El escritor, periodista y autor de El amor es un perro que ruge desde los abismos, nos ofrece algunos detalles de cómo construyó una de las novelas más atractivas en lo que va del año. Fotos: Editorial Planeta
A través de El amor es un perro que ruge desde los abismos, su primera novela, el escritor Joe Maldonado hace una inmersión en la contracultura y se apropia de las posibilidades de subculturas relacionadas al mundo del anime, de la pornografía y de las producciones cinematográficas de serie B para crear una épica millennial, en donde la crisis de la adolescencia se confunde con elementos emergentes del siglo XXI en América Latina.
El destacado escritor y periodista nos cuenta además que “la experiencia periodística sí estuvo muy presente en el trabajo de esta novela. Porque lo mismo tuve que hacer con el tema de la prostitución y sus normativas privadas. Con la pornografía. Con la trata de personas. Con el freestyle rap que no es un tema que necesariamente domino, pero que tuve que tratar de dominarlo. La mayoría de improvisaciones de freestyle que están en mi novela, por ejemplo, fueron escritas y revisadas por gente de barrio que practica este deporte”.
-Antes de hablar estrictamente sobre Diosito (el protagonista del libro) y de sus desplazamientos en un violento barrio chalaco -en la ficción lógicamente-, me gustaría apelar a tu formación periodística como cronista y redactor de contenidos. ¿Qué tanto ayudó tu mirada y olfato de periodista en la construcción de esta novela de adolescentes?
-Mira, esa es una muy interesante pregunta y es la primera vez que me la hacen con respecto a la construcción de El amor es un perro que ruge desde los abismos. Muchos de los materiales con los que se sostiene la novela son, por diferentes circunstancias, materiales que tuvieron que pasar por una suerte de filtro periodístico para poder obtener mayor esfericidad o un nivel más cercano a la verosimilitud. El espacio narrado, por ejemplo. Si bien es cierto que me inventé una zona dentro del Callao, una suerte de zona liberada, y que, además, yo conozca en cierta manera los códigos de lo que es un barrio en la periferia del centro oficial, con sus dinámicas, mitologías y peligros -puesto que me críe en uno- fui consciente en algún momento de que cada espacio o cada barrio tiene marcas y leyes que los diferencian entre sí y que, por eso mismo, los vuelve autónomos y con sensibilidades muy particulares, algo que afecta tanto al plano emocional, físico e, incluso, arquitectónico. En ese sentido, si yo iba a narrar sobre un barrio duro y peligroso del Callao, necesitaba conocer más a fondo sus propias dinámicas callejeras y familiarizarme con su ecosistema. Yo de adolescente iba con amigos del barrio a competir en campeonatos de skateboarding que se realizaban en diferentes barriadas del Callao. Otras veces fui a jugar DOTA a unas cabinas de internet de mala muerte que estaban como en el quinto infierno del puerto. Y así. Pero toda esa experiencia, desde luego, no bastaba para yo poder narrar aquel espacio que, en cierta forma, no me pertenecía. Por eso empecé a hacer un trabajo periodístico, un poco naturalista también, de todo lo que era el Callao en sus espacios más grises. Visité barrios muy jodidos, me hospedé en casa de algunos amigos del lugar, hice entrevistas, dejé que me robaran e, incluso, logré empatarme con los drogadictos y proxenetas de la zona. ¿Todo eso me sirvió? Sí, pero no fue suficiente. Necesitaba crear mi propio mundo dentro de ese mundo, pero para hacerlo, era necesario, urgente, conocer cómo funcionaba ese primer nivel para así deformarlo y crear mi propio nivel, pero con justo conocimiento de causa. Entonces la experiencia periodística sí estuvo muy presente en el trabajo de esta novela. Porque lo mismo tuve que hacer con el tema de la prostitución y sus normativas privadas. Con la pornografía. Con la trata de personas. Con el freestyle rap que no es un tema que necesariamente domino, pero que tuve que tratar de dominarlo. La mayoría de improvisaciones de freestyle que están en mi novela, por ejemplo, fueron escritas y revisadas por gente de barrio que practica este deporte. En fin, fue muy enriquecedor trabajar con todos estos materiales a través de las herramientas periodísticas y, sobre todo, vitales.
