Dile que no se esconda. Sobre “El penal”, de CCF

A cuatro años de la muerte del escritor Carlos Calderón Fajardo (CCF) y conmemorando la semana de su nacimiento, Becky Urbina comenta uno de sus cuentos más entrañables: “El penal”, publicado como parte del libro “El que pestañea muere”, al igual que en posteriores antologías de su obra. Foto: Sandro Aguilar

Escribe: Becky Urbina

La búsqueda es, indudablemente, uno de los grandes temas de la literatura universal. Numerosos libros relatan búsquedas de diverso índole, tales como la búsqueda del sentido, la búsqueda de un lugar donde establecerse, la búsqueda del amor, la búsqueda de la madurez, la búsqueda de la victoria, la búsqueda de personas. Dentro de esta última, la búsqueda del padre ocupa un lugar importante y se relaciona íntimamente con la búsqueda de la identidad.

Existe gran bagaje literario relacionado a la búsqueda del padre, empezando por la búsqueda que emprende Telémaco, en el poema épico de Homero. En esta búsqueda, llamada también telemaquia, encontramos un tópico literario ampliamente explorado que suele relacionarse con la búsqueda de la propia identidad. Odiseo deja Ítaca cuando Telémaco era aún muy pequeño. Tras la prolongada ausencia de su padre y siguiendo el consejo de Atenea, Telémaco decide salir en busca de Odiseo. Al encontrar a su padre encontrará también la fuerza y madurez para cobrar venganza contra los pretendientes de su madre. Se ve en la figura del padre la base del reconocimiento, el punto de partida para la construcción y afianzamiento de la identidad.

Otra búsqueda emblemática es la de Juan Preciado, en Pedro Páramo. En este caso, la búsqueda proviene del último deseo de la madre, quien desde su lecho de muerte lo envía a Comala a buscar a su padre. Esta búsqueda también significará para Juan Preciado el descubrimiento de una cruda realidad que frustrará la ilusión y la esperanza que tenía al emprender su viaje.

En ambos casos, la búsqueda del padre es motivada por un tercero: Atenea, adoptando la apariencia de Méntor, y Dolores Preciado, madre de Juan. Pero también existen historias de hijos que buscan a sus padres por iniciativa propia y sin aparente apoyo de terceros, solo animados por su esperanza. Es el caso del niño protagonista del cuento El penal, de Carlos Calderón Fajardo, un niño que espera el regreso de su padre y lo busca en todas partes: tras los árboles, en el sofá de su casa, en la penumbra. Su madre, Clotilde, intenta terminar con esa búsqueda diciéndole que nunca más lo verá porque se ha ido de viaje, pero el niño no le cree o no quiere creerle y continúa, sin perder las esperanzas de encontrar a Demetrio, su padre.

Si bien Demetrio prácticamente no aparece ni interviene a lo largo de todo el cuento, podemos ver cómo se configura su personaje desde la ausencia, a partir de los recuerdos de su hijo y sus divagaciones interiores, así como a partir de algunas inferencias de la narración, que nos revela información del personaje de manera paulatina. El inicio del cuento es enigmático: “Su padre se sigue escondiendo tras los árboles del jardín”. Este inicio revela que el padre viene escondiéndose desde un tiempo atrás, pero todavía no se sabe desde cuando, por qué lo hace, ni en qué contexto. Sin embargo, el narrador da por sentado que el padre se esconde.

Inmediatamente después, el niño se dirige a su madre pidiéndole que confirme su esperanza. Su pedido adopta tres formas similares pero que sugieren sutiles diferencias. La primera es “Dime que sí se esconde”, con esta expresión insta a su madre a que le confirme lo que él da por cierto: que su padre está escondido en el jardín. Suena a la forma en que intentamos que alguien nos dé la respuesta que queremos oír, más que la respuesta que es cierta. La segunda expresión que usa el niño es “Dime si se esconde, Clotilde”, expresión que deja abierta la posibilidad a que esté equivocándose, la posibilidad de que su padre no esté escondido en el jardín. Por otra parte, el hecho de llamar a su madre por su nombre nos puede estar anunciando una relación horizontal entre ambos, o un recurso del niño a llamarla por su nombre para que repare en la importancia del asunto, para que por un momento lo tome como un interlocutor válido, de igual a igual, y le diga la verdad sin reparos. Su última expresión es “Dile que no se esconda”, con la cual añade un matiz emotivo, el niño pide que su padre deje de esconderse, que ya aparezca. Entre estas líneas, el narrador nos dice que el niño tiene doce años y busca a su padre entre los arbustos.

La respuesta y única vez en que interviene en un diálogo su madre es una negación rotunda: “No, no has visto a tu padre, nunca más lo vas a ver porque se ha ido de viaje”. Recién en este momento sabemos con certeza que no se trata de un juego de escondidas sino de una ausencia real del padre, y que esta ausencia podría volverse definitiva. Sin embargo, el niño sigue buscando a su padre: tras los ficus, por un pasadizo, sin encontrarlo. Tiene que aceptar la verdad de su ausencia, pero fluctúa entre la negación y la aceptación. En la narración, que se focaliza desde la mirada del niño, se menciona que sobre un sofá de la casa “había un periódico de hace dos años que no había sido tocado y un par de pantuflas deshilachadas”, lo cual nos puede llevar a pensar que son dos años los que lleva ausente su padre, y líneas más abajo se nos revela que en ese sofá de la casa se sentaba con las piernas cruzadas y las pantuflas puestas a leer el periódico.

