Ciudadanas bajo vigilancia

Desde muy jóvenes, las calles entrenan a las mujeres a no llamar la atención en ningún aspecto de su vida ni de su apariencia, so pena de ser agredidas verbal o físicamente. El primer grado de la agresión es el escarnio, la burla, el sarcasmo: la mirada que barre con los ojos desde la cabeza a los pies la arquitectura de nuestros cuerpos.

Ilustración: Anna+Elena=Balbusso Ilustrations

Históricamente se nos ha relegado al mundo “privado” y la era actual, a pesar de los muchos logros obtenidos —desde el voto, la participación política y la igualdad de derechos en todas las actividades sociales y económicas— todavía se resiste a aceptar el cambio. Sin embargo, los derechos civiles que propugnan la igualdad de condiciones ciudadanas en nuestras constituciones, aunque avanzan, también fluctúan y nada nos garantiza que no retrocedan.

Como en la magnífica novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, en cualquier momento se puede regresar del reconocimiento de las mujeres como ciudadanas plenas a la condición de “ciudadanas bajo vigilancia”, tal como lo explicó claramente la feminista italiana, Carla Lonzi, en los años 70 del siglo pasado. Basta como muestra lo ocurrido en las últimas décadas en algunos países donde las mujeres, luego de haber gozado de los derechos y las libertades de una ciudadanía plena, fueron empujadas nuevamente al rincón doméstico, quitándoseles todos los derechos de participación en el mundo público.

El Perú es uno de los países más conservadores de toda la América. Aquí no se diferencia la moral de la religión por lo que es muy fácil censurar y vejar a las mujeres si toman las calles o si respiran libertad fuera de sus casas. La historia ha demostrado que en determinadas épocas — como la actual— en que se extienden las libertades para las mujeres, se intensifica y se amplifica la violencia contra ellas. En la práctica, el feminicidio no es más que la acción de resistencia de los hombres a aceptar la libertad plena de las mujeres: la protesta criminal que no acepta que hombres y mujeres tengan igualdad de derechos ante la Ley.

Hannah Arendt se refería al ámbito privado como el espacio donde las ciudadanas/os estaban privadas/os de la acción y la palabra. Hoy, que surgen colectivos de jóvenes feministas que aparecen en el espacio público y desde allí se rebelan contra la domesticación de las mujeres y el silencio de su opresión —y exigen poder caminar solas por las calles—, aparece nuevamente lo que en nuestro inconsciente colectivo está registrado como la quema de brujas. Es por ello que resulta muy potente la imagen de una mujer incendiada, como si de una quema de brujas se tratara. Este es el mensaje que nos da el asesino de Eyvi, quien justifica y disculpa su acto con las siguientes palabras: “Yo solo quería desfigurarla, no quería matarla”.

Quemar a una mujer es la forma que ha tenido la cultura patriarcal de decirnos a todas las mujeres: “si sales a la calle, te mato”, precisamente las mismas palabras que en términos locales dicen los hombres celosos. El caso de Eivy ha demostrado que en el Perú, no solo es posible que ellos maten a sus parejas sino también que las quemen, si estas se rehúsan a estar con ellos. Es la raíz que nunca muere: la de un sistema patriarcal arcaico que se adapta a la moral conservadora de nuevas sectas y religiones insertadas en los espacios políticos del Perú, desde donde calibran su poder.

Esto es posible porque la historia de las mujeres ha sido cercenada en distintas épocas, especialmente cuando ellas alcanzaban algo de poder. Y hoy, como hace siglos, cuando las mujeres logran avances en sus derechos o acceden a una porción de poder, la violencia misógina aparece como un instinto de supervivencia del machismo más cavernario. Así ha ocurrido también desde los inicios de la cultura occidental cuando las ideas de mujeres destacadas fueron fundamentales en el campo del conocimiento. *Aspasia de Mileto, es un claro ejemplo de la censura de la historia patriarcal a las mujeres que aportaron a nuestra civilización. Por ello, esta columna lleva su nombre.

*Aspasia fue una de las primeras filósofas que conocemos como tales. Vivió en la época de oro de Atenas, la cuna del conocimiento occidental. Formó una escuela de retórica para las mujeres de entonces y fue maestra de filosofía. Como con tantas mujeres que la siguieron, recuperar su historia real y sus aportes es casi imposible, así como las libertades que consiguieron las mujeres (no esclavas) en el período de Pericles de quien ella fue esposa (“amante”, dice la historia).

Es escritora, periodista, filósofa y activista feminista. Especializada en temas de género e interculturalidad. En 1984 publicó su primer libro de cuentos titulado Desde el exilio, el que fue reeditado en una versión aumentada en 1988 bajo el nombre Desde el exilio y otros cuentos.