El universo femenino en país de Jauja*

Este texto intenta acercarse al universo femenino de País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez. La riqueza de esta novela es diversa, y no podría ser diferente tratándose de los personajes femeninos, cuyo mundo interior y sentimientos, el autor supo captar siempre con sabiduría y sensibilidad.

Gaby Cevasco**

El eje de la novela, como lo sabemos, es la posibilidad de una nación a partir de unir lo indígena y lo occidental, y en este sentido las mujeres cumplen un rol clave, tanto en el pasado como en el presente de la historia; aspecto que desarrollaremos a medida que iremos presentando a algunas de las mujeres de esta historia.

El mundo del protagonista, el adolescente Claudio Ayala, es sobre todo femenino. Empezaré por su entorno familiar más cercano. Está su madre Laura, que a simple vista parecería una mujer tradicional. Trabaja como costurera al mismo tiempo es una apasionada de la música de su región. Tal vez “apasionada” no es el término adecuado, para este personaje mesurado, correcto y, sobre todo, cálido, que ejerce su autoridad desde el diálogo y el afecto.

Otro personaje femenino del entorno familiar es la tía Marisa, a quien le gusta provocar al sobrino con sus comentarios de un humor áspero. Es perspicaz y de descarnada franqueza. Ella es docente, que no ha optado por el matrimonio (tiene un eterno admirador). La impresión es de una mujer satisfecha con lo que hace y contenta de la familia que tiene. Al final, es la que más anima a Claudio a continuar su vocación literaria que, desde su perspectiva, es más fuerte que la musical.

Me atrevo a señalar que el adolescente Claudio tiene el sentido del humor de la tía Marisa, que expresa en las historias que inventa y de las que son víctimas algún viejo de Jauja y sus propios amigos.

Otro personaje del entorno familiar es Laurita, la hermana de Claudio, que tiene de Atenea y de Marina Túpac Roca, según se dice en la novela. Estudia bellas artes en la capital. Como todos en la familia es de una fina sensibilidad artística, pero en ella no hay expectativas de llegar a ser alguien famoso, y Laurita misma lo dice: acaso solo seré una eficiente profesora de pintura.

Y ello porque la dedicación a un arte en esta familia es por amor al arte mismo, y en este amor se unen lo “nuestro”, como definen lo propio no solo de Jauja, también de otras regiones del centro andino, y se une lo universal, es decir, la cultura occidental.

Laurita y Leonor, esta última, el amor secreto de Claudio, son los únicos personajes jóvenes femeninos que tienen cierto protagonismo en la novela, el resto de las mujeres son mayores, y las jóvenes aparecen como un relámpago que atraviesa el cielo; en la novela, las muchachas atraviesan las calles de Jauja y son enfocadas a la distancia.

Claudio es un adolescente que está descubriendo el mundo de las sensaciones y los sentimientos más allá de los afectos familiares, y ha descubierto el amor y el deseo, y son tres las mujeres que lo inquietan: Leonor, representación de un amor casto y más cercano: ambos son estudiantes, adolescentes. Le gusta que ella viva en Yauli, y que su casa esté entre árboles y aromas del campo, que haya escuchado los mismos cuentos que él. Ella es fresca y simple, lejana a las aspiraciones musicales y literarias de Claudio, por ello, ante sus inspirados galanteos lo califica de “medio raro” (p. 152).

Hay una idealización de estos personajes femeninos que han nacido y crecido en Jauja, y esto es más evidente en Leonor, que no tiene aspiraciones artísticas, sí como artesana; sin embargo, Claudio espera convertir, con su influencia, esa artesanía en arte.

El arte, sea la música, la escritura o la pintura son un medio para dar un paso más allá de lo que representa Jauja. El autor escribe sobre una provincia, a la que llegaban personas de distintas partes del mundo y de todas las condiciones sociales buscando los beneficios de un clima milagroso para la cura de la tuberculosis. Es una Jauja convertida en metrópolis.

