¡Fuerza Eloy!

Eloy Jáuregui, el poeta y cronista inquieto, deseoso siempre de llegar a la verdad de los hechos está luchando contra el Covid-19; precisamente, su búsqueda de narrar lo que sienten los enfermos y los familiares, y recorrer hospitales y barrios para recoger testimonios, terminaron por contagiarlo, a pesar de todas las precauciones. Van estas palabras para decirle que aún tiene mucho que contar y muchos poemas que escribir; el texto que a continuación leerán fue la presentación que hice de su poemario Crema carnal en la Feria Internacional del Libro de 2015. Foto de portada: Agencia Andina

Escribe: Gaby Cevasco

La poesía hecha crónica

A Eloy lo conocí en el año ochenta, en esa hermosa y compleja experiencia que fue el Diario de Marka, que reunió a destacados poetas y narradores. Desde entonces, Eloy ya era un talentoso cronista y en este esperado poemario no ha querido desprenderse de este género que tan excelentemente domina.

Así, pues, este poemario-crónica consta de cuatro partes. La primera, “Zampoña de los espacios”, es la búsqueda de identidad. Por ejemplo, el poema “Muchacha observa el anfiteatro de Caral y solloza”, es la memoria de un tiempo a través de la piedra hecha arte arquitectónico. En él narra conmovido dos momentos: el de la emoción femenina ante el misterio de una raza, y el misterio del amor escrito en la piel de la amada. Teje el pasado y el presente contenidos en el enigma poético. Por un lado, está la mujer, la sacerdotisa tatuada, que es en su “extravío una pirámide invisible” (es decir, altiva, intemporal) y, por otro, está el momento del deseo.

En el poema, que lleva el título de “Instalación de las provincias del Pirv”, Eloy nos dice que con la fundación del Perú se fundó, al mismo tiempo, la idea de un dios padre, que deja atrás la fe en el viento, en la serpiente, el zorro, que contemplan “el arte de matar entre invocaciones”. Pero no solo retrata un cambio histórico, también un modo de ser. Todo queda atrapado entre las paredes de las iglesias, dice, es un tiempo en el que el gozo muere, pues para tener gozo hay que ser libres. Y el acto creativo es un modo de recuperar la libertad.

Otro poema emblemático de esta primera parte es “Textos textiles (Cajamarca 1532)”, en él conjuga el pasado y el presente. Es la Cajamarca en cuyo buche duerme el oro, y ayer como hoy amargo es su reposo, la serpiente de la ambición sigue hiriendo su piel a dentelladas para nutrir los fastos del consumismo y la acumulación desmedida de riqueza. La diferencia es que hoy el rebaño se levanta para defender esas ubres que codician.

Para cerrar esta primera parte, está “Balada que baja del cerro” que es un poema épico, aun cuando se expresa en la cotidianeidad de una casa de migrantes en el cerro, que luego bajan a La Parada con su música y su arte, y en el encuentro con esta Lima criolla construyen no solo su futuro, también, nuevamente, se construye un nuevo modo de ser en el Perú.

De esta manera cierra no solo el círculo de la historia, también el círculo de la construcción de una identidad, que es diversa y una, al mismo tiempo, para quedar: “Desnudos bajo el arcoíris del fuego”, que es el título de la segunda parte. La interpreto como la historia familiar del poeta. Está el padre retratado en su soledad frente a una copa, en su eternidad fijada en la mirada del poeta-niño. La copa es el símbolo que encierra los recuerdos de una vida que ya nos es.

Está la madre que teje, mientras el padre llega de la librería, el recuerdo de las primeras nalgadas, el barrio con sus vecinos y sus fiestas, está la ciudad como “Portentoso teatro de la urbe y de la muerte”, como la define el poeta. Está el perderse entre amores y borrascas. Y está la toma de conciencia de la injusticia y la rebelión que se incuba pacientemente y que sigue incubándose, porque está en la raíz del poeta ser rebelde a través de su proceso creativo.

La tercera parte del poemario es “La luz atraviesa los puentes”, que es la experiencia hecha verso de lo que fueron los amigos, la universidad, el movimiento Hora Zero; sobre este último hablaré más adelante, pues ha sido fundamental en la construcción de la identidad poética de Eloy.

Finalmente, la cuarta parte que lleva el enigmático título de “Cangrejo negro”, como enigmático es el amor sobre el cual poetiza, y esa “ella” presente en cada uno de los poemas.

He mencionado que el poemario es una crónica y, a pesar que he tratado de resumir los ejes de cada parte, tengo que señalar que la verdadera protagonista del poemario es la palabra. Eloy construye su identidad en la palabra. Las raíces, el padre, la madre, la amada o amadas son un pretexto, y ello se observa cuando el poeta hace referencia a una situación o a un personaje y luego teje los versos como si compusiera una melodía, al dejar que las palabras fluyan libremente.

En la crónica “Movimiento Hora Zero: El estruendo iluminado”, en la que narra su vivencia en este grupo desde los años setenta, expresa la relación compleja que tiene con la palabra. Voy a referirme a dos fragmentos; uno primero en el que escribe: “Ya desde aquel tiempo nos jodía la palabra”. Y en un segundo fragmento escribe: “….militar activamente en Hora Zero fue para mí una segunda creación. Otra vida y principio. Vivir de la palabra, para la palabra y morir por la palabra”.

