El autor amazónico de los títulos Cuneccia Tropical e Iquitos Lesbo, ambos libros publicados por el sello Mediática nos ofrece algunas aproximaciones sobre sus obras
El escritor peruano Álvaro Ique Ramírez, en una de sus etapas más prolíficas como autor, presenta dos interesantes poemarios: Iquitos Lesbo, el primero de ellos, es un libro de «amores desobedientes» ejecutado con una poética caótica, salvaje. Un tránsito por distintos espacios donde el verso callejero se aproxima a los temas de la belleza, la fealdad, la seducción y el horror con los elementos propios del artista que naufraga, que arde, y que representa la vida más allá de los cánones.
En Cuneccia tropical Ique nos sorprende nuevamente con una poética por fuera de los moldes. Ensaya aquí una suerte de escritura automática, rabiosa, que presenta a todo tipo de personajes desadaptados en el corazón de una ciudad hundida en la jungla amazónica. Álvaro Ique escribe con plena conciencia de que el escritor navega por los márgenes, y su destino se encuentra muchas veces por encima del bien y del mal.
– Álvaro, a lo largo de tu producción literaria está presente Iquitos y toda la parafernalia que lo componen. ¿Qué papel juega la gente, la ciudad, la mitología que forma parte de su origen ancestral, en tu proceso creativo?
-La ciudad y su manera conformista de vivir que se parece a otra en su condición pusilánime y narcótica, de pesadez y olvido. El terruño afectuoso o intratable con su millón de encantos y su querencia campechana no como un cuento de hadas, más bien, como una amplificación transgresora y remembranza fragmentada. Parodia, ¿por qué no?, removiendo el pasado sin ajustarnos a los hechos tal como fueron, sino como recuerda el memorialista. Nada es como fue. Todo es como el escribidor o pendolista vaya enhebrando su recordatorio, escrupulosamente sin escatimar el millón de alegorías y sus infinitas exageraciones; inclúyase lo fantástico e inverosímil y el esperpento grotesco y sin miramientos a la manera de Valle-Inclán. Eso que le llaman inventiva desmesurada. La ciudad imaginada, esencialmente lúdica, se llena con el bollo de gente retrechera e inmoderada y los infaltables perdedores. Salta a la vista el barrio paquete donde el poronga –jefe en idioma jergozo– es el rey y los bichos con pistola sus sicarios, y no faltan los desorientados imaginándose en la Antártica. La piruja de los labios acorazonados, peligrosa como avispa de mar. La ingenua creyendo en Cupido y amoríos castos y a los nueve meses el ave picuda preñada, ¡toc!, ¡toc!, tocando la puerta de su casa. Y las lenguas viperinas en su garbanzal, perversamente celebrando: Fíjate que a la última de la familia Jetavaca le hicieron un calato al mango. ¿A la pinche Aleja? ¡Ujúm! ¡No te lo puedo creer! Ya se jodió la atorranta esa. La ciudad insegura y destartalada, avasallándonos. Chupándonos el alma. El burdelito de los ardores y las máquinas trituradoras. El mito descomunal, invasivo y aborrecible. Ya lo dijo Eduardo Galeano: “el mito no se come”. A la hora del crimen no hay estorbos y nada es inadecuado en la escritura nostálgica. Ojo, la nostalgia no sirve para alimentar a la familia, pero sí ayuda, y de qué manera, al despropósito este de escribir sin que se nos caiga la máscara.
-En tus dos últimos libros hay un tejido de olores, sabores, temáticas entre la ciudad de tus orígenes y tu actual residencia en Florida. A partir de tu propia poética, tu mirada, tu ojo visor, coinciden lo sexual, lo erótico, lo bizarro y lo transgresor. ¿Encuentras puntos de coincidencia entre ciudades como Iquitos y Fort Myers (Florida)?
-Ninguna ciudad es como otra, pero todas se parecen así sean urbes glamorosas y otras, tugurizadas; pueblos prósperos o pobretones. El hormigón, el cemento, el vidrio, la madera y la hoja de palma no lo definen. En cualquier caso, una es espejismo y la otra, fantasmagoría. Es el ser humano como sujeto individual o colectivo que encumbra o desprestigia una ciudad; hazaña y baba de por medio. De carne e instinto estamos hecho. Y el asunto es así. La urbe, sin dramas y conmociones relamiéndose de gusto con lo que le surte la pasión frenesí: delicias, hervores, adicciones, preferencias, parafilias y una larga lista que tiene que ver con el lujo, lo superfluo, el delirio y la lujuria ardiente llevado al máximo con sofisticación y excentricidad. Alice Cooper, libidinosa, provocando en la tarima con sus guillotinas y sillas eléctricas. El pueblo jaranero, al borde del río celebrando la farra y la cuchipanda que tú no te atreves; y en una de esas, excitadísimo se lanza a gozar el placer lujurioso de la carne, madre de todos los placeres. La intemperie, oiga usted, convertido en un inmenso hotel sin habitaciones. Daba igual una mocita con colita de avión que una viuda alegre y dicharachera. Un calvo panzón que una pecosa piernilarga. O una machetona bien despachada que un escuálido desmolado.