En este contexto, un personaje casi omnipresente es Elena Oyanguren, a la que Claudio ve los domingos saliendo de misa para volver al sanatorio. Aunque en un momento la llega a conocer, la mirada de ella es distante, refleja lo inalcanzable que es para él. Ella representa el ideal femenino, es la Elena de Jauja, aun cuando es forastera, y es de una belleza tan perturbadora como Helena de Troya. Pero en Elena, la mujer más hermosa que se ha visto en Jauja, no hay nada de trágico, a pesar de su enfermedad, como se dice en la novela (p. 260).

Y está Zoraida Awapara que, si bien ha nacido en Ayacucho, es de ascendencia oriental. Ella despierta los deseos del adolescente, y la que en parte por curiosidad o porque se siente atraída, lo inicia en la sexualidad.

Elena es el modelo estético femenino; Zoraida está más cercana a la naturaleza, a la tierra, a la lluvia, un personaje que encierra voluptuosidad, que representa lo que un hombre desea: placer y riqueza material.

Al mismo tiempo, en esa Jauja estancada en el tiempo, Zoraida es la mujer moderna, libre, autónoma económicamente, que busca nuevas experiencias, no solo sensoriales, también en lo espiritual.

En un fragmento de la novela, ante la visión semidesnuda de Zoraida, Claudio piensa y con ello nos transmite su sentir sobre las tres mujeres por las que se siente fascinado: “Tú pensaste en la belleza mórbida y elegante de Elena Oyanguren, y en el encanto aún infantil de Leonor. Cuán madura y tentadora parecía, en comparación, Zoraida Awapara” (p. 192).

El tímido, pero inspirado adolescente, no mal parecido y fervoroso, como es definido (p. 192), siente, desde un primer momento, que quizá tenga alguna posibilidad de un encuentro íntimo con la seductora Zoraida. ¿Por qué esa sensación? Presumo porque desde el primer momento la ve como un ser libre y, como él, es alguien que está en búsqueda de nuevas emociones.

Junto a estas tres mujeres, hay dos damas que centralmente despiertan el interés del protagonista y que vamos sabiendo de ellas a lo largo de la novela, y son las viejas damas de los Heros: Euristela e Ismena, tías abuelas de Claudio.

Mientras Elena Oyanguren es la belleza joven, las señoritas de los Heros son la belleza en la vejez, porque como dice Mitrídates, del que vamos a hablar más adelante: “La belleza, aun si se apaga, es eterna” (p. 306).

Hay que añadir aquí el rasgo particular de Claudio por indagar en la vida de personas mayores; por una parte, puede tener relación con lo que señala su hermano Abelardo: Claudio “se empeña en ver el lado insólito de las gentes” (p. 187).

Pero, por otra parte, me pregunto si acaso busca el mito occidental detrás de cada personaje en general viejo, más allá de las dos serpientes blanca y negra, que representan el mito andino de la Jauja mestiza.

Cada personaje jaujino o que habita en Jauja tiene un par histórico o mitológico. Por ejemplo, el viejo Fox es comparado con Tales de Mileto que proponía el agua como principio de todas las cosas, como lo plantea también él.

Mitrídates, el limeño que trabaja en la morgue del sanatorio y que ha llegado a la provincia para curarse de la tuberculosis, tiene los ojos profundos, de cara enjuta y figura alargada como el Greco, el pintor griego que vivió entre 1541 y 1614.

Sobre todo, va a observar a estos personajes a través de la Iliada y después de Antígona, la tragedia de Sófocles; ambas obras van a convertirse en una especie de lente desde el cual reconfigura a los habitantes de la sociedad jaujina, en especial a las mujeres.

Edgardo, con maestría, nos arrastra en la curiosidad de Claudio por las viejas damas de los Heros. En un comienzo va a visitarlas por obediencia a la autoridad materna, pero pronto se transforma en un oyente privilegiado, gracias a su amor por la música, que ellas también compartieron en su juventud. La música acerca a las dos mujeres y al adolescente, a pesar de los años que los separan. Se convierte en alguien de confianza con quien pueden compartir los recuerdos. Y no solo eso, es como si consideraran que vivió con ellas esas noches de un pasado del que hablan entre pausas y frases enigmáticas. Este modo de expresar sus recuerdos, “Ese hablar a dos voces, como en espejo, y su curso deshilvanado” (p. 95), es lo que suscita la gran curiosidad, el interés por conocer realmente qué sucedió con las dos viejas señoritas, y no solo en Claudio, también en sus lectoras y lectores.