Desde los dieciséis años en que Eloy empieza a vincularse con los poetas, amigos de su padre, comenzó su relación con la palabra. Seguro que este encuentro no fue súbito, debe haber empezado en el colegio o cuando leía los libros que su papá vendía en la librería, solo que después le da un nombre a estas palabras: “poesía”, y se trata de desentrañar la poesía, viviéndola. Y para ello, en Hora Zero tuvieron una casa, en la que se dedicaron plenamente al “gozo de la vida” y a “la santificación de la poesía”. Y para esta santificación escudriñaron en los versos de otros poetas, en los análisis de literatos, en las reflexiones de otros estudiosos que daban cuenta de nuevas formas de entender el arte, la poesía y el conocimiento, que significaban, al mismo tiempo, una ruptura de pensamiento y de un modo de estar y ser en el mundo.

He destacado que las palabras en los poemas de Eloy “fluyen libremente”. Ese fluir se da a través de un diálogo. Los epígrafes en los distintos poemas no son solo una referencia, marcan el punto a partir de los cuales va a iniciar un diálogo con cada uno de estos poetas o músico o alguno de los poetas o parroquianos de la casa de Hora Zero. Es un diálogo por momentos hermético, por momentos visceral, que da nacimiento a la poesía y, en última instancia, expresa la crónica de un destino.

Pero, como diría Bajtín, en el “trabajo creativo se vive, pero la vivencia no se oye ni se ve a sí misma, tan solo se ve su producto o el objeto hacia el cual está dirigido” (p. 17). Es decir, el poeta nada tiene que señalar acerca de este proceso creativo, porque todo él está en el poemario (parafraseando a Bajtín). El poeta se vacía en la obra, pero, a pesar de esta presencia viva, la obra adquiere vida propia, para ser lanzada desde un “yo”, que es un universo, a los múltiples “tú” que representan las/os lectoras/es que son cada uno de ellos otros universos y con los cuales se cierra el círculo creativo. Es decir, hay un doble acto de independización: el autor de su obra y la obra del autor, para que un nuevo hombre surja dentro de un nuevo plano del ser (Bajtín).

Hemos dicho que el poemario es la crónica, la crónica de un destino hecho de nostalgia, de amor y pasión. El amor es melancólico, la pasión es por momentos de gran delicadeza poética:

“Carnosa es la liviandad de la garúa en el pétalo enamorado,”

Y en otros momentos, este amor está hecho de cuerpo, sus fluidos y sus ascos, y para expresarse hace uso de las palabras con que el hombre de a pie manifiesta sus deseos, sus amores. Salta de la palabra oscura a la popular, de un violín bronco de una comparsa a un Stradivarius en una melodía de Grieg.

Pero no se aferra al amor, sino como inspiración. Veamos los siguientes versos:

“qué otro cuerpo soldará a tu brida la palabra te amo
en la luz azul de la nada que dejó mi arpón…”

Y luego:

“Emergeré así del lecho y todo el resto es literatura,
Repondré el corazón en el cemento,

Hablemos de “la nostalgia” que impregna gran parte de los poemas. Es una nostalgia tal vez de la juventud, de esa vida en olor de la palabra, entre amigos, entre sacerdotes glorificando a una misma diosa. Un ejemplo es el poema “Ternura de hormigón”, dedicado a la memoria de seres queridos que ya no están, pero cuya aura todavía está presente en alguna casa, en el paisaje, que alguna vez contempló con ellos.

“Que de tanto en tanto el sol deja ver su yema en el plato
Y de cuando acá lloro por la solemnidad esponjada de Portal.” (Portal era un asiduo al templo de Hora Zero).

Está el mar, está el silencio. La poesía está tejida de palabras y silencios. Y, asimismo, está el tiempo, pero está el tiempo ido, un tiempo en el que se amaba negligente porque estaba el futuro sonriendo, está en el recuerdo y en la visión de los jóvenes en la calle. Pero está el tiempo como experiencia filosófica. “…el quieto tiempo de su eternidad”, escribe sobre el retrato de alguien que amó, pero aun así es un tiempo que causa angustia: “Para qué se ama sin rumbo estremecido”. O para qué se ama si todo aquello que se siente ya no está, ya no es.

En uno de los versos recuperados, Parménides escribe que “es lo mismo para los hombres lo que piensa y la sustancia de sus órganos…” (p. 58). Interpreto esto como que el ser humano es uno en su pensamiento y en su materia, y el poeta escribe con la mente, y con su vientre, con su corazón, sus pulmones. Eloy es uno de estos poetas, es racional, pero a la vez es cuerpo; por momentos es soñador y en otros es escéptico; es romántico y concreto. Todo esto lo van a descubrir ustedes cuando lean el poemario Crema carnal que, por cierto, este título también me generó muchas interrogantes, pero bueno, escucharemos luego que nos dice el poeta sobre él.

(24 de julio 2015)