– Vayamos al Callao más allá del barrio ficcionado. Crees que estos bloques, recovecos por donde se desplaza Diosito y toda la parafernalia que lo rodea: sus amigos, la Tía, Romana y más, podrían ser un Santa Marina o el mismo Chucuito o, para ser más extremos, los márgenes que, incluso, lucen medio amurallados y por donde corre por doquier las drogas, la violencia, la prostitución, el pandillaje, la muerte…
-Me gustaría pensar que estos espacios inventados en mi novela sí tienen raigambre en alguna zona de la realidad real, pero al mismo tiempo me gustaría rebatirme y decir que su referencialidad parte de la pura fantasía o de una suerte de hiperrealidad. Este juego dialéctico entre realidad y ficción me interesa mucho en la escritura. Supongo que es por la forma en la que percibo el mundo y cómo, desde el plano metafísico, siento que el mundo me percibe a mí. Desde que empecé a escribir supe que mis historias en lugar de retratar o describir la realidad, iban a intentar deconstruir e hiperbolizar el estado real de las cosas o los contextos, darles otro matiz, otro punto de vista, otra percepción no lineal del punto de referencia inmediato. Naturalmente, el Callao de mi novela parte de una realidad real, es decir, del Callao que todos conocemos o imaginamos. Pero también parte, y en mayor medida, de referencias puramente ficcionales. Por ejemplo, mientras organizaba narrativamente la construcción de estos espacios amurallados, llenos de bloques, con una suerte de neblina eterna, con esquinas oscuras y vertederos humeantes llenos de gente sin nombre, yo pensaba más que en el Callao mismo, en Ciudad Gótica de Batman, en NeoTokyo de Akira o en Nínive del Viejo Testamento. Lo único que hacía era tratar de crear una hibridación entre todos estos referentes y formar así mi propia ciudad o mi propio espacio, que se pareciera un poco al Callao, pero también a la combinación de los espacios ficcionales que he mencionado. Ese ejercicio es el que siempre he llevado a cabo en todas mis historias. Y me gusta hacerlo. El solo hecho de ponerme a describir el estado “natural” de las cosas me parecería una operación narrativa demasiado aburrida y sin mucho sentido.
– El núcleo familiar de Diosito es fatal. El padre los abandonó y la madre ausente en su crianza muere. El chico prácticamente crece en medio de un barrio violento y la orfandad. En el capítulo 27 del libro hay un largo monólogo interior donde el narrador evoca, de manera incestuosa, a su madre perdida. ¿A qué responde esta imagen psicológica?
-Responde a una conducta edípica, abordada desde el punto de vista del psicoanálisis. Diosito, el narrador protagonista de la novela, ha perdido a su madre al inicio del libro, es decir, ha perdido todo asidero con el mundo y a partir de eso, su realidad se le derrumba y empiezan a sucederle muchas cosas que lo trauman y determinan. Entonces, la muerte de la madre resulta como el disparador de toda su historia. Cuando escribo y construyo a mis personajes, trato de darle mucho peso al estado psicológico y cuido mucho que cada cosa que suceda en el exterior afecte el interior de ellos y viceversa. Me interesa esa correspondencia. Cuando llegué a la escena que mencionas, Diosito está emocionalmente quebrado y su realidad alterada al máximo, entonces la única forma que pensé que podía narrarse ese estado era a través del monólogo interior o el stream of consciousness que tan bien lo han desarrollado escritores como James Joyce, Virgina Wolf y William Faulkner. Como se sabe, la técnica del monologo interior apunta hacia el fluir torrencial de la consciencia donde no existe orden ni sintaxis y donde las verdades emergen violentamente desde el subconsciente a partir de imágenes fragmentadas o en apariencia sin sentido. Pues bien, mientras escribía esta parte, pensé que era funcional y necesario brindar al personaje un conjunto complejo de emociones y sentimientos infantiles que salieran de su mente a borbotones para, así, poder justificar y darle mayor lógica a todos los actos que ha ido realizando durante la novela y, sobre todo, para que el lector ate cabos y encuentre en el personaje mayor riqueza humana. En un momento dado, supe que el personaje tenía que evocar la presencia de la madre y exponer su Complejo de Edipo, o sea, mostrar esa avalancha de sentimientos simultáneos y ambivalentes de deseos amorosos y hostiles contra su progenitora. La teoría de Freud señala que el conflicto edípico despierta un deseo inconsciente de mantener relaciones sexuales con la madre para así eliminar al padre. En ese sentido, me pareció pertinente que Diosito tuviera extraños deseos contra su madre muerta y así como la amara también la odiara, pero todo esto desde el plano subconsciente, ya que él no procesa toda es información, solo la vomita y va fundamentando así su propia estructura mental, psicológica, y el lector va conociéndolo mejor y entendiendo qué rayos sucede con él y su cabeza.