El misterio ha echado raíces en Claudio que se propone indagar sobre ellas: cómo eran, por qué no se casaron, qué pasó con la hacienda en que vivían, si existió o no el hermoso anillo de amatista, motivo de “un hondo y perdurable significado” (p. 215); pero, sobre todo, se pregunta, quién era Antenor, del que ambas hablan, como si hubieran compartido un mismo amor por él.

Tal vez Antenor es el personaje que acerca a estas mujeres a Antígona y a su hermana Ismena, que vivieron no una tragedia por el hermano, sino por un amor imposible.

Antenor interpretaba las hermosas canciones andinas que recogía en sus viajes por los pueblos de Jauja, Huancavelica, Ayacucho, y Euristela e Ismena cantaban con él. En un momento, Antenor se convierte en “Agenor”, otra vez Edgardo nos lleva al mito griego, Agenor es hijo de Libia y Poseidón (Hesiodo), definido como emigrante y desplazado. Y, efectivamente, Antenor-Agenor es una imagen que se nos pierde entre los pedazos de recuerdos de las viejas damas, es difícil asirlo, es complicado saber realmente quién era y qué sucedió con él.

Claudio piensa que Agenor o Antenor es tal vez Hemón, el prometido de Antígona, el que recibió la orden de su padre Creonte de enterrar viva a Antígona, en la misma tumba que su hermano Polinices, por no haber obedecido la ley de los hombres. Se puede decir que las señoritas de los Heros se autorrecluyeron y se apartaron del mundo, que es una forma de enterrarse en vida.

La historia de las viejas damas de los Heros se narra de forma fragmentada. Ellas son la principal fuente, mas lo que dicen entre pausas ahonda las interrogantes, entonces Claudio recurre a su madre, a la tía Marisa, la tía Rosita, con esta se da la oportunidad cuando le pide la ayude en la búsqueda de unos papeles.

La hacienda de las señoritas de los Heros se llamaba Amarucancha, y Claudio se pregunta qué relación tenía con el mito de los dos amarus o serpientes (p. 215), apelando a la vertiente andina con relación a las dos viejas damas.

Quien sí fue capaz de intuir la presencia de estas dos serpientes fue Euristela; ella dice que la serpiente oscura está en lo profundo de la laguna Yanamarca, “y adentro de la tierra vigila”, y la serpiente que representa la luz, la ve en el cometa Halley que cruzó el cielo en 1910; “¿No ves que es como una serpiente toda de luz? ¿No es como el amaru blanco?” (p. 490).

Y en esta historia sobre las señoritas de los Heros también entra Mitrídates, un personaje especial, tal vez el más griego de todos en la novela, quien ha manifestado a las viejas damas que las “recibirá en las puertas de la muerte” (p. 216). ¿Por qué les afirma eso? Él lava los cadáveres en el sanatorio y luego trabaja en la morgue del hospital, las tías no están en él; pero Mitrídates tiene un sueño recurrente, en el que se ve navegando eternamente en un río subterráneo. Es el Caronte de Jauja. Este río de sus sueños se relaciona con el amaru negro que representa la oscuridad.

Las señoritas de los Heros van a surcar el río de la muerte en los dos ataúdes que, como ofrenda de amor y admiración, construye el artesano Fox para ellas desde tiempo atrás.

Dejemos aquí el enigma de las damas de los Heros que, como ven, me fascina; las personas que leyeron la novela ya lo habrán descifrado en las últimas páginas, pero para aquellas que aún no lo han hecho, que sea una invitación a leerla.

Hay otros personajes femeninos, Marcelina que narra leyendas al lado del fogón, y nos acerca al mito de los amarus. Felícitas, melancólica y enigmática cuidadora de las señoritas de los Heros y quien aparentemente cierra el círculo de información sobre su historia con Antenor. Ellas son las preservadoras de la tradición local; la primera narra el mito de las serpientes; la segunda, la tragedia de las damas de los Heros que, como en la tragedia griega, está emparentada con lo mitológico.