Contra toda interpretación a la censura y obscenidad erase la bacanal en Sodoma-Gomorra sin sedas y tafetanes ni lipstick, a lo bruto y sin las instantáneas de una cámara Polaroid 600. Un equipo de sonido marca chancho desparramando un sonido latoso deformando el merecumbé Las curvas de María Dolores, el último pelotazo musical de la Orquesta Explosión de Iquitos, cantado nada más y nada menos por la sensual y guapachosa Linda Cava y su polito mojado haciendo juego con su faldita roja tamaño pañuelo. Y como en el mercado de los placeres la oferta y la demanda obligan, abunda de todo en ambas geografías: voyeurism club, boy toy, lucifer gays, el club de la tortilla, taxi boy, grannys hot, abuelitas amorosas, maduras solitarias, santurronas ardiendo por dentro, cuchilleras ninfómanas y no faltan los crueles excitados que dicen ser ‘Marat-Sade hasta la médula’. El clima, aunque tórrido, ni mucho ni poco refrescándome con un daiquiri. Y en el fondo de los recuerdos un tanganazo de cachaza.
-Tu escritura juega entre la poesía y el micro relato. En ambos libros haces gala de la ironía, socarronería y eres áspera cuando te refieres a personajes de la literatura global, de la música en sus diversos géneros, lugares o situaciones. ¿Es una confrontación, un cuestionamiento?
-Es pura escritura empalmada con el desarraigo. Escritura del exilio interior. Escribo temas que otros desdeñan y que desaprueban los señorones literarios del gran coco intelectual. Escritura para evitar el desastre final sin esperar que algo brille. Es una escritura contra el escritor pulcro de frases rimbombantes o algo así y contra las repúblicas. Es una escritura contra mis amigos cada vez más lejos. Es una escritura contra Dios que me quitó a mi mujer y me jodió la existencia. Pero también es el baile de las palabras al son de Nina Simone cantando My baby just cares for me. O moviendo las tabas con el rock and roll de Gary Glitter. Y en el furor de la escritura, a veces recitando a Lorca, pero pensando en Nicanor Parra, y por ahí escarbando unos versos del poema Lo posible, de Raymond Carver que está fijo en mi memoria: “…Perdió la cabeza cuando ella se fugó / en busca de una nueva vida. A partir de ahí daba / las clases llorando y borracho. Más de una vez / con manchas de comida en la camisa. / No lo ayudé. También yo me iba al fondo /…’’. Son formas que se me ocurren para evitar fatales morriñas y molestas saudades, y para continuar con el culo pegado a la silla, escribiendo. Unos dicen que es locura. Yo digo que es algo así como desenfreno. Amor. Pasión y fuego. ¿Qué puedo hacer? ¿Hum?
– Escribir sobre la comunidad LGTBQ+, es una forma de visibilizarlos o reivindicar sus luchas.
-Soy un aguafiestas y esto no me atormenta. “Iquitos Lesbo’’ y “Cuneccia Tropical’’ – el primero, un puñado de poemas; el segundo, un taco de cuentos– son propuestas literarias acerca del amor y la pasión carnal le toque a quien le toque y afanes intensos, desmedidos, de mujeres viriles que aman y sufren, y de hombres como flores con varices zarandeados por la perfidia y el desamor. Ellas y ellos, a montones, perseguidos. Gozando amores brujos, narcotizados de pasión; haciendo de su pecho un templo… Ambos libros en ningún caso son modelos de resistencia ni trincheras de artilleros. Pero si creen que ambos les sirve, ¡úsenlos! Estrújenlos hasta que griten feroces versos defendiendo sus carnalidades y el derecho de ser. También pueden ser armas arrojadizas, ¿por qué no? A estas alturas alzo mi indignación contra el homofóbico perseguidor. Y desconfío del gallardito sofista que dice ser el campeón de todas las luchas y el paladín de las reivindicaciones. No confiar en nadie. Machos alfa y otros monstruos cambia formas andan disfrazados y al acecho. Mi admiración a Marsha P. Johnson, la heroína travesti callejera qué junto a Silvia Rivera, su amorsote de toda la vida, impusieron las notas de valentía y furia cuando estallaron los disturbios de Stonewall la madrugada del 28 de junio de 1969 en el barrio de Greenwich Village (Nueva York).
