En una edición bella y sobria gracias a la editorial independiente Álbum del Universo Bakterial (AUB), salió publicado el poemario La mujer de Victoria Guerrero Peirano, escritora y defensora de la literatura y los derechos sociales y culturales de la mujer. Sus lectores han ido aumentando no solo en Latinoamérica, sino en otras latitudes por su poesía de altísima calidad y matices singulares
Por: Carmen Ollé
La obra de Victoria se enfrenta a retos temáticos indescriptibles por su complejidad en el campo de la lírica: el cáncer, la explotación laboral de las obreras, la agonía de un ser querido, la barbarie, la relación entre madre e hija, entre otros. Es una artista que deja siempre una huella irreverente en sus publicaciones. En Cuadernos de quimioterapia agrega entre paréntesis: Contra la poesía. Y es que su conexión con la realidad cotidiana, la política y los hechos históricos trágicos y lesivos para la humanidad nutren su poética valiosa, testimonio de nuestra época, no solo por medio de su potente poesía, también por su magnífica prosa: véanse los microrrelatos publicados en Una voz que existe (Planeta 2019) o la novela breve Un golpe de dados (novelita sentimental pequeño burguesa).
En La mujer, el diálogo intertextual con otras creadoras ya se había expresado en Y la muerte no tendrá dominio –cuando el estertor de la madre enferma en el hospital le recuerda el fallecimiento de otros poetas, ello a través de sus lecturas literarias. Precisamente es este último detalle –que aparece entre la literatura y la acción– el que se transforma en la materia principal de su poemario. El libro empieza con un poema significativo: “Yo”, que recoge las voces de varios poetas a lo largo del tiempo. Podemos encontrar ecos de diferentes estilos, como el yo puesto en la horca del François Villon y, por qué no, el característico desdoblamiento del autor latino, Cayo Valerio Catulo.
Yo, Victoria Guerrero, coronada de espinas,
hincada en una silla cada 21 días,
una palabra me embiste cerca del corazón…
El poema me remite como lectora a los versos del poeta francés:
Yo François Villon, a los cincuenta y un años
gordo y corpulento, de labios color ceniza
y mejillas que el vino amoratara,
a una cuerda ahorcado
lo sé todo acerca del pecado.
Pero a su vez a una estrofa de Catulo:
Pobre Catulo, que dejes de hacer lo indebido,
y lo que ves pasado perdido lo digas.
Fulgieron un día cándidos para ti los soles…
No importa el contenido, importa el tono en ambos y la puesta en escena autorreferencial. Si el poema “Yo” de Guerrero se ambienta en un hospital con sus batas blancas y el “silencio metálico de los instrumentos esterilizados”, el de Cayo Valerio Catulo trata del amor no correspondido y el de Villon de sus presuntos delitos.
Fotos: Álbum del Universo Bakterial (AUB)
Al primer texto de La mujer le sigue uno fabuloso: la reconstrucción de un momento de la vida de Anna Ajmatova, la autora de Réquiem, la mujer que tantos abusos sufrió durante el estalinismo, la musa del pintor Modigliani. A ella, Victoria le hace un justo homenaje. Que quede claro, Ajmatova no merecía ser tratada como un paria durante el régimen soviético. En el poema “Anna” estamos frente al sufrimiento de la autora rusa ante la puerta de la cárcel de Leningrado, donde han detenido a su hijo antes de ser desterrado a Siberia. Guerrero incorpora diálogos, sensaciones, sentimientos que se van alternando con las vivencias de la misma autora peruana –internada en un hospital en Lima– y donde se pregunta si podrá seguir escribiendo. Escribir no es un asunto cualquiera, hay que tener en cuenta que a Ajmatova se le prohibió publicar durante el régimen soviético y fue expulsada de la Asociación de escritores, por ello la pregunta que se hace la poeta Guerrero, postrada en la cama de un nosocomio, es una interrogación ante el terror y el absolutismo.
Poemas sobre y desde el desarraigo, el dolor, la desterritorialidad, como el dedicado a otra víctima de la dictadura totalitaria soviética: Marina Tsvetáieva. “Sin hijos/Sin esposo/Perseguidos/Asesinados…” se lee en “Marina”. Los versos a Tsvetáieva, a Sylvia Plath (“la gringa”); seguidos de otros para Magda Portal, Emily Dickinson, se turnan con los de la biografía de la misma Guerrero en Lima o en Boston – ciudad donde la autora hizo estudios de doctorado–. Lo particular se da en ese juego de espejos gracias al cual interactúan entre ellas, conversan, se dicen cosas de todo calibre, del modo en que hablamos las mujeres, haciendo confidencias o ajuste de cuentas.
No solo en La mujer hay mención a escritoras, sobre todo poetas, sino también a la pintura de un artista que representa la inmovilidad del progreso, me refiero a Hopper en la figura de su modelo y esposa Josephine en el texto “Jo Hopper”. El pintor estadounidense realizó muchos bocetos y acuarelas de Josephine. “Ese pintor de la soledad norteamericana/ Ese pintor de mujeres con una taza de café al frente/ Frente a ventanas o sentadas en sus habitaciones”, leemos en La mujer. La poeta pone énfasis en que Jo fue una pintora que nadie recuerda, un olvido que se repite en la historia del arte. Algunos ejemplos dan cuenta de ello: Jeanne Hébuterne (pintora), esposa de Modigliani; Susanne Valadon (pintora), madre de Maurice Utrillo; Nannerl (compositora) la hermana mayor del W.A. Mozart. Felizmente, en el siglo XX empezaron a reconocer el valor de estas artistas invisibilizadas por su rol de género.
Cómo no incluir en el poemario a la jovencísima María Emilia Cornejo, cuya poesía ha calado hondo en los lectores. Guerrero habla con ella, la trae a su época, le recuerda sus lecturas de Kafka, la vida que no pudo seguir viviendo después de su corto paso por este planeta, verbigracia, algo que no pudo hacer María Emilia: leer sus poemas a un grupo de cumbia. No obstante, el tema trasciende el dolor de una muchacha de 23 años ante la entrega amorosa y lo que esta significa, para darle “palazos” a ese tú, destinatario de su poesía. Si bien es algo ya imposible, Victoria Guerrero encuentra el modo de exorcizarlo y, entonces, escribe con esa fuerza poética y maravillosa muy suya: “Las chicas recitarían de memoria Soy la muchacha mala de la historia. Sería un coro bellamente histérico y altanero. Y la mujer/ya no tendría que asistir a terapia online y tú estarías aquí.”
Qué hermosa reseña!!! Gracias Carmen!!! 💜
Gracias Patricia Carrillo por tus palabras.