Otros personajes, que tienen cierta presencia en la novela, son Mercedes Chávarri, la única profesora de música en Jauja, que da lecciones a Claudio, pero que solo se inclina por la música culta y no cree que esta música deba mezclarse con la música andina; es una purista en este sentido. La tía Rosita, que cuenta en parte la historia de las damas de los Heros a Claudio. De otros personajes sabemos porque Claudio va a visitarlos o escucha narrar sobre sus vidas en el entorno familiar, como la tía Grimanesa, por ejemplo.

En general, es un mundo de mujeres viejas, y por ello mismo es un mundo impregnado de nostalgia y recuerdos de un tiempo en el que se mezcla lo real y lo mítico.

Las mujeres jóvenes son fuente de admiración y enamoramiento, pero solo aparecen brevemente, como hemos señalado.

Me pregunto, también, si este predominio de “antigüedades”, como las califica Claudio, hace referencia al abandono de sus lugares de origen por parte de los jóvenes de los pueblos andinos, entre ellas las mujeres, para migrar a las grandes ciudades, en especial a la capital, en busca de un futuro distinto. Laurita nos acerca a estas nuevas mujeres andinas.

De otro lado, no podían faltar, en un pueblo mayormente conservador como Jauja, las beatas, que acompañan al cura Warthon como una bandada de gallinazos, poco agraciadas y mensajeras de lo funesto. Hay una escena motivada por el fanatismo de este grupo, y la gracia con la que es narrada nos divierte, y más que una burla muestra lo ridículo que puede ser tratar de imponer sus propias ideas a otros. Y ello porque en la novela se insiste en la necesidad de reflexionar, y no importa desde qué orilla, lo fundamental es el intercambio de ideas, aspirar al conocimiento, y no como una forma de sobreponerse al resto ni de despreciarlo, porque entonces allí se cae en lo risible.

Creo, igualmente, que es una forma en que Edgardo Rivera Martínez pone en ridículo al patriarcado y su aliada, la religión conservadora.

Es decir, las beatas representan a las mujeres que se han quedado en el pasado, defienden el estatus quo y son opuestas a todo cambio. Su físico no hace sino revelar sus almas mezquinas, sin rasgos de bondad.

Rivera Martínez, también construye un personaje femenino mítico, y es Marina Tupa Roca de Sincos. El adolescente Claudio la imagina cabalgando, mientras en el cielo el cometa Halley extiende su estela, y dice de ella que es descendiente de un hermano de Catalina Huanca, la curaca de la sierra central, de la que nos habla Ricardo Palma; pero a diferencia de su antecesora que era una mística, Marina Tupa Roca nos la imaginamos una guerrera. Y Edgardo para agregar otro misterio hace que el adolescente Claudio se pregunte si fue Marina Tupa Roca la madre de Antenor.

Acaso las damas de los Heros sintetizan lo andino y lo occidental, ellas como personajes y su propia historia fascinante. Como sintetizan estas dos vertientes la familia de Claudio, que ama el arte y el conocimiento, tanto el propio del Perú profundo, como el que viene de otros países. Y no es vanidad, solo vocación y un modo de vida que cada uno ha “elegido o va elegir, por incierto que sea” (p. 270), dice Abelardo, el hermano mayor de Claudio.

En este sentido, la novela representa una nueva propuesta, aparentemente, ya planteada, pero lo novedoso en Edgardo es la armonía que es posible alcanzar en este encuentro y la alegría que implica como forma de vida, para ello hay que amar lo nuestro y estar abierto a toda expresión de arte y conocimiento, proceso que no significa negarnos, sino reafirmarnos. Una metáfora de ello es la composición que recrea Claudio desde lo andino y lo clásico en la escena final de la misa en honor a las señoritas de los Heros. Es un mensaje optimista, porque en este encuentro va a tener lugar una nueva peruana y un nuevo peruano. Tenemos la esperanza que así sea

*Este texto fue presentado en el conversatorio “Lo femenino en la obra de Edgardo Rivera Martínez”, el 8 de septiembre, recordando su cumpleaños, organizado por el CELACP.

** Periodista y escritora, consultora en género.