-Más allá de aludir a escritores diversos y universales en ambos libros, pesa significativamente la música en sus diversos géneros y estilos. Están presentes en tu escritura de manera recurrente. ¿Qué papel juegan los grandes iconos de la música en tu escritura?
-Bukowski. El viejo Charly con la pinta en el suelo, escritor con tanta mala leche que vivió en hoteles de mala muerte tupido de alcohol y casi muriéndose de hambre, se la pasaba escuchando música clásica todo el día. Julio Cortázar, el tremendo escritor y melómano que vivió en una ‘casa tomada’ casi en la ‘continuidad de los parques’, con su tocadiscos Telefunken estaba horas descifrando la angustia y la soledad del jazz de Charlie ‘Bird’ Parker. Dos joyas como muestra y a renglón seguido la lista es interminable. Yo, que no estoy en ninguna lista me conformo con el anonimato. Acomodado en mi silla con un café a la mano y dándole a las teclas con la otra, me despacho al desgobierno y a la anarquía del rock’n roll. Puede ser Nirvana o Sex Pistols. Los Saicos echando abajo la estación del tren o algo así que tiene que ver con voladuras y demoliciones. Y por ahí me deslizo en el songorocosongo de los Mirlos. Nunca descarto la música de los novísimos. Cada generación trae la rebeldía de su época. Eso lo aprendí de Andrés Dulude, el capanga de Frágil, la banda de los antihéroes del rock en los tiempos remotos del hilo negro.
-Finalmente. ¿Qué implica escribir sobre nuestra tierra y gente desde otras tierras?
-Significa que tienes que estar listo y fajarte con la grafía de la nostalgia. No hay otra forma. Igual en la tierra de Céline que en la patria de Carson McCullers. Y nada distinto en las estancias provisionales que eligió Lord Byron, el poeta rebelde por excelencia que le puso su sello al Romanticismo inglés. Mundano, galante y ostentoso, sodomita y amante de prostitutas. No hay pluma nómada que se salve de esta especie de lepra. Uno se vuelve un extranjero de sí mismo. Un extraño confuso pinchando su memoria porque no existe el árbol de la inspiración. El errante que se largó dejando disgustos a su familia y a sus amigos a veces no sabe cómo manejar el desarraigo. Francamente no hay cómo refutarlo. Solo hay maneras de entenderlo. Y a las justas, apretando la mandíbula.
El extrañamiento, el desplazamiento y la exclusión. Y de un modo muy bestia: El desterrado que todo lo apuesta, incluso su desarraigo, es decir, la pérdida de pertenencia geográfica y su merma espiritual trastocando el orden de las cosas, es un pinche náufrago que una y otra vez amanece semiahogado en la pleamar de su soledad y no hay canción del verano ni filosofía de tocador que le salve. El desarraigo son esos mil cuentos de la diáspora a los que no vamos a acostumbrarnos. Pero una cosa es seguro: Jamás vamos a arrepentirnos de la maravillosa catástrofe del éxodo. Errancia. Desarraigo. Caminos espinosos sin retorno que elegimos donde no tiene cabida el desaprensivo hijo pródigo.
Un añadido postrero: no podemos abstraernos al concepto de errancia y/o exilio. Nómadas o perros sin manada y gregarios o rebaños en su conjunto, se parecen a dos granos de arena que en su inutilidad temporal son prefiguraciones itinerantes y permanencias fluctuantes, y cómo no, anfibios mutantes discurriendo en círculos. No nos hagamos los giles, todos, en una medida somos desarraigados altisonantes arrojados del paraíso.
Sobre el autor
Álvaro Ique Ramírez. Nació en Iquitos y vive actualmente en Fort Myers (Florida, EE. UU.). Antes de los presentes libros, ha publicado lo siguiente: Morgana en los infiernos / mandrágora (2008), Cartas desde el mar (2010), Amores en el guayabal (2014), Delirios de cantina (2015), Rosas y putas (2015), Guacamaya Love y el son de los mojados (2018), El veneno de la poesía / The poison of poetry (2019), Espérame en Caballococha (2019), Sicario (2019), Palabra de reptil (2020) y Lengua de reptil (2020).