-Nuestro sistema de salud pública es uno de los más precarios. Cuando Diosito y Romana acuden a una posta se descubre toda esta podredumbre. Hasta la imagen de nuestra popular Sarita Colonia luce precaria. ¿Algún discurso político en tu escritura?
-Sí, muchos lectores me han dicho que la novela tiene un discurso político muy fuerte, una especie de denuncia social o de respuesta directa a los sistemas precarizados que sufren los barrios de las periferias y, en general, las juventudes del siglo XXI. Yo nunca pensé en algo así, solo trate de ser fiel al espíritu que me exigía la novela, pero me alegra que el libro tenga subtextos o se preste a interpretaciones políticas. En lo personal yo no escribo desde la consigna partidaria, tampoco me interesa escribir desde cierta militancia o desde el “compromiso político” hacia mi realidad o mi tiempo. Todo eso no me interesa para nada. Sin embargo, soy consciente que toda escritura tiene una raigambre política y que el mismo hecho de escribir, ya es un acto político en sí mismo. Pero nunca pienso si esta escena o esta imagen va a hacer una respuesta al Estado o a las instituciones públicas. O si el libro como objeto intelectual va proponer un cambio en el paradigma político de los lectores. Todo eso me da absolutamente igual. A mí solo me interesa que la historia que escribo se sostenga y salga lo mejor posible, que la propuesta literaria o narrativa tenga algo más o menos novedoso, que el lenguaje traspase el límite de lo puramente funcional y que el libro, de alguna manera, se sostenga en calidad estética. Lo demás, creo yo, se da por defecto. De modo que yo estoy convencido de que mi única militancia política a la hora de escribir es la literaria. Nada más.
-Para terminar. Romana es una chica de armas tomar. Agreste, confrontacional. En su historial y de manera efímera se desliza su posición feminista ante la posibilidad de criar a su hijo sola. Su cuerpo es su arma. ¿Es una forma de incorpora la “cuota” de género en la novela?
-Romana como personaje me encanta. Yo la considero como una suerte de deuteragonista del libro, es decir, ese segundo personaje más importante después del protagonista y del antagonista, y quien puede alterar su posición tanto como aliado o enemigo del protagonista en función de sus intereses o del argumento de la historia. Ella, junto a sus amigas, le dan cierto sentido a la novela creando tensión y poniendo cierto orden a ese sistema machista que encarna el contexto donde viven. Romana y su pandilla, a pesar que se consideran feministas por posería, realmente son machistas, pues aceptan el sistema patriarcal que las rodea y no lo cuestionan. Sin embargo, hay una suerte de ambivalencia, pues a pesar de ser machistas, están empoderadas y en lugar de ser utilizadas, ellas utilizan a los hombres y, en cierta manera, los dominan. Ese juego me gustaba mucho. La novela está llena de esas ambivalencias, de esos juegos. Y por eso mismo, los lectores han encontrado una novela muy divertida y con mucho humor. Y, claro, es algo que era necesario plasmar: el humor. Sin el humor, la parte caótica y violenta del libro solo terminaría en un catálogo de horrores y en el efectismo puro, y eso es algo que no quería hacer. Felizmente quedó bastante bien y hasta ahora todos los lectores han terminado encantados con la historia. Y eso para mí como escritor es más que suficiente.
Sobre al autor
Joe Maldonado. Periodista y escritor. Ha trabajado en RPP Noticias, El Comercio, La República, Radio San Borja y Caretas. Es autor de Los Buguis (2015), Quien golpea primero golpea dos veces (2019) y El demonio camuflado en el asfalto (2020). En 2015 ganó el concurso de relatos «Narrador Joven del Perú» de la Fundación Marco Antonio Corcuera. El amor es un perro que ruge desde los abismos es su primera novela.