Irma del Águila
La Plata / Lima, lunes 16 de marzo de 2020
Un tilo levanta su frondosa armadura sobre la cervecería que abre en la esquina de la calle 54 con 5. Extiende su sombra protectora sobre la cornisa del edificio, se despliega como un parasol en el tórrido verano.
Misterio, unas horas después: cuando se vuelve a mirar el tilo de la calle 54, la impresión que arroja es distinta. Esas ramas ya no cobijan. Antes bien, parecen recostarse sobre la cornisa, que felizmente cuenta con la solidez de sus vigas para aguantar el cuerpo vegetal. La distancia que hay entre una y otra percepción del paisaje da pie a calibrar cuán equívoco puede llegar a ser el contacto entre los cuerpos.
El perfume del tilo sí que es nítido, florido. No hay platense que no haya sentido el delicado perfume de los viejos tilos, traídos desde tierras prusianas en el siglo XIX. O escuchado comentar, o al menos leído sobre él.
Esas ramas, con sus ásperos nudos y sus hojas, han invadido la fachada del establecimiento, cubren todo, incluso el cartel que el goteo constante de las hojas inundadas de lluvia ha manchado de barro y óxido. Han sido gotas pacientes y destructivas. En la copa del árbol anidan los pájaros grises y las ardillas transeúntes. Y la luz escamoteada a las personas que circulan por la acera.
El tronco sólido se asienta en el metro cuadrado de tierra que se abrió en la acera en su momento, con fines paisajísticos. Pero no le basta, sus raíces se extienden por el subsuelo en busca de nutrientes. De resultas del esfuerzo centenario por la subsistencia, las raíces, que pujan, desprenden ladrillos, y entre las grietas asoman más raíces y terrones.
Un par de amigos se da el encuentro en la esquina de la cervecería. Dos amigos que se saludan con un beso en la mejilla y sonríen animados y con aire de complicidad. El beso es también una despedida, porque saben que habrá restricciones al contacto entre seres humanos, pronto, con el inicio de la cuarentena.
Saben bien que ningún contacto es inocuo.
Imagen de Portada: Rosana López Cubas