La narración se alterna con el monólogo interior y el fluir de la conciencia del niño, quien divaga en sus pensamientos sobre su padre, sobre el viaje que en algún momento debe terminar y traerlo de regreso. También presenta el sentido de dualidad: ver y no ver a su padre, el estar y no estar de su padre en todas las partes donde él cree verlo. Resulta conmovedor seguir los pensamientos del niño en este trayecto. Su imaginación, que más que ello es la esperanza de que sea una realidad. “Él, su padre, está dentro de la pared, y lo que se metió dentro de la pared algún día tiene que salir de allí para decirle que lo va a llevar al estadio, que los niños no pagan boleto en el estadio”. Esta declaración de fe sin límites representa también la primera mención relativa al fútbol y sugiere que su padre alguna vez debe haberlo llevado al estadio con ese argumento.

La narración sigue ingresando en la mente del niño y afirma que él “sabe que su padre está en otra parte, que no se ha ido de viaje, que no le quieren decir cómo se llama el nombre del sitio donde está”. Este fragmento representa la duda del niño frente a la información que le brinda su madre. Duda de la conocida excusa de “se ha ido de viaje” que se usa con frecuencia para justificar una ausencia paterna ocultando la realidad. Sin embargo, en especial la parte en que menciona “que no le quieren decir cómo se llama el nombre del sitio donde está” sugiere que el lugar dónde se encuentra su padre por alguna razón no puede ser mencionado, lo que podría representar una realidad muy dura, muy difícil de ser asimilada para un niño. Esto puede generar una primera vía de significado al título del cuento, unido al muro en el que se encuentra su padre, que se menciona en varias ocasiones, y a esta otra intervención del niño: “Si es así, mamá, entonces por qué cierras tantas veces la puerta por dentro cuando oscurece, por qué jalas como una loca aldabas y pestillos, por qué dices que lo haces para que no se metan los que se salen de los muros.” Esta visión de la madre y de su miedo, de las precauciones que toma para que no se metan quienes salen de los muros, haciendo una clara alusión al padre, puede sugerir que él representa una figura peligrosa y que podría haber escapado de ciertos muros. Todo esto confluye en construir una posible acepción, más no la única, al título del cuento: El penal. El penal podría ser aquel lugar innombrable donde se encuentra el padre, donde se esconde, donde ha estado recluido durante estos años de ausencia.

Se dice que Clotilde se asoma por la ventana para ver si alguien se esconde afuera, pero no ve a nadie. Sin embargo, el niño sí ve a su padre y lo reconoce. Por primera vez se presentan algunas características físicas del padre: su sonrisa, sus bigotes, la cadencia de sus pasos, su forma de vestir. En ese momento, se da a conocer también su nombre: Demetrio. Lo único que el niño no puede recordar es cómo era su voz. Llama la atención que no se conozca el nombre del niño, a diferencia de los otros dos personajes. Esto podría explicarse con que la identidad del niño está oculta igual que su padre; volviendo a la telemaquia, que la búsqueda del padre es también la búsqueda de su propia identidad, que solo al encontrarlo podrá conocerla y definirla.

Cuando el niño reconoce a su padre en la calle, se acerca el desenlace, pero un detalle que no se puede pasar por alto es que lo ve todos los días desde la ventana y Clotilde se hace la dormida. En esta parte, la actitud de la madre puede orientarnos a una interpretación.

“El niño abre la puerta y sale a la calle. Clotilde tiene los ojos cerrados a propósito. Ya no puede hacer nada. Ya no puede evitarlo. Sabe que si abre los ojos llorará inmediatamente. No puede abrir los ojos porque sino no le quedaría otra cosa que correr tras el niño y detenerlo.”

Este fragmento y la mención anterior a que el avistamiento del padre sucede todos los días nos puede llevar a pensar que el niño no lo ve realmente, que es producto de su imaginación y que la madre prefiere hacerse la dormida para no correr a detenerlo una vez más, para no romper su ilusión de que ese momento, ese encuentro tan esperado, pueda darse realmente. Clotilde sufre con la realidad que le oculta al niño, pero prefiere seguir ocultándola para evitar herirlo.

Más adelante, acercándose al encuentro se repite la sensación de dualidad: “Demetrio se va y al mismo tiempo viene. Él se esfuma y al mismo tiempo aparece.” Sin embargo, el niño continúa corriendo hacia él y finalmente lo ve, y “sabe que Demetrio ha vuelto trayendo el objeto más hermoso del mundo escondido dentro del saco. Cuántas veces ha adivinado el niño la existencia de ese objeto maravilloso.” Hasta ese momento no sabemos cuál será ese objeto maravilloso, pero líneas más adelante podemos suponerlo cuando Demetrio lo pone en el suelo y se inicia el hermoso ritual de encuentro frente a frente: la preparación del niño para tapar el penal que pateará su padre y dará el final a la historia.

Este final otorga la otra acepción, y la más clara, al título del cuento. El penal que patea el padre y que representa este encuentro, real o imaginado, vivido o soñado, entre Demetrio y su hijo. Este encuentro que podría ser una transferencia del padre al hijo para darle al niño el nombre y la identidad que tanto esperó.

Foto: Sandra Enciso

Sobre Becky Urbina

Poeta y gestora cultural, dedicada principalmente a la mediación de lectura literaria y a proyectos de formación lectora. El 2014 obtuvo el Premio Scriptura, con su poemario “Camping en el país de las maravillas”, con el cual obtuvo también el Premio Luces del Diario El Comercio. Su proyecto de novela infantil “Algo azul” obtuvo los estímulos económicos del Ministerio de Cultura en el 2018. Se encuentra cursando la Maestría en Literatura Infantil – Juvenil y Animación a la Lectura en la Universidad Católica Sedes Sapientiae y formó parte de la primera Cátedra de Lectura, Escritura y Bibliotecas del Perú, organizada por el Ministerio de Cultura, la Casa de la Literatura y la Biblioteca Nacional.