las escritoras peruanas, y contrarrestar un poco esa sistemática minimización de sus méritos literarios. Esta publicación es un paso más en el necesario ejercicio de revisión y cuestionamiento del canon literario peruano.
– Más allá de toda la experiencia de cómo llegó el material a las manos de la editorial. ¿Qué implica el rescate de Lucía Ocampo para Pesopluma?
-Implica, ahora mismo, un trabajo de recopilación de material disperso entre amigos y familiares. También el trabajo de cuidado y ordenamiento del archivo y un trabajo de edición que sepa plegarse a las características de una obra atípica. Sabemos que Lucía Ocampo trabajó arduamente en la confección de una novela, mientras llenaba cuadernos a modo de diarios que, aunque irregulares, están cargados de la intensidad que caracteriza su voz poética. Asimismo, dedicó tiempo y detalle a sus relaciones epistolares que, de algún modo, son también un eco sensible de sus estados vitales. El material que tengo a mi disposición en este momento me entusiasma: hay experimentación en la estructura y audacia en sus motivos narrativos. De modo directo y sin aparente fingimiento, Ocampo compuso una suerte de diarios de sobriedad que son excepcionales en la narrativa latinoamericana, fuera de María Moreno y su «Black Out», claro. Sofía Balbuena, en su «Doce pasos hacia mí», hace un registro muy interesante de sus lecturas sobre el consumo problemático de alcohol en la literatura escrita por mujeres.
–Antes de hablar sobre su papel de poeta y de su poética está clarísimo que Lucía fue una artista multidisciplinaria: sus dibujos, sus fotos, lo prueban. ¿Lo observas así también?
–Lucía Ocampo manifestó su pasión vital a través del arte y la observación y reflexión profundas sobre su entorno y su tiempo. Era una persona sensible y lúcida, en intensa búsqueda de bienestar, entendido quizá como una estética del espíritu. Esto quedó plasmado no solamente en los “productos” artísticos que dejó, como son sus dibujos, fotografías, informes, artículos y cuadernos, sino también en sus hábitos, de ahí que practicase el vegetarianismo, el yoga, la meditación y la oración.
-Fue además una antropóloga llena de inquietudes. Su ensayo “Un mundo de tristeza” le permitió ganar un certamen propiciado por Desco. ¿Qué nos puedes decir al respecto?
-Antropóloga de profesión, manifestó una crítica dura sobre el machismo imperante en nuestro país, ya no solo en el ámbito académico o cultural, sino sobre todo en las dinámicas sociales, más aún, en las cotidianas, aquellas encubiertas bajo el aparente refugio de la familia y la pareja. Publicó artículos culturales para un diario de Huancayo y ganó un concurso de ensayo con una investigación sobre la situación de las mujeres rurales en tiempos de violencia. Recordemos que Perú atravesaba la dictadura y el conflicto armado.
–Háblanos sobre su papel en Hora Zero…
-En este aspecto, la investigación de José Carlos Yrigoyen es crucial. Es él quien coloca sobre la mesa el nombre de Lucía Ocampo con la publicación de su ensayo Hora Zero. Una historia. De hecho, en su proceso de investigación, circa 2011, se acercó a Alejandra Mitrani para entrevistarla acerca de su madre. De algún modo, surge el germen de esta recuperación que años después llevaríamos a cabo en Pesopluma.
Durante su juventud, Lucía Ocampo vivió en la sierra central, etapa de su vida que fue marcada por el conservadurismo y el machismo de Huancayo. En ese Huancayo de los setenta lo que se imponía a las mujeres era el rol de madres y amas de casa antes que el de profesionales, pero Lucía no estuvo dispuesta esta sujeción. Ingresó a la Universidad Nacional del Centro sin dejar de lado su vocación literaria, razón por la que se unió a Hora Zero Centro, filial del rupturista Movimiento Hora Zero. Yrigoyen sostiene que «los horazerianos huancas fueron más allá de sus pares capitalinos en temas de inclusión por género y sumaron a sus filas tres mujeres que gozaron de activo protagonismo en el grupo: Rosa Íñigo (1958), autora de Tiempo de partida (1983), Flor de María Ayala (1956-2009), autora de Mujer de Subamérica (1988) y la misma Lucía, que por ese entonces asumió el seudónimo de Nauka».
–Finalmente, qué puntos destacas de su poética incluida en “Todo significa sed”
-Destaco sobre todo el tono punk de su escritura. La vehemencia y la generosidad con la que habla del deseo sexual femenino y del machismo y los complejos tejidos que los relacionan, de los tormentos espirituales propios de la adición, de la necesidad de redención, de la hipocresía de una sociedad corrupta como la peruana y de la necesidad de hallarse a uno mismo, para lo que el arte parece el único camino y bálsamo disponible. La intensidad de su historia personal se filtra con inteligencia y tenacidad en su escritura. De algún modo, parece que la vida tiene como objetivo la escritura, y esta ética literaria me recuerda a las novelas más potentes de Ernaux y a ese tono «desnudo» y delirante de Venturini en Las primas. Esta intensidad que podría parecer cruda o no elaborada, es presentada en una estructura sopesada, trabajada, que se evidencia en las numerosas versiones de un mismo texto que podemos encontrar en sus manuscritos. Creo que es importante y valioso considerar que se trata una obra aún por descubrir. La publicación de Todo significa sed es un auspicioso punto de partida. Este y otros aspectos, para nuestra suerte, fueron cubiertos en la presentación que llevamos a cabo en la FIL, y que pueden ver completa en el enlace.
Sobre Lucía Ocampo
Lucía Ocampo Abasolo nació en Huancayo en 1957. Estudió Antropología en la Universidad del Centro, escribió artículos de crítica cultural para la revista del diario La Voz de Huancayo y en 1991 ganó el IV Concurso de Ensayo en Ciencias Sociales de Desco con «Un mundo de tristeza», texto que firmó bajo el seudónimo «Huanca». En los años noventa, azotada por su alcoholismo y una creciente desesperación espiritual, se adscribió a una comunidad cristiana y dedicó a la práctica del yoga, la fotografía, el dibujo y, sobre todo, la escritura. En 2001, a los 44 años, sufrió una «muerte violenta»: un extraño incendio se inició en su dormitorio, donde dormía profundamente, y los bomberos nada pudieron hacer para salvarla. «Todo significa sed» es su único poemario, inédito hasta la fecha, escrito el mismo año de su muerte.